Esther llega a la cita con Diario LA RIOJA en taxi, acompañada por una amiga porque ya no se atreve a salir sola a la calle. No por la edad, 100 años que no aparenta en absoluto, sino porque «no veo muy bien». Camina de ... forma ágil aunque algunas veces «sufro caídas, como la víspera de mi cumpleaños. Pero como los cardenales no me salieron hasta después, no importa. Ese día lo pasé bomba con toda mi familia», afirma. Y lamenta que necesita que le hablen un poco alto. Lo mismo le pasa a Escolástica, que se acerca al periódico junto a dos trabajadoras del centro de día Gonzalo de Berceo, donde disfruta con la «gimnasia, el bingo, las excursiones a las que nos llevan» y charlando con compañeros que, en la mayoría de los casos son más jóvenes que ella, que ha soplado 101 velas.
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Esther Zárate del Busto y Escolástica Gil Muro compartieron el pasado viernes una conversación entrañable, con recuerdos de buenos y no tan buenos momentos, de cómo fue su juventud y lo que ha cambiado la vida en el siglo que han vivido, en el que han sido testigos de una guerra civil y una mundial o de una pandemia, en la que han pasado de tener cocinas de leña y carbón a la vitrocerámica y de las cartas al teléfono y a la comunicación vía móvil, que ellas no tienen. «¡Cómo no iba a gustar tener un móvil! Pero comprendía que ya a esta edad no era para mí», admite Esther, que sí conoce las posibilidades que ofrece: «Le puedes mandar las fotos a mi sobrina y ella me las hace».
De joven, ella soñaba con otras cosas, como tener un reloj, igual que sus hermanas mayores. «Yo le pedía a mi madre que me comprara un reloj y me decía: 'Cuando te cases'. ¿Sabes cuándo lo tuve?, cuando me casé». Lo mismo le sucedió con su sueño de conocer SanSebastián. Otra vez escuchaba el 'cuando te cases'. Y de nuevo se cumplió. Junto a su marido vio el mar por primera vez allí. Después ha disfrutado del Mediterráneo: «Iba con mis sobrinas a Torredembarra».
Escolástica también tuvo que esperar bastante para viajar, «también a San Sebastián, a Barcelona o a Galicia, porque nos gustaba mucho el marisco.Entonces los viajes eran más baratos». Sus primeros años de vida no fueron fáciles. «Mi juventud fue muy triste. A los 11 años mi padre me puso de pastora. Hasta los 17 añitos fui pastora». Entonces, sacó su carácter y en una época en la que no era fácil hacerlo, le dijo a su padre: «Si quiere, busque un peón que yo no voy a ser pastora ya. Me voy a trabajar a Munilla (vivían en la ya despoblada SanVicente Munilla) a la fábrica de zapatillas Aguirre», en la que permaneció «hasta que en el 50 se bajaron a Calahorra». A ella le hubiera gustado trabajar en esa nueva fábrica, pero no pudo porque su marido se quedaba en Munilla.
Escolástica Gil Mazo
Cumplió 101 años el 10 de febrero
Unos años más tarde, ya con tres hijas, se mudaron a Logroño (su marido se había quedado sin trabajo), donde nació el pequeño. Atrás quedaban esos tiempos de «cocinas de leña porque no teníamos ni carbón».El traslado a la capital supuso una mejoría progresiva, sobre todo a raíz de que el padre de la familia comenzara a trabajar en Quemada, «donde pudo volver a su oficio» en el mundo textil, tras haber estado «de barrendero del Ayuntamiento».
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La vida de Esther y Escolástica discurría paralela, pero de forma diferente. En el «cogollito de La Rioja, de Logroño» donde nació y ha vivido siempre, «me salieron los dientes cosiendo», explica la primera con una sonrisa que denota que entre hilos, telas, agujas y dedales disfrutó. Era muy pequeña cuando «me mandaban, por ejemplo quitar los hilvanes. Y si quería ir a jugar con mis amigas en la campa, me decían, 'cuando acabes'. Y corría para hacerlo». Asegura que está encantada, pero fue modista por tradición familiar y necesidad: «Mi padre murió a los 43 años y mi madre se quedó con siete hijos».
Ella, sin embargo, no tuvo hijos, «pero sí sobrinos» que siempre están pendientes de su tía. «Incluso demasiado», dice con agradecimiento. Le llevan la comida a diario «aunque a mí también me gusta hacerme cosas, unos macarrones, unos caparrones, patatitas con chorizo». No ha perdido el gusto de disfrutar de un buen plato. Tampoco Escolástica, que se ha «acostumbrado» a comer lo que le ponen.
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Come lo que toca, quizá porque no quiere dar guerra. De hecho fue ella quien eligió ir a un centro de día «porque así dejo un poquito libres a mis hijas». Acertó con la elección. «Estoy muy contenta allí», afirma en más de una ocasión a lo largo de la charla. Es uno de los motivos que contribuyen a que «ahora» sea «feliz porque tengo el cariño de mis hijos, yernos, nietos (ocho) y biznietos (siete). Me dan mucho cariño».
Con ellos celebró hace un mes (nació el 10 de febrero de 1923) su siglo y un año de vida. Sólo le queda la espinita de no haber podido festejarlo el mismo día porque «era Carnaval y mi nieto de Valladolid me llamó para decirme que no podía venir». También era «el cumpleaños de su padre, mi yerno. Nacimos el mismo día, pero él se llama Carlos», dice para evidenciar un cambio social, ya no se pone el nombre del santo del día. Tuvieron que retrasarlo, pero lo celebraron. Se reunió toda la familia como no podía hacer cuando era joven, aquella época en la que «tenía que ir a siete casas a asistir». Por eso no desaprovechó la ocasión de «convidar a todos en el Delicatto» en una fiesta «con música también».
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Esther Zárate del Busto
Cumplió 100 años el 2 de febrero
Escolástica y Esther han hecho en cada momento de su vida lo que han creído que debían hacer.
–¿Les hubiera gustado estudiar?
–Escolástica: Yo hacía lo que mi madre me mandaba. Si se rompían los pantalones, a remendar... Qué iba a saber una niña de 13 años, pero yo lo hacía...
–Esther: Yo siempre he hecho lo que me ha gustado hacer, coser, labores, punto, ganchillo. Ese ha sido mi trabajo y mi hobby.
Esther se jacta de que aprendió el oficio de modista, además de con sus hermanas, «en el taller de Ortiz, que era una de las mejores de Logroño». Después, cuando ya trabaja y «tenía clientas fijas», se casó «y mi suegra, que era corsetera, de lo mejor de Logroño, me enseñó a hacer fajas, sujetadores». Ahora ha tenido que dejar las labores por culpa de la vista. «Hasta hace poco hacía sopas de letras, veía las revistas, he leído La Rioja, que tuve que dejar de coger...».
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Cuando a Esther y Escolástica se les plantea cómo han visto evolucionar distintos aspectos de la vida, ellas rememoran lo más cotidiano. Recuerda, por ejemplo, la primera «los braseros que ponía mi madre en casa, que hasta nos salían cabras (manchas por calor) en las piernas». Y evitan la guerra que les pilló de niñas. «Bueno, ¿tenemos que hablar de eso?», plantea la segunda, pero accede a explicar que «venía gente de la sierra y pedía aunque fuera pan duro para poder comer».
Ellas no hablan de feminismo como tal en esta conversación con motivo del 8M, pero los recuerdos de cómo ha sido su vida ya evidencian la evolución social que se ha producido y que esperan poder seguir viendo.
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–¿Quedamos el año que viene?
–Escolástica: Sí, aunque bueno, un año es muy largo.
–Esther: Nos puede pasar algo como a cualquiera, pero el otro día, en la celebración de mi cumpleaños ya les dije: 'El año que viene, aquí todos'.
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