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El Sitio de Logroño de 1521 lo eclipsó todo. El triunfo de la ciudad y de sus gentes sobre el general Asparrot, que se conmemora cada 11 de junio, festividad de San Bernabé, hizo olvidar buena parte de lo que había ocurrido durante los ... años anteriores, que no fue poco. Y si la Guerra de las Comunidades tuvo su punto y final, a sangre y fuego, el 23 de abril de ese mismo 1521 en la batalla de Villalar, los primeros conatos de la revuelta comunera habían surgido dos años antes en... Logroño.
La relativa paz de la que Castilla y Aragón habían disfrutado durante el mandato de los Reyes Católicos quebró en los primeros años del siglo XVI, a causa de una concatenación de malas cosechas y de epidemias que diezmaron la producción agraria. Tampoco ayudaba la fuerte presión fiscal a la que estaba sujeta la población, lo que provocó un clima de malestar, agravado por las continuas disputas que el pueblo llano también mantenía ante los abusos de nobles y terratenientes.
Arrastraba además la Corona de Castilla una notable inestabilidad política desde la muerte de Isabel la Católica, en 1504, bajo el mando del aragonés rey Fernando, la inesperada muerte de Felipe I el Hermoso y la incapacidad de Juana la Loca. Cuando en el otoño de 1517 desembarcó procedente de Flandes el nuevo rey Carlos I, nieto de los Reyes Católicos e hijo de Felipe y de Juana, los recelos aumentaron todavía más.
El joven monarca apenas sabía hablar castellano, desconocía las costumbres de los territorios hispanos y, además, llegaba rodeado por una corte de nobles y clérigos flamencos, lo que provocó el descontento de las élites sociales castellanas, que temían perder su autoridad. El disgusto fue calando también entre las capas más populares, alentado por predicadores de diferentes órdenes religiosas. Era cuestión de tiempo que se desatase una insurrección.
Confirma el historiador británico Edward Cooper que «la primera manifestación física de la rebelión de las comunidades fue el alboroto de marzo de 1519 en Logroño, cuando la casa del contador del conde -se refiere a Juan Ramírez de Arellano, III conde de Aguilar de Inestrillas y señor de los Cameros- fue derribada por el populacho», si bien los insurrectos también hostigaron el monasterio de Valcuerna (Valbuena), extramuros de la ciudad. Hace justo cinco siglos de aquel levantamiento.
No eran nuevos los conflictos de los logroñeses con los Ramírez de Arellano pero en esta ocasión, ante la gravedad de los disturbios y por miedo a que se extendieran, envió la Corona al licenciado Rodrigo Ronquillo para que pusiera paz. Ronquillo -que con posterioridad tendría un papel destacado en la derrota final de los comuneros- se presentó en la ciudad, realizó las oportunas pesquisas, y viajó a Soria, donde también había prendido la chispa.
Días después, el licenciado Ronquillo presentó su informe ante la Cámara de Castilla: «Hallé a los de Logroño que procuran decolorar sus delitos diciendo que fue hecho a voz de ciudad para excusarse del castigo y de las penas particulares. Yo procuro lo contrario. Y así parecerá en el proceso que (la rebelión) es cosa de particulares».
Transcurrieron los siguientes meses en relativa calma, temerosos los insurrectos de un posible castigo por parte de la Corona. Pero no tenía entonces el rey otro pensamiento que el de ocupar el trono como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, tras el fallecimiento de su abuelo Maximiliano I de Habsburgo. Y como el cargo imperial era electivo y los otros pretendientes (entre ellos Francisco I de Francia) tampoco eran mancos, ordenó el monarca elevar tasas e impuestos para poder contentar así a quienes ostentaban el voto.
Elegido finalmente emperador, Carlos I de España y V de Alemania llegó Logroño el 13 de febrero de 1520, camino de Galicia, donde tenía previsto partir hacia Flandes y ser coronado en Aquisgrán como sucesor de Carlomagno. La ciudad le rindió pleitesía, aún preocupada por las posibles represalias. Mas nada ocurrió.
De nuevo aumentó el emperador las cargas impositivas de sus súbditos, no solo para saldar las deudas que la Corona había contraído con banqueros y prestamistas alemanes sino, también, para que su regreso a Flandes no estuviera exento de fasto y oropel. Un puñado de ciudades comenzaron a rebelarse frente a tan repetidos abusos, insurrección que enseguida prendió en los reinos de Castilla (Guerra de las Comunidades) y de Aragón (Germanías).
Aprovechando el viaje del rey fuera de España y la regencia de su maestro (y futuro Papa) Adriano de Utrech, la revuelta comunera estalló en Toledo a mediados de 1520, que paulatinamente secundaron Ávila, Toro, Segovia, Salamanca, Palencia, Medina del Campo, Valladolid, Burgos...
La batalla de Villalar puso fin a la Guerra de las Comunidades el 23 de abril de 1521, donde las huestes partidarias de Carlos V, muy superiores en número, aplastaron sin compasión a los comuneros. Al día siguiente, los tres cabecillas más destacados del bando insurrecto, Padilla, Bravo y Maldonado, fueron sumariamente ejecutados por orden del licenciado Rodrigo Ronquillo, el mismo alto funcionario que, un año antes, había pacificado la actual capital riojana.
Entretanto, mientras en Logroño seguían tentándose la ropa por lo que pudiera ocurrir, otras poblaciones riojanas no se anduvieron con tantos remilgos. En septiembre de 1520, se alzó Haro contra el condestable de Castilla, quien respaldado por tropas llegadas de Vitoria disolvió el Concejo días después y ordenó a la milicia que quien armase el menor alboroto «fuera reo de muerte».
En Nájera no fueron mejor las cosas. El 14 de septiembre, se amotinaron los vecinos contra el duque de Nájera, ahorcando a un criado hidalgo del entonces virrey de Navarra y saqueando varias casas de sus partidarios. Tras proclamar la comunidad, los rebeldes expulsaron a las autoridades y tomaron el castillo y otros baluartes de la ciudad. Sabedores del motín najerino, Uruñuela, Huércanos, Camprovín y Matute se unieron a la causa. Poco iba durar la aventura.
En cuanto Antonio Manrique de Lara y Castro, II duque de Nájera, tuvo noticias de la revuelta, se presentó en la ciudad con un nutrido ejército. Mas como su ultimátum fue respondido por la artillería comunera, entró en Nájera a golpe de horca y cuchillo sin respetar ni a personas ni propiedades. Tampoco le tembló la mano a Manrique de Lara a la hora de ahorcar a un puñado de cabecillas, pese a las demandas de clemencia del corregidor logroñés y de otros alcaldes de la comarca.
Visto lo visto, optó Logroño por no embarcarse en gestas arriesgadas y mantener su neutralidad. Y fue entonces, tras la derrota comunera en Villalar, cuando Asparrot entró en escena. El 25 de mayo de 1521, las tropas del rey galo Francisco I, comandadas por André de Foix, asediaron la ciudad tras conquistar Navarra sin apenas oposición.
Lo sensato hubiera sido aguantar en Viana vigilando la frontera con Castilla y el Ebro como muga, pero el inexperto Asparrot quiso ganar méritos ante el monarca -amante de su hermana Françoise de Foix-, y en Logroño labró su derrota. La resistencia de la ciudad ante el asedio francés supuso el olvido de las afrentas de 1519 y, además, obtener el favor de Carlos V, que lo agradeció en su visita de 1523.
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