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El calendario que franquea la puerta de la cocina de El Soldado de Tudelilla, que tan feliz ha hecho a tantas generaciones de parroquianos, marca en rojo una fecha: el 15 de octubre. Manolo, su popular ideólogo desde que aterrizara por esta barra de ... la calle San Agustín allá en 1989, tiene no obstante que confirmarlo. Se acerca, lo hojea y asiente: sí, el 15 de octubre. Su última jornada de trabajo al frente de la última tasca de su estirpe que sigue alojada en el Logroño castizo.
- Gozar. Y pasear por Logroño.
Y Manolo se acerca hasta el grifo de donde mana el agua milagrosa que pone en forma sus prodigiosos tomates, comprueba el perfecto estado de revista de su preciado tesoro que luego servirá en sus icónicas ensaladas, y rebobina. La moviola se pone a funcionar y lleva su relato lejos, muy lejos. Aunque sin salir de esta misma calle, donde nada menos que en 1947 Jacinta y Tomás fundaron (recién llegados de Tudelilla, por supuesto) este establecimiento que dentro de apenas dos meses pasará a la reserva. Para pesar de sus incondicionales, que son legión. Adictos a sus bocadillos de sardina con guindilla y otras delicias de recia raigambre riojana, que aquí se despachan desde 1987, cuando El Soldado de Tudelilla protagonizó su última travesía.
Porque desde su sede fundacional de San Agustín, la familia propietaria se había trasladado a la vecina Laurel, donde lo recordarán emplazado los lectores que más canas peinen. Fueron los años memorables de Julia y Andrés, que servían el vino de la casa a la clientela que, como era costumbre en la España del pasado siglo, acudía hasta su anchuroso bar (que daba a Bretón) para almorzar o merendar sus propias viandas, que traían en formato tartera. Con el paso del tiempo, sus taberneros fueron incorporando a su dieta sus propias especialidades (anótese, por ejemplo, el suculento platillo de anchoas con aceitunas negras), hasta que llegó la hora de mudarse a San Agustín. Dos años después, se jubilaron; el mismo trance que espera a quien les sucedió su yerno, Manolo. García Nájera de apellidos, por cierto.
Que se había destetado casi de recién nacido en el negocio hostelero, donde hunde sus raíces su propia biografía. Hijo de Manolo y Consuelo, los magos del Mere de la Travesía de San Juan. Nieto por lo tanto de Moisés, hechicero en los fogones de la primitiva Chatilla de la calle El Peso. Y hermano en consecuencia del famoso Mere, capitán general de la taberna homónima hoy clausurada en Duquesa de la Victoria. Manolo, una celebridad logroñesa en su ámbito, pertenece a un acreditado linaje de taberneros del que presume orgulloso, avisa mientras trasiega entre botellas y echa un ojo a la siguiente ración de huevos con patatas que se avecina. Las legendarias bandejas que se disponen a entonar el adiós.
¿Definitivo? Manolo se encoge de hombros y remata la cháchara a su estilo. Mezclando los chistes con el testimonio más serio. Así que atentos a su testamento profesional: «Siento penilla, claro, porque son muchos años. Empecé a trabajar a los 14 añitos y cumpliré 69 en San Blas, pero lo que más pena me da es que cuando cierre El Soldado desaparecerá la última tasca de Logroño. Tanto gastrobar y tanto gastrobar... ¿Dónde servirán ahora el vino en porrón?».
Incógnita, Manolo.
¿Continuará?
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