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«Me gustaría tener esta charla en la Ruavieja», decía el arquitecto más que consagrado con cariño. «Para mí será un honor, estas son las ventajas de ser alcalde», decía el primer edil novato, recién llegado a la política. Así, entre la curiosidad y la ... rendida admiración del segundo y el recuerdo reflexivo y la ilusión intacta del segundo, Logroño celebró de una curiosa manera el 40 aniversario de su casa, la casa de todos, ésa en la que ahora gobierna Pablo Hermoso de Mendoza pero que será por siempre la expresión del talento de Rafael Moneo.
Media hora de charla para recordar cómo fue aquello hace cuatro décadas, en momentos de una crisis económica dolorosamente de actualidad hoy en día. «El edificio se construyó muy modestamente, en tiempos de gran inflación», recordaba Moneo. Nació así un proyecto con una cierta «condición ascética», que, vista desde la distancia de cuatro décadas, sigue siendo curiosamente atractiva.
Por ejemplo, aquello obligó a emplear muchos elementos genéricos en la construcción, incluso en las zonas más «nobles». «Sigo viendo con gusto esas ventanas, su carácter anónimo y de generalidad».
Hermoso preguntaba, rendidas las naves, y Moneo iba desgranando los principios rectores de aquella obra. Sobre todo uno: su carácter público en el más amplio sentido de la palabra. No un objeto arquitectónico con valor por sí mismo y que de algún modo se impusiera a lo que tenía alrededor, sino un edificio «que se viera como un fragmento de ciudad, un edificio que fuera al tiempo un espacio urbano». Un ayuntamiento ligado a su plaza mayor, y más que eso: un edificio que la construyera. «El edificio es el que configura la plaza».
Fue recordaba, un edificio clave en su trayectoria. «Para mí el ayuntamiento significó mucho en su día, y es una de las obras que considero más radicales de toda mi carrera, veo en él vivas las ideas que yo tenía ya entonces, pero que son válidas hoy».
Y no, el ayuntamiento no tiene balcón, «pero sí es un lugar para que la gente se reúna». Público, decíamos, en todos los sentidos: un edificio sin una gran puerta de entrada (aunque sí con ese «pórtico impreciso» que sirve de bisagra a las dos alas), un edificio en el que todos los accesos son a pie llano, un edificio en el que el alcalde y el público se sientan a la misma altura en el salón de plenos. Aunque, en realidad, hablar de un edificio único es sólo una manera de hacerlo. «No es un edificio, son varios que crean un todo».
El viejo Moneo de ahora (a sus 83 años) recuerda «con enorme cariño y enorme agradecimiento» que el alcalde Narciso San Baldomero luchara por que él y su equipo accedieran al encargo. Aunque no se llama a engaño sobre la influencia que para ello tuvo el arquitecto municipal durante décadas, el ya fallecido Javier Martínez Laorden. Para quien tuvo palabras extraordinariamente cálidas. «Es una gran suerte que la ciudad haya tenido tanta conciencia de su autogobierno urbanístico». Una suerte personificada en Martínez Laorden, «un servidor público con tan buen criterio».
Una conversación con recuerdo pero sin nostalgia, pues. Pero con mucho cariño por parte del maestro consagrado. El Pritzker de hoy recuerda aquellos años, y el sentimiento es «de gratitud a la ciudad de Logroño por haber puesto en mis manos un encargo como este«.
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