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Un día como ayer de 1930 Gumersindo Cerezo abría una pequeña librería que, con el paso de los años se ha convertido en una referencia de la cultura en Logroño. Librería Cerezo tiene sus orígenes en la plaza San Bartolomé, pero fue en ... su nuevo emplazamiento en Portales, primero en el 29 y luego en el 23, hace más de 60 años, donde han logrado mantener la fidelidad con el cliente sin permitir que el bullicio de bares del entorno altere su esencia. «El afán de mi abuelo era llevar la cultura a todas partes; yo lo recuerdo pendiente siempre de las últimas novedades literarias, enviaba miles de enciclopedias a América y aquí supo hacerse con una clientela cuyas generaciones siguen viniendo a comprar», constata Irene Cerezo, tercera generación y actual propietaria.
Noventa años dan para mucho. Iniciada la Guerra Civil, y como librería religiosa en sus comienzos, tuvo que pasar no pocas adversidades. También ha sobrevivido a una dictadura, el nacimiento de un estado democrático y a la era digital. Pero gracias a la entrega de la familia Cerezo, incluida Pilar Cerezo e hija del fundador, el negocio siempre se ha mantenido a flote. «Nunca hasta ahora habíamos cerrado la tienda, ni siquiera en época de obras». Pero ha tenido que llegar el coronavirus para que, por primera vez, una de las tres librerías más antiguas de la ciudad cerrase sus puertas. Lo que no evitó el virus fue que la gente siguiera deteniéndose delante de su popular escaparate, en constante cambio y lugar de visita obligada para conocer las últimas novedades literarias. «Siempre hay gente parándose, turistas, caminantes.... En todos estos años nos ha pasado de todo. Hace 25 un hombre reparó en la portada de un premio Planeta en el que aparecía una mujer desnuda, entró compró todos los que había dentro y uno de ellos lo rompió por la mitad delante nuestra».
Las anécdotas se suceden en esta librería que ya camina hacia el centenario. Por sus estanterías han pasado clientes ilustres como el doctor Castroviejo cuando volvía con sus alumnos de América o el propio Paco Martínez Soria, habitual de la ciudad mientras su hijo estuvo en el Seminario. La familia tiene a gala la fidelidad de sus clientes, pero también la de sus empleados, la mayoría que han estado toda su vida laboral en Cerezo. «Muchos han entrado con 14 años y han seguido hasta jubilarse, el último Juan Manuel Benés», señala orgullosa Irene, que hoy se hace cargo del negocio con el reto de recuperar «el protagonismo que se merece» ese gremio. «Ya lo último es que vienen a hacer fotos de los libros del escaparate para luego descargárselos», señala impotente.
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