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Su silueta marrón forma parte del paisaje del cementerio de Logroño, ayer ya impregnado de flores. La vida de los Hermanos Fossores transcurre dentro de sus muros. Estos días en los que el camposanto se vuelve a llenar de vida se les ve ir ... y venir, atendiendo todos los pormenores y cuidados que van surgiendo, aunque en realidad mantienen esa atención todo el año. «Nuestra labor es custodiar el cementerio las 24 horas», resume el hermano Alberto Agustín, el superior de esta orden, discreta hasta en su aniversario. Hace tres años celebraron su 50 aniversario desde su llegada con el cometido de velar el cementerio de logroñés asaltado por entonces por un ladrón de tumbas y la fecha pasó sin grandes celebraciones.
Ellos están a otra cosa. Desde entonces Fray Alberto ha asistido a cientos de enterramientos y ha convertido el camposanto en su hogar. Para él todos los días son de difuntos, pero en el sentido menos triste del término: «Hemos sido creados para la otra vida no para esta. La muerte no existe, es un paso», mantiene.
Lo que más preocupado le tiene estos días es la misa del próximo viernes. Irá el alcalde, Pablo Hermoso de Mendoza a quien, por cierto, ya conoce personalmente, y lo que más le inquieta es que llueva. Aprovechará la visita para conocer al resto de la Corporación y quizá les recuerde una vieja demanda: «Necesitamos un nuevo crematorio. La actividad ha aumentado y los dos en funcionamiento no dan a basto..., el problema es que no debe haber dinero». La vida es tranquila en el camposanto, pero lo cierto es que tampoco saben lo que es aburrirse. «¿Aburrirnos? ayudamos en los entierros, acompañanos a las familias, cuidamos de las sepulturas, atendemos la oficina...». Y, si llega el caso, y no hay tarea, «pues rezamos», por los vivos y los muertos.
Llegaron a ser quince, hoy son tres. Y, a pesar de los problemas para un relevo generacional, confían en que la congregación resista. Hay personas que se han interesado, aunque luego no se han quedado. El último un polaco que convivió con ellos tres meses, pero terminó por irse. «Yo entiendo que vivir en un cementerio no es normal», admite Fray José, de 55 años (el tercero, Fray Juan tiene 65), quien un día en su Córdoba natal vio un video de los Fossores que lo sedujo. Él sin embargo es la prueba de que aquí sí se puede ser feliz: «Para mí esto es el paraíso. Los árboles, las capillas de la zona más vieja..., estoy feliz». No se siente separado del mundo: «Suelo ir a Logroño, hago la compra, a misa de Santiago». Solo un problema: «No pude ir al entierro de mi madre, aquí hay tarea y somos tres...».
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