Los sanmateos antes molaban. Incluso el verbo molar molaba. No sé si era por Manolo Sainz, José Luis Bermejo o por que en aquellos días contaba con un manojo años, no demasiadas obligaciones y muchas expectativas. Existían los chamizos de verdad, con cuartos oscuros y ... promesas de pecado siempre soñadas y en pocas ocasiones cumplidas. También se elaboraba un zurracapote con la mezcla de veinte recetas particulares y que siempre acababa picándose. Y se salía con la devoción del agricultor que esperaba las fiestas de su pueblo para desquitarse de todo un año de hastío y nulo ocio. Un ilustre personaje logroñés se despedía de su mujer el día 20 de septiembre dejando una escueta nota en casa: Nos vemos el 26.
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En esos siete días podía pasar casi de todo. La fiesta para los jóvenes era continúa, machacona e interminable. Los bares hacían caja lunes, martes, miércoles y jueves, además del fin de semana. Nadie dejaba para mañana lo que podía beber hoy. Y luego se volvía a empezar, sin conocer el significado de la palabra resaca.
La formación vital de muchos logroñeses tenía tres hitos. De Gorgorito se pasaba a las barracas de Las Gaunas y luego a la calle Mayor. Cuando se llegaba a ese momento, sin horarios ni restricciones, se podía decir que esos sanmateos molaban. Mejor dicho. Los que molábamos éramos nosotros, más delgados, sin canas, ni novias fijas (porque ellas no querían) y con mucha jeta. El programa de las fiestas tenían diariamente un agujero entre las 9.00 y las 21.00 horas. De los encierros por Doce Ligera (inexistentes ahora) con los que acabar la noche se pasaba al previo de los conciertos (infames ahora). El resto del día se pasaba durmiendo o dormitando en casa. El programa se perdía en los bares, con algunas leves incursiones a alguna degustación. El ocio no necesitaba de programación ni alicientes.
A día de hoy, trato de aferrarme a algún resto de esos maravillosos naufragios de San Mateo, pero apenas quedan las cenizas. Ya no hay vorágine, a excepción del fin de semana, y cada día pasa con más pena que gloria. Por muchas actividades que se organicen, nadie va a restituirnos esos recuerdos de nocturnidad y alevosía. Quedan los vermú-toreros, la colección de clásicos del Brieva y la actitud de unos cuantos irredentos. Pero los sanmateos, en una época de ocio obligatorio y sin descanso, ya no molan tanto.
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