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Carmelo Estefanía y María José Casado se apoyan orgullosos en su 'tronco'. Y es que no todos los días un partido político 'ruega' en un pleno municipal que se proteja la planta de la que presumes en tu balcón. «En el número 2 de la calle Torremuña de Logroño hay una parra que nace desde la acera y cuenta con casi 60 años de antigüedad. Cuando se construyó el edificio, en torno a 1959, sus propietarios la plantaron y ha llegado hasta nuestros días. Es un hecho singular y la comunidad nos ha trasladado su petición para que se ponga en valor y se proteja esta planta de la vid», pidió el concejal del PR+, Rubén Antoñanzas, al conjunto de la corporación local.
Carmelo y María José son marido y mujer. Él, natural de Albelda de Iregua, hizo un injerto siendo adolescente poco después de la construcción de un edificio familiar entonces a las afueras de la ciudad. «Bueno, primero planté la raíz -adquirida en Viveros Alonso, junto a las vías del tren- siguiendo la tradición agrícola de La Rioja de colocar una parra en la calle, junto a la fachada de las viviendas», recuerda. Corría el año 1963 y la zona, en aquellos tiempos, no tenía nada que ver con el actual barrio ni con la plaza Primero de Mayo en cuyos límites se ubica. Se trataba de un casi descampado que aprovechaban para arreglar tractores y cosechadoras.
Y es que, de entonces, tan solo se mantiene Comercial Estefanía, unos talleres de maquinaria agrícola fundados por el padre de Carmelo en 1928, cuyo escaparate ocupa la parra. La misma, a día de hoy, trepa hasta el primero y hasta el segundo piso y, aparte de ornamental, deja entre 50 y 60 kilos de uva 'moscatel de Roma'. «¡No veas qué racimos!», dicen ambos. La planta, a estas alturas, es considerada una más de la familia. «Yo me encargo de podarla y escardarla...», explica Mari Jose. «Y yo de recogerla», apostilla Carmelo. «Nos tiramos dos meses comiendo postre e incluso repartimos a vecinos, conocidos y amigos», aseguran. Y eso que en su día no lo tuvieron nada claro. «Plantó cuatro y solo salió ésta», confiesa la mujer. Pero la que prosperó, mereció la pena. «¡Y vaya que sí!», añade él.
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