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Miércoles, 12 de febrero 2020, 12:30
Aunque Rosa Chacel (Valladolid, 3 de junio de 1898-Madrid, 27 de julio de 1994) sea una escritora estrictamente contemporánea de la Generación del 27, todavía la crítica no ha sido capaz de encajarla debidamente en el lugar que le corresponde dentro del grupo. Hay ... razones para ello. Nacida en 1898, el mismo año que Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre y Federico García Lorca, en realidad su obra poco tiene que ver con la 'marca' del 27, un sello fundamentalmente poético basado en la amistad, la complicidad y la cercanía ética y estética de un conjunto de autores que no tiene réplica en la historia de nuestra literatura.
La obra de Rosa Chacel, que nos ha ido llegando siempre a trompicones, a manotazos, abriéndose camino a través de la dificultad, tiene otras connotaciones. Su independencia, por una parte; sus circunstancias personales y familiares, por otra, y finalmente su propio concepto de la cultura y de la escritura la llevaron a un lugar diferente dentro del panorama literario. Una dimensión mucho más cercana, por ejemplo, al pensamiento de Ortega y Gasset -magisterio compartido con su querida María Zambrano-, pero también muy relacionada con otros 'versos sueltos' de aquel primer tercio del siglo XX, como Ramón Gómez de la Serna o Juan Ramón Jiménez; o como algunos autores de la generación anterior, la del 98, fueran Ramón del Valle-Inclán o Miguel de Unamuno. Su propio periplo vital en intelectual por Roma y Berlín, antes de la guerra, y por Francia, Grecia y Brasil, entre el conflicto y el exilio, la ayudaron a cobrar una visión de Europa, y del mundo, muy distinta a las de sus contemporáneos, los poetas de la Generación del 27.
Si Ortega le encargó la biografía de Teresa Mancha, la amante de Espronceda, o Juan Ramón le prologó su libro de sonetos «A la orilla de un pozo», no podemos olvidar que el gran Nikos Kazantzakis, un auténtico emblema del pensamiento y de la literatura griega del siglo XX, la acogió en su casa en los convulsos y complicadísimos años del primer exilio. Con el paso de los años, cada vez hemos podido ser más conscientes de ese hilo secreto que su escritura ha guardado con tantas y tan grandes personalidades de la cultura española y europea de aquel momento, hasta conformar un estilo, seguramente incatalogable, que con frecuencia ha sido el peor enemigo de la escritora a la hora de situar su obra.
En plena era de Internet, la correspondencia entre Rosa Chacel y otros personajes de su tiempo, fundamentalmente mujeres -ahora con la poeta catalana Ana María Moix-, que nos va llegando en forma de libro, nos va definiendo cada vez con mayor nitidez la dimensión y la verdadera estatura literaria de la autora de 'Memorias de Leticia Valle', 'Barrio de Maravillas' o 'La sinrazón'. Un hilo fino, discreto, sin grandes titulares ni estridencias, con el que está cosida una parte imprescindible de nuestra cultura, eclipsada tal vez por los grandes nombres consignados en los libros de texto. Merece la pena no sólo prestarle atención, sino también reivindicarlo, por todo lo que tiene de significativo, de señero, de auténtico, en referencia a una época de oro de nuestra literatura. Tantos nombres y, a veces, tan poca memoria.
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