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Han pasado 500 años de la concesión de las flores de lis al escudo de la ciudad de Logroño por el emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, pero seguro que ese solemne acto se llevó a cabo de la ... misma manera en la que se sucedió su representación: con un Logroño abarrotado de gente.
Las primeras horas de la tarde de ayer no auguraban buenos presagios. Tal y como ha venido ocurriendo durante todas estas fiestas de San Bernabé, los logroñeses miraron al cielo para ver si la lluvia amainaba. Y lo hizo. Aunque retrasó un poco las actividades programadas para la jornada de ayer entre las que destacaba la recreación histórica de la llegada del emperador a la ciudad, que partió desde la plaza de San Bartolomé. Encabezado por los personajes más relevantes de aquella época entre los que se encontraban los corregidores, regidores y diputados, Carlos V fue cruzando las calles principales del casco antiguo logroñés ante los miles de transeúntes que las cruzaban. Y es que, una vez que la lluvia paró, la gente volvió a inundar las calles, terrazas y establecimientos del centro de la capital riojana en los que no cabía un alfiler. Muchos optaron por portar su paraguas mientras que otros valientes decidieron salir más ligeros dada la buena temperatura tras una tormenta que ensombreció un poco el día del patrón. Lo que sí que es cierto es que, finalmente, el tiempo respetó pero retrasó el desarrollo del recorrido de Carlos V por las calles de Logroño.
Pasadas las 19.00 horas –cuando se tenía prevista su llegada a las 18.30 horas– el emperador y su séquito pusieron fin a su ruta en las murallas del Revellín. Se subió a su trono mientras cientos de logroñeses esperaban su llegada en las gradas previstas a los lados del aparcamiento. Comenzó la recreación de la recepción con las personalidades riojanas de la época, a la vez que el pueblo aplaudió con ahínco la presencia del monarca.
Una vez finalizaron las presentaciones, se procedió a una exhibición de bailes renacentistas así como al reparto de vino especiado por la Cofradía del Vino de Rioja. Sirvió para abrir boca ya que muchos de los espectadores pusieron rumbo, tras finalizar la recreación histórica, a la calle Portales, Laurel o San Agustín. Por el contrario, otros prefirieron hacer un alto en el camino junto al monumento de la Valvanerada para disfrutar del recital de un juglar, que animó a grandes y pequeños. Otra de las opciones elegidas fue la de hacer las últimas compras de las fiestas en los diferentes puestos de artesanía repartidos por las calles del centro histórico.
Mientras tanto, en el coso de la Ribera, se celebraba el tradicional festejo taurino en cumplimiento del voto de San Bernabé. Desde las seis de la tarde, los recortadores exhibieron su habilidad con los quiebros y los saltos, y los aficionados disfrutaron con la demostración de toreo y con la suelta de vaquillas.
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