Cazados en casa ajena

Todo cambió ayer a las ocho. La calle se llenó de coches policiales en el entorno peatonal. La gente miraba sorprendida cómo una docena de agentes detenía y se llevaba en un par de furgones a varios jóvenes (cinco según fuentes policiales y siete según otros testigos). El motivo era que habían pasado el fin de semana como 'okupas' dentro del domilicio de una familia que había acudido al pueblo para arropar a unos familares tras un funeral.

Al intentar acceder al domicilio del primer piso del número 9 de la citada calle, la sorpresa fue mayúscula porque no podían entrar. «Se oían ruidos y olía todo a marihuana», explicaba la legítima ocupante (sin 'k') de la casa. «Avisé a mi marido y le pedí a mi hija que se retirara», agregaba nerviosa, pero preocupada por el sollozo de su niña de 11 años, afectada por el follón y por ver a sus padres alterados, aunque a la vez intentando mantener la calma.

La mujer está viviendo en este piso, propiedad de una prima, mientras acaban las obras de su propia vivienda, con lo que su nerviosismo se multiplicaba mientras su prima, la propietaria de la vivienda trataba de calmarla e insistirle que todo se arreglaría.

«Volvíamos de acompañar a la niña de sus actividades extraescolares y al entrar en la casa se oían voces: '¡apaga, apaga que están entrando!', mientras nos pedían que les diéramos cinco minutos para salir y que no les hiciéramos nada. Les hemos dicho que no pasaría nada si salían en orden», agregaba. Tras dar aviso a la Policía Nacional, una docena de agentes los metía en un furgón y se los llevaba a comisaría.

«Al llegar a casa me escamó un poco que frente al portal dos chicos y dos chicas silbaban como queriendo dar aviso a alguien, pero claro, no lo sabes. Eran jóvenes, probalemente la mayoría menores, pero nos han dicho que había uno de 19 y otro de 21», que según fuentes policiales eran de nacionalidad española. El piso, eso sí, ha quedado para darle un repaso de arriba a abajo. Suciedad, roturas y todo revuelto, pintadas por las paredes, una caseta y comida de perro, colchones...

Cuando la Policía se había retirado y las cosas, en apariencia, volvían a su orden, un muchacho salía del inmueble. Un troley, una bolsa de plástico negra y un perrito en brazos. La cosa no pasaba de ahí hasta que las dos primas, que seguían en la calle, ataron cabos y, al ver al joven con el can, le pideron que se detuviera un momento. La negativa del chico y su afán por escabullirse soliviantó aún más los ánimos de las dos mujeres, quienes agarraron al joven para dar nuevo aviso a la Policía.

Las patrullas de la Nacional y de la Local volvieron a la calle en un santiamén. Con discreción separaron a las mujeres del muchacho a quien interrogaron en un recodo de un garaje. Los agentes instaron al joven a que mostara lo que llevaba en la maleta y la bolsa de donde apareció una tablet de la niña de la casa.

El joven, de rasgos latinos, fue conducido en un vehículo policial a comisaría mientras rogaba por su perrito mientras los agentes le dijeron que no se preocupara por el animal.

Los agentes policiales volvieron a darse un paseo por todas las plantas del edificio para vigilar que nadie quedara escondido para tranquilidad de la familia afectada por el allanamiento y del resto de vecinos del bloque.