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Queda poco más de una semana para el 29 de marzo. Un sábado que para la mayoría no representará nada más allá que otro día cualquiera del calendario, pero que resultará un punto de inflexión para Benito García Pérez y Mari Carmen López Chicote. Para ellos, supondrá el principio de una nueva vida, ya que el establecimiento que han regentado durante casi medio siglo cerrará definitivamente. «Nos toca disfrutar», sentencian con una mezcla de alegría y nostalgia.
La historia de la carnicería-charcutería Mari Carmen comenzó hace 46 años. Benito había trabajado más de un lustro en un matadero y allí vislumbró la idea de abrir su propio negocio junto a su mujer, algo que se convirtió en realidad en el número 3 de Duques de Nájera, junto a la vía del tren.
Cuando llegaron, apenas había negocios en las proximidades, el asfalto actual no había sustituido a la tierra y el vecindario estaba formado por jóvenes familias convertidas en «grandes clientes» junto a las que se han ido creando «recuerdos estupendos». Tere, que hoy tiene 92 años, es una de esas clientas. «Estábamos limpiando la carnicería el día antes de abrir, entró y nos preguntó si íbamos a tener nerviosa; desde entonces hasta hoy, no ha dejado de comprar», se congratula la pareja.
Benito García Pérez
Carnicero a punto de jubilarse
Juntos han sido testigos de la evolución de Duques de Nájera, donde han vivido momentos buenos y otros peores. Entre los últimos, Benito lamenta decisiones como la construcción del túnel o la reciente reforma de la calle. «Con el segundo, nos han cambiado las entradas y salidas y hay muchos problemas para aparcar», afirma el profesional cárnico, que no se olvida tampoco de las vacas locas. «Aquello fue más duro que la pandemia, no se vendía ni un filete», sentencia sin dudar para calificar después su trabajo como «muy esclavo».
Sin embargo, esas dificultades no evitaron que la pareja fuera construyendo una vida en torno a su tienda. Vida en la que ha estado muy presente Mario, su hijo. «Me he criado aquí, salía del colegio y venía con ellos», rememora el joven. «Me acuerdo de que le puse una televisión en blanco y negro en el altillo para que estuviera entretenido», añade su padre al hablar de aquel niño que fue creciendo hasta que tuvo que ponerse el delantal y echar una mano a sus progenitores. «Terminé Ingeniería Electrónica y estuve trabajando, pero llegó un momento en el que no encontraba nada estable», cuenta. Esa época coincidió, además, con una enfermedad de su madre que provocó que la carnicería tuviera incluso que cerrar. «Entonces decidí sumarme yo y desde 2016 he estado aquí, primero con los dos y luego ya solo con mi padre, cuando ella se jubiló», resalta.
Ahora se jubila Benito y, con su adiós, el negocio cerrará. Mario no continuará sin ellos. «Para una persona sola es mucho y es muy difícil contratar a alguien que sepa o que quiera meterse aquí, así que durante el último año he compaginado el trabajo con los estudios, me he sacado un máster en Profesorado y me voy a presentar a unas oposiciones», enumera el joven tras atender a Pedro, otro de esos clientes de «toda la vida». «Sobre todo, son buena gente», sintetiza al ser preguntado por los dueños de la carnicería.
Tanto Pedro como el resto de clientes se encuentran estos días en la tienda con un cartel a modo de despedida. «Ha sido un honor atenderles y compartir tantos momentos con ustedes», apuntan Benito, Mari Carmen y Mario. «Nos llevamos grandes recuerdos y un profundo agradecimiento por su confianza y apoyo», concluyen. Es la rúbrica a casi medio siglo entre filetes y embutidos.
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Josemi Benítez
Jon Garay y Gonzalo de las Heras (gráficos)
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