Si las despedidas nunca fueron fáciles, la de alguien que ha vivido del cine durante más de cinco lustros no solo cuesta, sino que puede llegar a atragantarse. Con un nudo en la garganta y alguna lágrima, por qué no decirlo, dice adiós el Arizona, ... el videoclub más antiguo que quedaba en Logroño convertido en uno de los pocos referentes del alquiler de 'títulos' que sobrevivía en la capital de La Rioja.
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El Arizona, que pone fin a una película de 26 años, deja solo ante el peligro al Boom, único superviviente del otrora floreciente negocio, cuando estos locales superaban la veintena en su 'edad dorada'. Primero, hasta finales de los 90, con el VHS dominándolo todo; y después, en los primeros 2000, con la irrupción del DVD. Años en los que alquilar una 'cinta' era una acción casi tan cotidiana como comprar el pan. Hoy, de aquello no queda ni rastro.
Lo de José Antonio Villanueva, en esencia, casi es un sueño de niño. El que le llevó junto a su hermano a abrir un videoclub en 1996 en Vara de Rey, tomando el testigo de otro que había abierto el camino en el 77 de dicha calle. «El nombre se le ocurrió a mi madre por la película de 'Arizona Baby'», explicaba en un pasado reportaje mientras recordaba cómo de bien pequeños iban al cine de la mano de sus padres por su gran pasión por el séptimo arte.
Superados los 50 años de edad, la idea de este logroñés era la de continuar 'abierto', pero tras «aguantar como un jabato» en medio de una crisis sin fin, la falta de acuerdo sobre la renta del local que ocupaba le ha obligado a tomar la decisión más difícil de su vida. Así, el no poder hacer frente al alquiler que le pedía la propiedad –renegociado durante las obras del nudo–, le lleva a bajar la persiana y grabar, en principio, su particular 'The End'.
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«De haber seguido con la cuantía de ahora, me hubiese mantenido hasta que la calle volviera a abrir al tráfico y al tránsito; pero llegando como llega lo peor con los trabajos de desmontaje del tablero del túnel, me es imposible asumir a la mensualidad de antes de mayo», cuenta Villanueva.
Él mismo, apesadumbrado, ha intentado sin éxito encontrar un bajo en el que establecerse y reabrir, «aunque pidiendo lo que piden para un negocio como este, en el que subsistir ya es todo un logro, no hay ninguna posibilidad». José Antonio, no obstante, no quiere rendirse, aunque confiesa «estar hecho un lío» tras semanas en las que ha tratado de liquidar algunos títulos reservando alrededor de los 600 más exitosos –de los casi 2.000 que exhibía– «por si acaso».
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Villanueva, que ayer se afanaba por recogerlo todo en su «último día» abierto al público, agradecía a su clientela, puros románticos, 26 años de fidelidad y amistad. Cinéfilos y coleccionistas, junto a las chuches que completaban su oferta, le ayudaron a salir adelante y él no tiene más que palabras de agradecimiento.
La piratería, al principio; y el auge de las plataformas digitales, después; hicieron de los videoclubes una especie en peligro de extinción. Por si fuera poco, entre lo uno y lo otro llegó una crisis económica, la de 2008, y luego otra sanitaria, ya en 2020, dejando al sector herido de muerte.
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