Nuestra vieja puerta al mundo ya es historia

Aunque, por ejemplo, Mónica Rodríguez, al pie del cañón en la caseta de información de la estación de Pío XII, se muda a la nueva con la intención de seguir prestando sus servicios como siempre. Como siempre quiere decir que, incluso, hay usuarios que se llevan anotado en un papelito lo que desean saber porque no todo el mundo se maneja con redes y pantallas.

¿La principal inquietud de estas últimas jornadas? Las preguntas más frecuentes tienen que ver con el lugar de la salida del autobús para un próximo viaje. Ella les pregunta el día. «¿El 16? En la estación nueva. ¿El 11? En la vieja».

Malika Amaray, que limpia la estación vieja dice, porque ella ya ha visto la nueva, que no va a echar nada de menos de este edificio, al que le cuesta lo suyo sacar brillo.

En lo que a conductores se refiere, los que hay que ya se imaginan unas entradas y salidas sin encontrarse tantos vehículos mal aparcados junto a la estación, con dársenas fijas y más moderna, si bien también los hay que recuerdan que las entradas y salidas se van a tener que hacer, en la nueva, pasando por aceras con el riesgo que conlleva y que también tenía la vieja estación.

Cómo no habrán pasado más cosas en ella es algo que aún no se explican nuestros interlocutores, quienes, por cierto, aún no han probado a entrar y salir de la estación nueva. «Hasta que nos vayamos acostumbrando», dice Jesús González, quien ve el traslado «de maravilla». Que al final todo se está haciendo con mucha prisa es otra de las apreciaciones recurrentes tanto en quienes usan los autobuses, como en quienes los trabajan. El mismo gerente de la estación, Felipe Turiel, estaba ayer adjudicando dársenas en la nueva, contaba a este diario.

En el centro de mayores que ocupa uno de los bajos de la estación, Marta Fernández ya se está imaginando un futuro próximo sin tanto humo y sin ruido, con lo que le va a ser más fácil refrescar la estancia y pasear por la zona. Eso sí, espera que mantengan la iluminación del entorno para que los mayores que acuden las tardes de invierno no sufran caídas.

Óscar Solorzano, vecino con ventanas sobre los autobuses y el reloj de la fachada principal también se ve ya pudiendo dormir el verano que viene con las ventanas abiertas. «Menos ruido y ya, si hacen una piscina debajo de casa...», se alegra.

Por un par de meses, la estación no va a cumplir 65 años. Y ello porque aunque su primera piedra se puso en los años cuarenta, no se estrenó hasta noviembre de 1958, a la vez que la estación del tren. En aquel momento, esa parte de la ciudad era un descampado y su diseño determinó la urbanización de la calle, que además era acceso a la estación de ferrocarril. El proyecto lo firmaron los arquitectos municipales Jaime Carceller y Luis González y construyó Esteban Ortega. ¿Cuánto? Cuatro millones y medio de pesetas, pero luego las 82 viviendas de encima sumaron 6,7 millones más.

Con los años, este centro neurálgico de comunicaciones de la ciudad para quienes no usan coche, ha llegado a mover un millón y medio de viajeros al año con casi 122.000 vehículos entrando y saliendo de sus instalaciones en el mismo periodo de tiempo. Desde 1992, tras una importante rehabilitación que la modernizó, funciona con una concesión que ejerce Cealsa. Esta empresa, que conforman las firmas de transporte de la estación, tras otro concurso, gestionará también la nueva.