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Rebobine, por favor. Hubo un tiempo, pongamos que a finales de los 90, en el que los VHS que alquilaba José Luis concluían con el mismo aviso. Un mensaje a la entonces numerosa clientela que hoy adquiere todo su sentido en el local que regenta en el número 13 de la calle Labradores al convertirse en el último de una especie en peligro de extinción y, por tanto, en el encargado de contar la historia del sector del principio... al final.
José Luis Omatos, a sus 64 años, es el único «videoclubero» que queda en Logroño; donde cuando abrió, el 11 de septiembre de 1999, las referencias para el alquiler de películas –cintas en aquellos años, DVD poco después– se llegaron a contar por más de 20. «Si me llegas a decir que iba a ser el único videoclub en 2001, por ejemplo, no me lo hubiese creído», reconoce este vasco de nacimiento aunque riojano de adopción con relación con la capital desde que tiene uso de razón.
Omatos pone rostro desde hace 23 años al Boom Video, el último superviviente de un negocio que en el cambio de siglo nadie se imaginaba que tendría los días contados. Ni que prácticamente se quedaría sin nadie para contarlo. «Dicen que el último apague la luz, ¿no? Pues me ha tocado a mí», bromea consciente de que cualquier tiempo pasado, al menos para el sector, fue mejor.
José Luis da voz a la «crónica sentimental que nos ha tocado vivir»: esa que, en su caso, llevó un reproductor de vídeo al salón de su casa en los años 80, junto a un televisor en color, con el premio de una quiniela que acertó su padre; para años después, y dadas las circunstancias familiares en Bilbao, trasladarse a Logroño y apostar por un videoclub como apasionado del cine que era –y casi profesional, pues en su condición de periodista algún contacto en ese sentido había tenido–.
«Mi hijo, de pequeño, decía que quería ser videoclubero», recuerda quien asegura que, si todo marcha según lo previsto, confía en mantenerse al menos dos años más, justo los que le quedan para jubilarse. Y ello, aclara, porque no tiene renta a la que hacer frente pues el local es de su propiedad. Una herencia también con historia, pues se trata de unos terrenos ocupados en su día por el ferrocarril, cuando la estación se ubicaba en la cercana Gran Vía, subastados y adquiridos por su abuelo. Pero una actividad, como la del tren en el centro de la ciudad, que se ha perdido para siempre.
«No quiero darle vueltas, pues desde hace demasiado es cuestión de tiempo. Los pocos que quedamos, en cada vez menos ciudades, son gente como yo, a punto de jubilarse y preguntándose si me quedo en casa pagando autónomos o vengo y con lo poco que saque voy haciendo frente a las cuotas hasta que me llegue la pensión», resume.
Atrás quedó la 'edad dorada'. Lejos... muy lejos. «¿Quién no ha alquilado una película en un videoclub en un momento dado?», pregunta quien ha llegado a tener 'fichados' a 17.626 clientes –teniendo en cuenta que solía haber un socio por casa, con lo que la cifra total sería mayor–. «Hay quienes se han llevado 3.000 títulos en todo este tiempo; que llegasen a mil son pocos, pero algunos todavía siguen». Las más de 10.000 referencias con las que ha contado en catálogo ayudaban a ello. Primero en VHS, poco tiempo; luego en DVD, que vino a sustituirlo de una Navidad para otra cuando «todo el mundo» se regaló un nuevo aparato.
Ayudaban también aquellos fines de semana en los que coincidían 'estrenos', caso de 1999, como Astérix y Obélix (la primera adaptación al cine con actores reales de la serie de historietas) y el Episodio 1 de 'Star Wars' (La amenaza fantasma) con la que se reinició tan exitosa saga.
«Como yo pertenecía a una central de compras, que es lo que originalmente era Boom, pude permitirme poner a disposición de la clientela 25-30 cintas de una y otras tantas de la otra, y todas estuvieron alquiladas ese fin de semana», rebobina. Días en los que Omatos llegó a tener hasta tres empleados. Sin embargo, primero con la piratería; y luego con el auge de las plataformas digitales, todo cambió. Y con una crisis económica, la de 2008, y después otra sanitaria, ya en 2020, entre uno y otro fenómeno, «ya fue directamente imposible».
¿Se imagina José Luis un Logroño sin videoclub? «Sí, perfectamente, no hay relevo y pasará antes o después. Y, además, a nadie le ha importado», lamenta. La última, al respecto, ha sido que ya no son considerados ni comercio local y no cuentan con las ayudas municipales del resto. «No sé si el sector tiene futuro, pero presente seguro que no», concluye.
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Alfonso Torices (texto) | Madrid y Clara Privé (gráficos) | Santander
Sergio Martínez | Logroño
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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