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Pasados 56 minutos del comienzo del espectáculo se escucharon los primeros olés que brotaron de las entrañas, los que fluyen en una acción involuntaria porque lo que en escena está ocurriendo llega fuerte. Paco Ureña había cortado una oreja ya para entonces de poco peso. ... Ahora gobernaba Leo Valadez, que trató de estirarse con el capote consiguiendo algunos lances de buen trazo. Quitó seguido por saltilleras, chicuelinas y alguna que otra suerte chispeante con la que adornó bonito el ramillete. Banderilleó después con solvencia y brindó al público. Leo es arrojó y de rodillas comenzó en el tercio la faena incendiando los tendidos, pero pronto se mermó esa llama a medida que la faena perdía fuelle. Tardó en cogerle el aire el mexicano a un toro complicado e informal que no tuvo clase ni dos embestidas iguales. Sí que por el izquierdo se hizo con dos naturales buenos. Fue listo y terminó metido entre los pitones, cerrando luego por manoletinas antes de tirase a cámara lenta con la tizona que tuvo efecto fulminante. El público le pidió el doble trofeo pero el presidente anduvo correcto en solo una.
En el sexto llegó su momento. El del presidente. Aquí le faltó sensibilidad. Al toro titular le sustituyó un sobrero del mismo hierro. Leo lo saludó por chicuelinas y entró al caballo, y en ese instante se partió la mano derecha. El presidente se negaba a devolverlo y obligaba al diestro mexicano a estoquearlo pese a que al toro le era imposible moverse. Dolía la escena. Se negó de forma tajante el usía a asomar el pañuelo verde. El animal se había lesionado durante la lidia y el reglamento le amparaba, pero le faltó sensibilidad ante una escena hiriente de un animal sufriendo de ese modo y en ese estado. Finalmente, y ante el enfurecimiento de un público encabronado, que se levantó contra él, terminó cediendo y en su lugar salió un sobrero de Esteban Isidro, que se desplazó sin entrega ni emoción y Valadez no puedo más que justificarse.
El primero fue un toro deslucido, que buscó siempre la huída. De cada muletazo salía abierto y mirando a tablas sin una pizca de entrega. Antonio Ferrera trató de justificase y pese a que la banda se arrancó no llegó. 'Juguete', que fue cuarto, tuvo un buen pitón izquierdo por el que se desplazó con movilidad y metiendo la cara. Al natural lo trató de llevar Antonio Ferrera y ligó, pero a las series les faltó ciñe. A medida que el cronómetro avanzaba, el toro fue buscando cobijo en tablas aunque seguía repitiendo. Ferrera le aplicó su particular tauromaquia que tampoco llegó al tendido con demasiada intensidad pese a buscar ese espectáculo propio. La espada cayó un punto baja pero se le pidió una oreja que fue concedida. No la paseó y se marchó a la enfermería.
Plaza de Toros de La Ribera. 3ª de San Mateo. Se lidiaron toros de Zalduendo, de desigual y pobre presentación. El 1º, deslucido y rajado ; el 2º, va y viene sin una pizca de emoción; el 3º, complicado e informal; el 4º, con movilidad pausada y buen pitón izquierdo; el 5º, rajadito y aplomado; y el 6º tris, se desplaza sin entrega. Menos de un cuarto de entrada.
Antonio Ferrera: de verde hoja y oro. Dos pinchazos, estocada caída (silencio); estocada punto caída (oreja). Sufrió una cornada interna en la cara interior del muslo derecho. Ha sido operado en la enfermería de la plaza tras lidiar a su segundo.
Paco Ureña: de coral y oro. Estocada casi entera baja (oreja); aviso, pinchazo, (silencio).
Leo Valadez: de verde agua y oro. Buena estocada (oreja); estocada caída (silencio).
Paco Ureña estuvo por encima de un segundo que no tuvo ni motor ni se entregó. Perdió las manos en varias ocasiones y su galope era mortecino. Bonito sí que fue el brindis a Pedro Carra por su treinta aniversario de alternativa. También Ferrera lo hizo en el cuarto. De torero a torero, porque aunque no ejerza el calagurritano uno nunca se despoja de esos galones. Una tanda por el derecho le consiguió robar. No más. Sí que algún derechazo más hiló, pero sin llegar a romper una serie. El animal no se tenía en pie, tomaba los engaños pero sin entregarse, y por el izquierdo tuvo que ser de uno en uno porque embestía feo. Terminó en los pitones con la res ya atornillada al piso, y luego con unos naturales a pies juntos que carecieron de profundidad. El público, aún así, le pidió un trofeo y cayó la oreja premio a la disposición.
Al tercer muletazo cantó el quinto, que esta vez fue malo. Malísimo. No quiso saber nada y salió buscando las tablas de cada viaje. Ureña trató de fajarse con él, de dominarlo pero pronto se aplomó y ya ni tenía fondo para buscar cobijo en la querencia ni para desplazarse. El murciano se alargó. Fueron casi tres horas las de una tarde que se convirtió, sin quererlo, en la antesala al gran día.
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