
«El río formaba parte de la vida diaria en el Logroño histórico: prestaba su fuerza motriz a los batanes, molinos y pequeñas industrias a ... través de un desvío de la corriente principal, el Ebro Chiquito». Así lo recuerda el arquitecto urbanista Jesús López-Araquistain en su imprescindible 'Logroño dibujado', quien llegado al tramo de «entrepuentes» tira de memoria para reflejar que el río proporcionaba espacios libres para mil necesidades de una ciudad constreñida por las murallas.
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Lejos quedan las imágenes en las que las lavanderas extendían la ropa recién aclarada en el antiguo soto, entonces despojado de arbolado. Y otras tantas que forman parte ya del álbum de fotos de una ciudad en blanco y negro. Tras los ensanches, la situación cambió radicalmente, y a mediados del siglo XX el entorno del Ebro se había convertido en un espacio de lo más degradado.
Había que hacer algo, y lo cierto es que, aunque se tardó, parece que funcionó: el parque del Ebro vino a ser la solución, «eliminando el Ebro Chiquito y separando claramente la zona inundable del resto (con un tratamiento muy naturalista, con vegetación de ribera y facilitando incluso el anidamiento de cigüeñas)», escribe el citado y excepcional guía.
Jardines con paseos, praderas y arbolados se entrelazan entre recuerdos como la chimenea, la cual pertenece a los restos de un conjunto de edificaciones con distintos usos tales como molino harinero y fábrica de luz (aguas abajo, y pasado el puente de Piedra, aparece la central hidroeléctrica, actualmente en servicio, donde otrora se ubicase otro molino) para terminar en el yacimiento arqueológico de Valbuena –con asuntos pendientes como el aparcamiento o la propia calle Norte, amén de San Gregorio, y polémicas pasadas como el traslado del frontón del Revellín–.
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La pasarela peatonal, el puente de Hierro y el de Piedra se abren paso en la zona donde comenzó la verdadera integración de la ciudad con su río. El parque del Ebro, «espacio verde con funciones de conservación del ecosistema fluvial, defensa hidráulica y lugar de encuentro», desde donde se divisan tanto las bodegas Franco Españolas como la Casa de las Ciencias, el antiguo matadero rehabilitado; dos 'dotaciones', una privada y otra pública, que centran el interés en el actual paseo Manso de Zúñiga.
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