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J.A.L.
LOGROÑO.
Domingo, 17 de marzo 2019, 08:41
Experto en resurrecciones, Conrado Escobar protagoniza estos días un nuevo capítulo en una carrera política muy pródiga en meandros, que le han llevado a desembarcar en todos los puertos donde un dirigente riojano puede acabar atracando: así en el Ayuntamiento de Logroño como en el ... Gobierno regional, pasando por distintos cargos en Madrid, del Congreso al Senado. Un perfil incombustible que concita a su alrededor un cierto número de detractores, aunque no tan elevado como el formado por quienes le tienen en alta estima y le juran apoyo eterno. Esa cifra de incondicionales que suma desde ayer nuevas aportaciones: las de quienes temen por su futuro político y se pasan hoy al bando ganador. Ganador al menos en el pulso interno. Si Escobar llega o no a ser también alcalde de Logroño, lo dirán las urnas de mayo. Pero de momento ya ha atrapado la primera parte del sueño por el cual se postuló en los últimos meses: ser candidato a alcalde de su ciudad.
Quién lo iba a decir esa fría mañana de diciembre, día de los Inocentes (nada menos) del 2018, cuando su jefe tuvo que llamarle por teléfono y pedirle que se sumara al acto donde Pablo Casado iba a proclamar al propio José Ignacio Ceniceros como candidato al Gobierno regional y a Cuca Gamarra, para infortunio de Escobar, número uno por Logroño. A él se le había prometido por activa y por pasiva, así en Génova como en Duquesa de la Victoria, que sería quien ocupase ese puesto. Una promesa muy sólida desde que se alineó con Casado en las primarias y llenó de votos para su candidato las urnas de La Rioja, una movilización semejante a la que protagonizó con ocasión de otras elecciones internas: las que llevaron a Ceniceros a derrotar a Gamarra en el congreso de Riojaforum.
Pero en ninguno de los dos casos Escobar recogió en primera instancia la recompensa que, como pensaba pero no verbalizaba, merecían sus desvelos. Ceniceros situó en su equipo más cercano a otro grupo de colaboradores y luego Casado acabó decantándose en favor de Gamarra, a quien llevó a su gabinete en la sombra tras relevar a Rajoy, como candidata a retener el Ayuntamiento.
Escobar penó en silencio sus desdichas, aunque no tardó demasiado tiempo en ponerse de pie de nuevo: le ayudaron los genes que en su particular ADN político ha forjado una biografía rica en caídas y reinvenciones. Ninguna tan rocambolesca como la firmada ayer, luego de unas horas frenéticas en los fogones del PP. El martes, el ahora candidato por Logroño lucía sonrisa dentífrica mientras acompañaba a Casado por las calles que conducen al Círculo. Venían de almorzar en Cenicero con la cúpula de su partido en La Rioja, una cita donde Escobar, según su carencia de cargos en el PP regional, desentonaba. Pero tenía sentido su presencia porque los movimientos tectónicos en las entrañas de Génova discurrían de una manera que (ahora sí) conspiraba en favor de sus aspiraciones. Dos días después, el jueves, se desencadenó la operación a escala, esas piruetas que llevaron a Gamarra a regresar de un apresurado viaje a Madrid confirmando lo que algunos de sus fieles ya se olían desde el miércoles: que se marchaba de aspirante al Congreso. Y que el sustituto natural era Escobar. Quien le acompañó el viernes en su comparecencia ante la prensa para corroborar entre lágrimas su candidatura a la Carrera de San Jerónimo, uno más en el coro de dirigentes populares que callaron entonces lo que todos sabían: que al día siguiente se escribiría otro capítulo en el manual de resistencia que lleva la firma no de Pedro Sánchez sino de Conrado Escobar. El náufrago que se convirtió en Robinson y ya conoce qué quiere ser de mayor. Alcalde de Logroño. De momento, ya es candidato. Un reto igual de difícil que salir elegido alcalde.
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