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Justo Rodríguez

El Ebro que mira a Logroño

Diario LA RIOJA recorre los cinco kilómetros 'urbanos' del río al que debe su origen la ciudad y repasa unos usos que han ido evolucionando a lo largo del tiempo

Domingo, 23 de marzo 2025, 08:00

Nuestras vidas son los ríos, dejó escrito el poeta, y hoy, en pleno siglo XXI, cabe preguntarse de manera más prosaica qué si no es ... el Ebro para Logroño. A nadie se le escapa que el origen de la ciudad está ligado a un punto de paso de una a otra orilla, donde resultaba fácil tender un puente, construcción que forma parte del escudo de la hoy capital de La Rioja.

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Que su topónimo proceda de 'gronio', raíz celta que significa vado, haciendo referencia a su nacimiento junto a un lecho con fondo firme y poco profundo, no es ni mucho menos casual. Sin embargo, pese a ello, la relación de Logroño con su río no siempre ha sido cara a cara.

A la situación actual se llega aprovechando el Ebro como «hilo conductor» de una serie de parques y espacios de ocio que han protagonizado una buena parte del urbanismo logroñés de los últimos 30 años. De ello dio cuenta Jesús López-Araquistain a punto de cambiar de siglo en la obra colectiva 'Ríos y ciudades', donde deja claro que a pesar de la fuerte vinculación entre el origen de Logroño y el Ebro, «la tendencia dominante ha sido la de abandono y degradación de los espacios de ribera».

  

Quien fuese arquitecto urbanista del Ayuntamiento durante más de 35 años, coautor del actual Plan General Municipal y privilegiado guía, concluía entonces que «al dar la espalda al río, la ciudad lo convirtió en patio trasero, albergando una mezcolanza de usos», si bien pronosticaba que con los nuevos planteamientos previstos «el río tendría un protagonismo importante en el futuro». Y lo cierto es que, entre idas y venidas, puede decirse que así ha sido. Visto con el tiempo, se pensó que «la formación del parque de ribera en la orilla derecha, o las instalaciones deportivas en la izquierda, jugarían un papel fundamental» y la realidad es que el paso de los años ha venido a darles la razón.

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El parque del Ebro, en 1993, fue el inicio de todo. El comienzo en el que Logroño, de verdad, miró de cara al río... para vivirlo. A partir del éxito del citado y primer espacio verde, el objetivo que se planteó era conseguir un recorrido peatonal continuo hasta la desembocadura del Iregua, el que hoy se puede disfrutar y está plenamente consolidado.

A la situación actual se llega aprovechando el cauce como «hilo conductor» de varios parques y zonas de ocio

No siempre fue así, pues con el derribo de las murallas a mediados del siglo XIX la ciudad siempre creció hacia el sur dejando en torno al río una serie de pequeñas industrias (molinos, bodegas, fábricas...) alrededor de un canal artificial bautizado como 'Ebro Chiquito' (aprovechando el río como fuente de energía), que con el paso del tiempo se fue deteriorando sin freno a la par que recibía todo tipo de vertidos.

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Las riberas, a finales de los años 60, presentaban los más contrapuestos usos, siendo el cementerio el uso institucional más relevante y el de 'La Playa' el más popular, «que había evolucionado de zona de baños informales hasta una verdadera piscina instalada en el cauce». Desde entonces, diferentes planes, y con la ejecución del colector general de la ciudad sustituyendo al 'Ebro Chiquito' ante lo «insostenible de la situación», todo cambió. La necesidad de espacios verdes y de esparcimiento era acuciante... y por fin llegó una visión más global del papel que podía desempeñar el río en la estructura del municipio, «con propuestas concretas de espacios libres en su entorno y rodeando el casco antiguo».

Así, mandato a mandato, superando los dos puentes tradicionales como únicas conexiones, hasta llegar al actual Ebro como sistema lineal de parques; zonas verdes de ribera en la práctica, a uno y otro lado, siendo las actuaciones del Pozo Cubillas y del embarcadero las últimas piezas de un puzle a debate y que bien podría seguir completándose.

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Diario LA RIOJA recorre los cinco kilómetros 'urbanos' del río al que debe su origen la ciudad –5,18 desde 'La Guillerma' al parque del Iregua, sin restar importancia alguna a su tramo hasta El Cortijo– y repasa unos usos que han ido evolucionando a lo largo del tiempo. De convertir el Ebro en «una calle principal de Logroño» se sigue hablando cada cierto tiempo, y siempre con colectivos ecologistas bien atentos para no «domesticar» del todo un espacio natural que en su día se optó con mantener como 'soto inundable' más allá de canalizaciones, defensas y presas. Y todo ello en pro de ambos enfoques: el del fomento de su uso, más o menos recreativo, y el de la conservación de sus valores ecológicos.

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El Ebro fue durante años el límite al norte de la ciudad, tiempos en los que cruzar el río era casi como cambiar de municipio. Bien es cierto que la orilla izquierda siempre tuvo mucho tirón durante la temporada de verano. El uso recreativo al menos de parte de la ribera izquierda y de sus aguas, por tanto, viene de lejos. Más allá incluso de 'La Playa', con sus amables choperas, también de 'La Guillerma' (donde se conserva el pasado industrial que se le dio al río con la antigua harinera y la eléctrica, dos de las varias que hubo), pues también entonces llegaron al entorno instalaciones deportivas y recreativas que se mantienen como el frontón, el camping o la hípica, amén del Mundial 82.

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Hoy, la oferta de ocio popular no tiene nada que ver con la de antaño, pero se trata de uno de los Ebros más conocidos. La pasarela peatonal construida en 1986 hizo tales parajes mucho más accesibles. Y la sustitución de las piscinas en 1993 por el complejo de Las Norias, donde además de piscinas se desarrollaron otras actividades pensadas para el tiempo libre, fue lo definitivo.

El uso lúdico del Ebro se mantiene desde los tiempos de las antiguas piscinas de 'La Playa', si bien la oferta de ocio es hoy incomparable

Lo último en recuperar –aunque los cambios en la morfología del cauce prácticamente lo han inutilizado– ha sido el embarcadero, ya en 2011, pues Logroño estuvo años sin contar con tal dotación por diversas razones, aunque las barcas como tal, esas tan largamente añoradas, nunca han vuelto –sí que los aficionados al remo se dejan ver entre puentes, río arriba, río abajo, poniendo en las aguas la nota de color con sus canoas, piraguas y kayaks–.

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El 'Rincón de Julio', heredero de los viejos merenderos, es parte de esa memoria colectiva de la ciudad a la que se recurre una y otra vez cuando se habla del Ebro. Su lejanía de las zonas habitadas hizo que hasta allí llegase el ferial... sin contar con que también lo haría El Campillo. Todo ello adquiere aún más protagonismo cada domingo, con el tradicional mercadillo que se instala en la zona.

Hitos del citado tramo son la urbanización 'Ciudad de Santiago', donde otrora se ubicase una antigua fundición (de la que se conserva una chimenea de ladrillo) y, sobre todo, la construcción del Cuarto Puente, en 2003, trasladando la carretera de Laguardia y ordenando un sector residencial, el citado Campillo. Al otro lado, se alza El Cubo, con una red de parques en la orilla derecha, completados a imagen y semejanza de lo hecho justo enfrente.

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«El río formaba parte de la vida diaria en el Logroño histórico: prestaba su fuerza motriz a los batanes, molinos y pequeñas industrias a través de un desvío de la corriente principal, el 'Ebro Chiquito'». Así lo recuerda el arquitecto urbanista Jesús López-Araquistain en su imprescindible 'Logroño dibujado', quien llegado al tramo de «entrepuentes» tira de memoria para reflejar que el río proporcionaba espacios libres para mil necesidades de una ciudad constreñida por las murallas.

Lejos quedan las imágenes en que las lavanderas extendían la ropa recién aclarada en el antiguo soto, entonces despojado de arbolado. Y otras tantas que forman parte ya del álbum de fotos de una ciudad en blanco y negro. Tras los ensanches, la situación cambió radicalmente, y a mediados del siglo XX el entorno del Ebro se había convertido en un espacio de lo más degradado.

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Había que hacer algo, y lo cierto es que, aunque se tardó, parece que funcionó: el parque del Ebro vino a ser la solución, «eliminando el Ebro Chiquito y separando claramente la zona inundable del resto (con un tratamiento muy naturalista, con vegetación de ribera y facilitando incluso el anidamiento de cigüeñas)», escribe el citado y excepcional guía.

El parque de ribera, con el del Ebro como primera piedra (y angular), supuso que Logroño dejase de dar la espalda a su río definitivamente

Jardines con paseos, praderas y arbolados se entrelazan entre recuerdos como la chimenea, la cual pertenece a los restos de un conjunto de edificaciones con distintos usos tales como molino harinero y fábrica de luz (aguas abajo, y pasado el puente de Piedra, aparece la central hidroeléctrica, actualmente en servicio, donde otrora se ubicase otro molino) para terminar en el yacimiento arqueológico de Valbuena –con asuntos pendientes como el aparcamiento o la propia calle Norte, amén de San Gregorio, y polémicas pasadas como el traslado del frontón del Revellín–.

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La pasarela peatonal, el puente de Hierro y el de Piedra se abren paso en la zona donde comenzó la verdadera integración de la ciudad con su río. El parque del Ebro, «espacio verde con funciones de conservación del ecosistema fluvial, defensa hidráulica y lugar de encuentro», desde donde se divisan tanto las bodegas Franco Españolas como la Casa de las Ciencias, el antiguo matadero rehabilitado; dos 'dotaciones', una privada y otra pública, que centran el interés en el actual paseo Manzo de Zúñiga.

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Tampoco fue siempre así el tercer y último tramo del río desde Logroño a Varea, ni mucho menos. Ni siempre fue el lugar elegido para que la ciudad viese los fuegos artificiales. Así, si las dotaciones destacan en el primer tramo, con el deporte a la cabeza, y las zonas verdes en el segundo, de La Ribera al Campus se ha consolidado una mezcla de ambos usos.

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La revisión del programa de actuación del PGM llevada a cabo en 1998, última actualización de relevancia del mismo, incluía la incorporación a la ciudad de las huertas de Madre de Dios, destinadas mayoritariamente a parque, aunque albergando también una pequeña zona residencial y edificios institucionales, que formarían la nueva fachada de la ciudad al río.

El reto era dar continuidad al parque del Ebro vía paseo de La Florida y con vistas a la isla, creada en su día por el antiguo azud del molino de Sarasa, hoy minicentral eléctrica. Más parques y jardines con el monte Cantabria como telón de fondo. La universidad, según lo planificado, también participaría en el conjunto. Otros elementos a incluir en el parque fueron la nueva plaza de toros y un palacio de congresos.

Si las dotaciones destacan en el primer tramo y las zonas verdes en el segundo, el tercero, de La Ribera al Campus, ofrece su mezcla

El hoy parque de La Ribera, el mayor de la ciudad y el más ambicioso en cuanto a su contenido, dejó atrás siglos de tierra fértil en la orilla derecha del Ebro –enclave ideal para una extensa zona de huertas, red de acequias incluida–. «Al tratarse de una zona extensa, fue posible plantear una gama variada de tratamientos y temas, que van surgiendo en el recorrido: un espacio de sombra para pícnic (el 'chambao'), un mirador que permite una amplia panorámica, y el gran estanque, los restos de la antigua tapia de la huerta de Santa Juliana, los del molino del Prior, con un destacado ejemplar de pino...», escribe el ya mencionado López-Araquistain.

La plaza de toros cubierta de La Ribera y el palacio de congresos Riojafórum completan el conjunto. Distintos senderos, más o menos próximos a la orilla, conducen, aunque eso vino luego, hasta el parque del Iregua –estando actualmente consolidado–, donde a día de hoy se llevan a cabo las obras del emisario del bajo afluente hasta conectar con la depuradora.

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