Pobre de mí

Y no es que los que nos dedicamos a esto seamos especialmente cenizos (bueh, igual sí) sino que el eterno retorno de las rutinas mateas acaba pesando una tonelada. Debe haber un límite humano de cuántas crónicas distintas puede escribir uno de las vaquillas, el chorizo asado o Gorgorito. O, Dios no lo quiera, del Pisado: el acto más aburrido que ha creado la humanidad en toda su historia. Créanme, que he visto unos cuantos.

Así que no sean demasiado duros si les aseguro que una de las pocas cosas buenas que ha tenido la pandemia fue cargarse los sanmateos de 2020. Es lo que hace falta incluso en el mejor matrimonio: un paréntesis, un fin de semana con los amigos, un kitkat.

Lo que pasa es que el regreso no ha sido demasiado bonito. Ahí vienen unas fiestas a medias, un siesnoes sin cohete, degustaciones ni fuegos. Puro teatro (en la calle) y unas cuantas verbenas con más o menos pedigrí.

Y bares, muchos bares, que son los que tienen que sacar pela para venirse arriba tras tanto sufrimiento. Y (ay) botellón, mucho botellón. Habrá que pedirle al no-patrón de Logroño que vele por nosotros pecadores, y más por nuestros jóvenes que van a acabar en el parque del Ebro en manadas. Que no pase nada, o más bien que lo que pase sea leve. Y que no tengamos que lamentar que lo que se ha dejado crecer en verano explote en otoño.

En fin. Yo, si me lo perdonan, aprovecharé esta fiestas a medias para no trabajar unos cuantos días. Y, en fin, quizá para irme a alguna playa mediada la semana. Pobre de mí.