Tengo un amigo que estuvo a punto de comprarse un dúplex en el PERI Carnicerías. Un piso coqueto, agradable, céntrico y habitable para poder vivir en el corazón de la ciudad. Sobre el papel, todo era perfecto. Pero comenzaron los problemas, la crisis, el parón ... de ventas de inmuebles, las quiebras… Y la grúa con la que él soñaba se quedó parada. Afortunadamente para él, a última hora se decantó por una vivienda lejos del centro, en un lugar donde antes había industrias y talleres. Una zona nueva, zona como tantas otras que los políticos y urbanistas no se han cansado nunca de mimar, vestir de verde y urbanizar con alegría. Una zona pensada para las familias.
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Y mi amigo, cada vez que pasa por la plaza Martínez Zaporta, se acuerda de ese piso soñado con cierta nostalgia, pero con la tranquilidad del que ha elegido bien. Porque, lamentablemente y a la espera de que la cosa cambie, apostar por el Casco Antiguo sigue siendo una aventura. Logroño quiere un centro para irse de pinchos, tomarse copas, potar en las esquinas y recibir turistas, que estos sí agradecen vivir por unas horas como un logroñés más. Lástima que sea falso, que la mayoría de los logroñeses hayan dado la espalda al centro languideciente de su ciudad.
El PERI Carnicerías es un ejemplo. Afortunadamente y gracias al impulso de una constructora local, como Aransa, parece que el proyecto va a tomar por fin forma. Pero ha sido una década larga, larguísima, en la que Logroño ha sonreído con un diente mellado. Porque por la antigua esquina del Negresco (cuánto lo ha llorado Eduardo Gómez; cuánto lo ha trabajado la familia Santos) ha pasado casi de todo.
Por ejemplo, en el 2008, Suso 33 pintó esos muros con ese color fuego tan particular. Era una iniciativa de 'La ciudad inventada', cuando Logroño iba a ser moderna durante unos días y las llamas iban a durar poco, sólo lo justo para que comenzaran las obras. Pero ahí se quedó la obra y los colores. Sobre el naranja, incluso, apareció un supuesto Bansky. Fue hace ocho años, en febrero del 2011. Con sumo cuidado, y evidente gasto municipal, se segmentó la pared y se trasladó el mural a unas dependencias seguras. Era una broma, una buena broma de un par de artistas locales, que nos volvió a demostrar que Logroño sólo se mueve por el supuesto arte si éste viene de fuera. La broma volvió a enmascarar que tras ese muro había un vacío.
También en el PERI se han victo balsas, gente navegando sobre ellas como por el Ebro, talas de árboles, ratas, basura y hasta polizones que se colaban en los solares para vivir una aventura digna de Tom Sawyer sin necesidad de viajar hasta el río Mississippi. Y todo, insisto, en el corazón de la ciudad. Y todo, insisto, sin que pasase nada.
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Confío en que los herederos de los sueños de mi amigo y la constructora tengan mejor suerte porque Logroño necesita de esas intervenciones, de ese trabajo, de esas apuestas por el Casco Antiguo. Aunque lleguen con muchísimo retraso y aunque a nadie se le caiga la cara de vergüenza por todo lo que ha sucedido en esa vergonzante esquina de mi ciudad.
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