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Uno de los recuerdos más tempranos de Khalib, de 50 años, es hacer pasteles con su madre y abuela, los mismos que desde hace dos meses y medio vende en Cigüeña, 59, un discreto local que despierta la curiosidad de los paseantes de este ... entorno próximo a la Universidad. Miran y llevados por la curiosidad, cada vez son más los que acaban entrando. La tradición comenzó con el padre de su abuelo -«o puede que antes»-, en la bella y encantadora ciudad siria de Daraa, hoy destruida, donde el dulce familiar se hizo famoso. «Generaciones y generaciones», gesticula varias veces llevando la mano hacia atrás para hacerse comprender. «Trabajaban 150 personas y también fabricábamos helados. El negocio empezó a declinar con la muerte de mi tío, y luego vino la guerra, de momento funciona pero con miedo a nuevos ataques».
Casado con una tunecina (que hace de traductora), Khalib tiene el corazón dividido entre Siria, donde continúa su madre a la que no ve hace tres años, y Logroño que por su clima soleado y su orografía plana le transporta a esos momentos agradables vividos en Daraa. «De repente, la calle se llenó de niños huérfanos, daba igual estar a favor o no del Gobierno, cuando pasa el avión y bombardea no hay diferencias...», afirma haciendo un gran esfuerzo por reponerse y no dejarse llevar por el recuerdo. «Todavía lo pasa muy mal, está su familia, el infarto...», apostilla su esposa Dorsaf, residente en La Rioja desde hace 12 años. Tras casarse con ella, se acogió al reagrupamiento familiar. La próxima semana serán padres de su primer hijo, Abraham.
En Siria, Khalib llevaba una vida tranquila, había terminado segundo curso de Ciencias Políticas, salía con sus amigos y, de repente, todo se vino abajo. Estalló la guerra y la vida le cambió. Uno de los bombardeos alcanzó su casa, la situación se puso fea y decidió cruzar la frontera... «Aterricé en Madrid, luego pasé un tiempo en Tenerife antes de llegar a La Rioja». Siempre entre pasteles.
En su maleta solo se llevó dos cosas: las recetas que pasaron de generación en generación por rama materna y un par de utensilios indispensables para amasar sus pasteles. «Me traje un molde para hacer los 'mamul' y un rodillo de un metro, el que usaba allí. Fue una odisea traerlo, en el primer vuelo no me dejaron subirlo... lo tiraron a un contenedor, pero yo lo volví a coger. Esperé en el aeropuerto y, por fin, en otro vuelo, tuve más suerte...», relata.
Antes de la guerra, la pastelería familiar era un atractivo más de su ciudad natal. Un destino turístico, junto al Jordán donde fue bautizado Jesucristo, muy apreciado por sus ruinas, cuevas y sus viviendas muy antiguas. Está situada a unos cien kilómetros de Damasco.
Ahora, desde un local más modesto, en el cruce con Caballero de La Rosa, ofrece las mismas delicias. Sobre el mostrador grandes bandejas de dulces con frutos secos, rellenos de dátiles, almíbar, con sus especias de granos de 'prunus mahaleb'... Pero si hay un postre que destaca es el 'baklva', elaborado con una pasta de pistachos y nuez distribuida en doce finas capas. «Va una encima de otra, lleva mucho trabajo, pero está muy rico, allí se toma con el café y el té».
Como allí, entre sus clientes de Cigüeña hay compatriotras que se pasan a tomar un té o un café con especias de cardamomo, acompañado de un pastel. A cada bocado, viajan a los buenos momentos vividos en sus lugares de origen e intentan olvidar los horrores de la guerra, vividos en primera persona. Se sienten como en casa. «Hace poco se pasó un sirio médico, exiliado en España desde la primera guerra de Siria...», cuenta.
En la tienda, un bajo con un amplio obrador, además de los dulces orientales árabes, «sin conservantes, sin colorantes y artesanos», también venden productos envasados de Siria, pero, si desean recién hechos, también se pueden encargar: «Ofrecemos garbanzos con cardamomo, rellenos de dátiles, berenjenas rellenas de pistachos... y pronto ampliaremos la carta con productos veganos, la única limitación que tenemos es la del establecimiento, que es pequeño». La nostalgia se apodera cuando habla de la exquisitez de los dulce sirios. «Se debe a la calidad de las materias primas como los pistachos, regados con agua de rosa», y saca una botella para inhalar su aroma. «No es una agua cualquiera, hay que probarla...», concluye.
Khalib habla con dolor de lo que está pasando en su país, pero él deja claro que no está «ni con unos ni con otros. Yo estoy porque que llegue la paz, y hay que confiar en que llegará». No parece, sin embargo, que esta noticia vaya a producirse pronto, al menos las noticias que le va transmitiendo su madre, a la que no ve hace tres años, no parece que vayan en esa dirección.
Más bien la situación «es desesperada, de calma tensa, en la que, en cualquier momento, pueden regresar las bombas. Está todo muy caro y a veces resulta complicado hacerse con lo básico».
Daraa es una ciudad del suroeste de Siria, a 13 kilómetros al norte de la frontera con Jordania. Es conocida como el lugar del «estallido de la revolución», tras las protestas llevadas a cabo por el arresto de quince chicos por pintadas antigubernamentales, que llevaron a la Primavera Árabe. Se considera una de las ciudades más antiguas de Siria.
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