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J.A.L.
Jueves, 14 de septiembre 2023
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Hay ritos que figuran en el programa de fiestas de San Mateo (la fuente del vino, el cohete sucio, el primer mosto más largo del mundo), otros ritos que nos visitan el resto del año (la doble fila, tan entrañable y tan logroñesa, o ... la simpática sirena del Espolón por fin recuperada: aleluya, aleluya) y ritos que se agazapan en la cara oculta de la semana matea pero que merecen nuestra atención. Uno de ellos, de obligado cumplimiento para todo logroñés castizo, exige visitar el Adarraga, acodarse si hay suerte en el bar donde Lourdes despacha sus golosinas y hacerse con uno de sus inmarcesibles bocadillos de sardina en aceite con guindilla (opcional, picante). A este rito festivo le precede otro protocolo sin el cual la fiesta no sería la fiesta tal y como la conocemos: asistir la cata previa de sardinas que la propia Lourdes organiza en las vísperas del cohete y elegir entre la rica oferta que la maga del Adarraga despliega ante su parroquia de confianza.
Es como el otro cohete de las fiestas mateas: el silencioso cohete que se disparó ayer a la orilla del Ebro y sancionó como ganadora a la triunfadora del año pasado: las acreditadas gollerías de la casa El Cortizo, cuyas sardinas ya esperan la visita de sus incondicionales. No hubo graves discusiones, porque Lourdes, como suele, guió con mano maestra a los comensales hacia las latas de su confianza, que el año pasado dejaron entre la parroquia un estupendo sabor de boca que aspira a repetir desde la jornada inaugural de la feria de pelota, cuando se arremolinan a su alrededor los miembros de su acrisolado club de fans: una legión de admiradores de su magisterio que rinden tributo a la dama del Adarraga saboreando esa delicia que la clientela indígena puede encontrar en otras barras de la ciudad (la de El Soldado, por ejemplo) pero que vuelve locos a los forasteros: esos aficionados que cruzan el Ebro, procedentes de tierras vascas y navarras, y se lanzan casi en plancha hacia el ansiado festín que aguarda entre pan y pan, decorado con un golpe de guindilla que aún no se sabe de dónde saldrá este año.
«Aún no me he decidido qué guindilla elegiré», confiesa Lourdes, quien asegura que llega a preparar hasta 700 bocadillos en los días grandes de feria y que aunque añora los buenos tiempos de Titín («Yo soy titinesca», afirma entre risas) porque entonces «se caía el frontón de tanta gente que venía», también apunta que aquellas tardes en que el pelotari de Tricio se ausentaba del cartel «no eran para tanto». «Desde que se retiró, la caja es más equilibrada», explica. ¿Y este año? «Yo creo que las tres tardes de Altuna serán una bomba«, vaticina.
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