Secciones
Servicios
Destacamos
En 1899 entraban en la imprenta Hijos de Merino de la calle Portales las galeradas del 'Reglamento de la Cocina Económica', redactado el 3 de septiembre de 1894 y que significa el acta fundacional de una institución que cumple 130 años.
Ese texto de apenas ... 14 páginas plasma las carencias de la sociedad logroñesa y el empeño de unos cuantos prohombres de luchar por paliarlas a través del estómago. Ya desde su primer artículo queda claro la universalidad del empeño, ya que la institución se pone al servicio «de todos los vecinos y transeúntes de la ciudad de Logroño sin distinción de sexo, estado, posición, patria…» para vender «una alimentación sana y barata al obrero, al enfermo y, en general, a todo el que no disponga de los haberes necesarios para su alimentación y la de su familia».
¿Y qué se comía en aquella recién nacida Cocina Económica? Platos saciantes, variados y, por qué no decirlo, económicos cada día: «Arroz a la valenciana, arroz con chorizo, arroz con bacalao, judías estofadas, bacalao a la vizcaína, patatas con asadura, patatas con bacalao, patatas con callos, cocido de garbanzos con verdura, patatas o pasta condimentada con carne, tocino y chorizo o morcilla, ensalada, tomatada, café, caldo y vino».
Mucho arroz, muchas patatas, casquería y el tan salvador bacalao desalado eran la base de una alimentación que costaba «diez céntimos sin pan y quince con él». Más económicas eran las raciones de «ensalada, tomatada, la taza de caldo para los enfermos o el vaso de vino, que costarán cinco céntimos». Eran otros tiempos y, curiosamente, había alcohol en el menú, pero muy controlado: «No se servirá más que una ración de vino por cada una de menestra [así denominaban al pato principal] que se suministre».
La Cocina Económica ya permitía el 'para llevar' tan en boga actualmente y pedía el pago o bien en el propio establecimiento o bien mediante «bonos suministrados por las corporaciones, sociedades o particulares», aunque en este caso los comensales debían «llevar su vasija para transportar la comida a casa». Las raciones se servían en dos horarios, bastante ingleses para nuestra forma de ver actual: con reparto «de once a una por la mañana y de seis a ocho de la tarde».
Otros dos aspectos llaman también la atención. El primero, casi se podría calificar de orden público. «Siendo esta Sociedad de carácter puramente benéfico y habiendo de dedicarse a auxiliar a las clases poco acomodadas, espera confiadamente que los concurrentes al comedor habrán de guardar la compostura debida, no profiriendo palabras malsonantes, ni cometiendo actos que puedan desagradar a los demás, tratando de retirarse cuando hayan comido a fin de dejar su plaza vacante para otro comensal que la necesite».
El segundo, el dedicado a un pilar fundamental de la institución: las Hermanas de la Caridad. A ellas se les encomienda la vigilancia de las despensas, el pesaje de los alimentos o la recepción de productos con «prohibición absoluta de que ninguna otra persona ni sirviente usen las llaves de la despensa y almacenes y mucho menos puedan introducir o sacar género alguno de ellos». También debían comprobar la caja y cuidar de que el establecimiento «esté siempre limpio y aseado», así como lidiar con los proveedores y «hacer el reparto de las viandas, dirigiendo o haciendo la condimentación de estas».
Un trabajo infatigable que las Hermanas de la Caridad continúan realizando de una manera casi idéntica a como el conde de Santa Bárbara, Francisco de Luis y Tomás, Domingo Ruiz de la Cámara o el marqués de San Nicolás la pensaron hace ya 130 años.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.