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El pasado domingo cerró la cervecería El Dorado de Logroño. Alberto Martín Ramos, su propietario, ha vendido prácticamente todos los elementos propios del bar, desde los cuadros hasta las lámparas. Ayer solo quedaba la máquina de palomitas de maíz después de que la colección de discos, con 1.200 referencias, fuera adquirida por un particular. Porque la música también estaba en venta. Discos de Iron Maiden, Rosendo, Platero y Tú, Motörhead, Creedence Clearwater Revival, Burning... Reliquias en CD en una época en la que impera el 'streaming'. Anteriormente ya vendió la colección de vinilos.
Alberto Martín no quería quedarse con ninguno, aunque muchos estén firmados, porque si se pone a seleccionarlos teme que acabaría quedándose con todos. Se acuerda de los Silencio Absoluto, que presentaron en directo su primera maqueta en El Dorado apenas dos años después de abrir el bar, o de La Vil Canalla, que al final de cada año ofrecía un concierto que arrancaba, nunca mejor dicho, con Pelayo Lavieja entrando en 'Harley' al local.
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Diego Marín A.
«Cuando abrimos, sobre todo en San Mateo, los discos de Platero prácticamente se escuchaban vuelta y vuelta», recuerda Alberto. Él inició su trayectoria hostelera en otro bar mítico de Logroño, el Blue Moon, donde sonaba más jazz, aunque él siempre ha sido rockero. En sus antebrazos luce tatuajes de Iron Maiden. «Descubrí a los Doors, a la Creedence, a Gary Moore... Pero donde estén mis Iron Maiden...», confiesa Alberto. Y también admite que le daba mucha pena vender los discos. «Me da pena volver a ver al grupo que entra los jueves, al de los viernes... girarme y poder poner un disco», admite Alberto, que cuenta cómo la semana pasada acudieron al bar unos chavales de Pradejón y le pedían canciones que pinchar por ordenador «y les parecía surrealista no tener ni USB, pero es que yo solo pincho discos, y antes vinilos», asegura Alberto.
Su deseo era que los discos se fueran todos juntos y que estuvieran cuidados. Parece que habla de una mascota. «Esto es una colección de muchos años, pero trotada», describe Alberto. Y es que tal es la impronta que deja El Dorado que no solo lo ha vendido todo, «es que la gente no me robaba, me pedía permiso para llevarse las cadenas con las que estaban colgados los cuadros y firmé las jarras con las que muchos se tomaron aquí su última cerveza». «Ahora en muchas casas hay pequeños rinconcitos de El Dorado», afirma orgulloso Alberto.
«Cuando empezamos ni existían los CDs, eran todo vinilos y casetes de autoreverse. Muchos nos los han regalado, otros los hemos comprado», explica Alberto, quien indica que su hermano Juan, camarero de El Dorado, es más mitómano: «El único tatuaje que le conozco es la firma de Rosendo en el pecho». «Muchos grupos los he conocido porque te hablan los clientes de ellos, te los apuntas, los escuchas y compras algo de ellos para tener», reconoce. «La gente que ha venido aquí ha sido muy dispar y siempre hemos sabido elegir qué música poner, aunque te pidieran MCD, AC-DC... Pocas peticiones he aceptado y creo que en poco me he equivocado. He ido creando el momento», considera.
Quien ha adquirido la colección prefirió no identificarse pero subrayó por medio del propietario de la cervecería que «no quiere dejar en el olvido los acordes de El Dorado y por eso se los lleva a casa».
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Alfonso Torices (texto) | Madrid y Clara Privé (gráficos) | Santander
Sergio Martínez | Logroño
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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