El otro puente, veinte años atrás
La retina de la memoria ·
La caída de Mantible recuerda otro desmán patrimonial logroñés: la destrucción de los restos a los pies del Puente de PiedraSecciones
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La retina de la memoria ·
La caída de Mantible recuerda otro desmán patrimonial logroñés: la destrucción de los restos a los pies del Puente de PiedraA veces los recuerdos vienen a pares. Como que se juntan, se alimentan y se refuerzan. Esta semana, mientras el Puente de Piedra enfilaba el final de su última gran reforma, el último arco riojano de Mantible se venía abajo. Y ocurre que para los ... logroñeses de mediana memoria (no mucha, la que llega a veinte años atrás) la suma de «desastre patrimonial» y «Puente de Piedra» resulta particularmente dolorosa.
Corría el año 2000; el alcalde era Julio Revuelta, apenas asumido el cargo unos meses antes tras la marcha de José Luis Bermejo a Madrid. El cruce a los pies del Puente de Piedra era un lugar habitual de atascos, así que el Consistorio aprobó un proyecto de los que se suelen vender bien en las elecciones: un túnel entre San Francisco y San Gregorio, con una rotonda encima.
Lo malo es que ahí, por donde el túnel debía pasar, había algo. Algo: los restos de las fortificaciones que en su día defendieron esta orilla del Ebro; restos de torreón, lienzos de muralla, mucho más de lo que cualquiera hubiera esperado.
El hallazgo pronto degeneró, como todo, en bronca política, mientras las máquinas aprovechaban. El arqueólogo encargado de supervisar los trabajos, Pedro Álvarez Clavijo, contaba en aquellos días que antes de que se levantara la polvareda, hacia el mes de julio, las excavadoras ya se habían llevado por delante 12 metros de muralla del siglo XVI. Y también algo peor: que cuando los hallazgos se hicieron públicos, la obra no paró en un principio, sino que aceleró.
Y allí fueron cayendo partes de la historia de nuestra ciudad, mientras políticos de cuyo nombre es mejor no acordarse hablaban de «unas piedras» y «unos cimientos», a pesar de que puertas y ventanas eran bien visibles entre el barro de la obra.
Eran, creía entonces el arqueólogo, los restos de la que ya en el siglo XVI se llamaba en Logroño «La Torre Vieja», una de las que figuran en el escudo de la ciudad.
Pero además de lo más grande, iba a desaparecer también lo más pequeño, que muchas veces resulta ser lo de más utilidad: los «materiales de relleno», la tierra en la que un arqueólogo encuentra desde monedas a balas de cañón, piezas de todo tipo que hablan como un libro abierto a quien sepa mirar. Todo eso se fue al olvido, entre paladas de la excavadora.
Al final, como paliativo, el ayuntamiento decidió extraer los sillares de la parte más llamativa del torreón. Ahora siguen en el Parque de servicios del Ayuntamiento. Tapados, olvidados y sin un destino claro, y ninguno honroso.
Quizá allí estén mejor: así los logroñeses podrán olvidar una de las mayores vergüenzas cometidas sobre la memoria de su pasado.
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