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Un auténtico corridón de El Parralejo para cerrar la Feria Matea más loca e imprevisible que se recuerda en años en Logroño. Cuatro toros clarísimos de triunfo gordo. De ellos, dos de gran nota; uno más derrochando casta a raudales y el quinto de ... la tarde, Maestro, de verdadero clamor por su honda, franca y emocionante embestida. Lo que se dice una corrida para el recuerdo, por su bravura, intensidad, clase y con ese fondo necesario y vital para ir siempre a más en sendas faenas tan largas como en la mayoría de las ocasiones faltas de contenido y sobradas de vulgaridad, de toreo sin sentido en el que se persigue la ligazón con muletas tensas como los músculos de un atleta pero escasas de perfiles artísticos.
A todo esto hay que sumar un atolondrado palco con criterios tan cambiantes de un día para otro que de la verbena orejil de los rejones de don Víctor Marchena, pasamos ayer a la mayor de las racanerías con Juan Leal y especialmente con el toro Maestro, un soberbio astado que mereció una vuelta al ruedo de clamor por su bravura incombustible. Más allá del feísmo en las formas que expresó Juan Leal, de su manera de retorcerse hasta el infinito como una caracola en el fondo del mar, el toro se rebosaba una y otra vez en la muleta con esa casta noble y encendida que, por lo visto, pasó desapercibida para el presidente, don Manuel González, y sus asesores, Julián Somalo, en las lides veterinarias, y el matador de toros de Laguardia, Jeromo Santamaría, que se supone que está ahí para valorar las cuestiones del arte, y el toro, materia prima necesaria, es parte esencial en este juego del hombre con la muerte y la belleza. Y es que Maestro empujó con bravura en el caballo, acudió solícito en banderillas y en la muleta se dejó el alma embistiendo incansable por ambos pitones, especialmente por el izquierdo, con el que se quería comer los vuelos generosos y a veces surrealistas de Juan Leal. ¡Dios mío qué formas de torear! La involución absoluta del arte, de sus formas. Por momentos parecía El Platanito. Hundido, con una contorsión tan redundante que se podían declarar extinguidas para siempre las líneas del toreo para alumbrar una especie heterodoxia cubista. Es tan difícil de expresar aquello que parecía un cubo de rubik desmontado, una escalera sin peldaños, una neolengua sin vocales. Leal derrocha valor, a veces raya la inconsciencia para ensayar desplantes inverosímiles sin muleta o sortear a los toros en los quites con el capote a la espalda con los dos pies sobre un abismo.
La petición de la segunda oreja fue impresionante tras la estocada saltarina: la evolución de los espadazos con salto de El Juli, pasando por los de Cayetano ha traído un brinco nuevo que cuando lo hace Juan Leal se asemeja a un mate de baloncesto. Las dos piernas del torero francés paralelas al suelo a la altura de los pitones. ¡El mayor espectáculo del mundo! El toro patas arriba y las mulillas al lado como estatuas de sal, impasibles, congeladas, mayestáticas. Al banderillero le costó rebanar la primera oreja un mundo. No había manera. Pero el palco ni sacó el segundo pañuelo blanco ni el azul, potestad ambos de la máxima autoridad de la plaza. Dos vueltas al ruedo se marcó el arlesiano y al toro lo arrastraron entre la indiferencia de la bronca. Se iba la bravura en solitario, sin gloria; la bravura que había sobrevolado La Ribera no tuvo ningún poeta que la cantara, apenas nadie que reparara en aquel manantial de entrega del toro Maestro, un lujo para las ganaderías que habían dejado como un vacío en el alma de los que sueñan con el rumor incandescente de un animal que tenía todas las certidumbres prendidas en sus astas.
Ya habrán dado cuenta de él los carniceros. Ya no existe ni siquiera su pecio para recordarlo. Su grandeza diluida este miércoles se multiplicará en jurados o en las noches de meditación del ganadero y sus mayorales. ¡Aquel toro del francés que se lidió en Logroño! ¿Cuéntame papá cómo fue? Le preguntará el hijo del ganadero allá entre los barrancos de la sierra de Aracena y los picos de Aroche en las noches claras de Huelva en el otoño que ya se avecina.
Se fue muerto el toro que yo lo vi. Ni arrastre lento, oiga. Nada. Silencio salvaje entre el mogollón de la segunda oreja. Clamor sordo, desprecio revenido de falsos dogmatismos. Logroño ¡qué hemos hecho de ti! Santo y seña de la afición más preclara ahora confundida en una plaza que se conmueve por los fuegos artificiales y que ignora la bravura.
Para el recuerdo
El Cid se despidió de La Rioja con dos faenas de gusto y regusto pero sin hondura. Mató mal como en sus mejores tiempos. La paradoja del torero de Salteras, tan afortunado en los sorteos, su baraka mágica y su espada sin filo. Mato mal como en aquellas puertas grandes que se dejó en Madrid pero toreó como una sombra de lo que fue. En el cuarto pasó sus fatigas para ahondar en naturales o redondo. Y acabó con un desplante lanzando la muleta al suelo. Quizás era un símbolo de su adiós afectuoso para con Logroño, que este miércoles lo mimó desde que se abrió de capote tras el homenaje de los Chopera.
Con el primero de su lote, que se lastimó en un volatín en el primer tercio y que apenas se sostuvo en la faena, mimó su cadencia con la mano izquierda. Esos momentos de gloria que nos conducen al arcano de los sueños. También pinchó. El sino del maestro en su despedida.
Luis David cortó una oreja tras un fulminante espadazo al tercero. Un toro que también hizo un derroche de clase. Se amontonaron los lances como en una sucesión automática de muletazos. Toreó mal, no. Toreó largo, sí. Hizo el toreo, no. ¿Por qué? Tiene tanta técnica que es como un televisor lleno de botones, como aquellos relojes Casio científicos. Los ves una vez y flipas. Al día siguiente te parecen la cosa más vulgar que uno se puede echar a la cara. Algo así. El toreo sin sentimiento, como si fuera álgebra o trigonometría.
Toros de El Parralejo, bien presentados. La corrida más pareja y seria de la feria. Noble, con bravura y de encastada nobleza. Destacó el quinto, merecedor de una vuelta al ruedo que no se le concedió. (1°, de gran clase y lesionado en la lidia; 2°, noble y con recorrido, gran pitón izquierdo; 3°, con clase y transmisión; 4° bravo y encastado; 5°, sensacional en todos los tercios y de gran trapío; 6°, deslucido).
El Cid palmas y vuelta al ruedo.
Juan Leal vuelta al ruedo y oreja y dos vueltas al ruedo.
Luis David oreja y silencio.
Plaza La Ribera, media plaza (3.800 espectadores, datos de la empresa). Tarde de agradable temperatura. Quinta y última de abono. El Cid recibió una estatuilla de la empresa en reconocimiento a su trayectoria.
Estoy muy feliz porque ha sido una gran corrida de toros. Para nosotros era una de las tardes más importantes de la temporada y muy especial porque era nuestro debut como ganaderos en La Rioja». Así se expresaba Sergio Núñez Salvatierra, conocedor y mayoral de El Parralejo.
–¿Cuál ha sido el toro que más le ha gustado?
–Ha habido varios, pero el quinto ha tenido muchas cosas buenas. Se ha entregado en el caballo y luego en la mueleta ha tenido mucha clase. Es lo que buscamos, la profundidad en la embestida y que vaya hasta el final en la mueta. Ha sido un toro muy bueno y completto. Creo que se merecía la vuelta al ruedo. También me ha gustado el cuarto, el tercero y el segundo. Quizás el primero se ha venido abajo porque ha acusado la voltereta.
–¿Eran de diversos sementales?
–Sí, como le digo era una tarde muy especial en la ganadería y hemos buscado la variedad, abrir al máximo los lotes con la idea de que no dependiéramos de un solo reproductor.
–¿Cuál es el origen de la ganadería?
–Básicamemente comenzamos con sementales de Fuente Ymbro y también de Jandilla. Poco a poco hemos ido sacando nuestros propios sementales para hacer el toro que más nos gusta. Es una labor muy complicada pero la corrida de esta tarde ha sido vital para testar el camino en el que estamos.
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