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África Azcona
Viernes, 2 de septiembre 2016, 19:48
Ofrecer consuelo y ser transmisores de la esperanza en otra vida después de la muerte, a eso se dedican desde hace 50 años los Hermanos Fossores de la Misericordia. Esta orden religiosa tuvo su origen en Logroño de forma 'accidental' el 8 de septiembre ... de 1966. Aquel año un ladrón de tumbas se llevó las piezas de oro de un difunto enterrado en un panteón y el entonces alcalde, Juan Antonio Martínez Bretón, gran admirador de la institución, decidió contar en adelante con esta comunidad para velar por la seguridad del camposanto. Una labor especialmente valorada en estos tiempos en que los asaltos vuelven a ser noticia. «Aquí, como mucho, se llevan las flores», señalan los hermanos con simpatía y ataviados con una austera túnica marrón, la misma que forma parte del paisaje del cementerio de Guadix (Granada), junto al de Logroño los dos únicos reductos de los Fossores que llegaron a estar también en Vitoria, Pamplona, Jerez y Huelva.
En la capital riojana llegaron a ser quince, hoy son tres. Viven por y para los muertos cuidando todos los pormenores y siempre con una sonrisa. El aniversario no ha alterado su labor y, si por ellos hubiera sido, lo hubieran dejado pasar por alto porque no tienen tiempo que perder. «Ayudamos en los entierros, acompañamos a las familias, cuidamos las sepulturas.» y, sobre todo, rezan por todos, los vivos y los difuntos.
«Aquí les hablamos de la esperanza de la Resurrección, nuestro mensaje es que hemos sido creados para la otra vida no para esta». Fray Alberto, de 71 años y natural de Santo Domingo de La Calzada, es el más veterano. En sus 48 años como fossor ha asistido a cientos de entierros y a un cambio sustancial en los rituales fúnebres. «Antes los enterramientos eran en tierra, nos encargábamos de todo, también de las excavaciones, luego llegaron los nichos y las cremaciones». «¿Si estoy de acuerdo? Claro, pero desde una perspectiva religiosa».
Feliz en un cementerio
Fray José, que antes de ingresar en la comunidad hace siete años se llamaba José María Pinto Pinto, es la prueba de que se puede ser feliz en un cementerio. Tenía un trabajo cómodo en la finca familiar al cuidado del ganado y de los olivos, «pero me faltaba algo ., al final lo dejé todo». Un día topó con un vídeo de Youtube sobre los Fossores que lo sedujo y no dudó en unirse a su curiosa labor. «Siempre me han gustado los cementerios, porque transmiten mucha paz». «Aquí soy feliz, los días de sol me hacen sentir como en mi tierra», dice este cordobés natural de Benamejí, de 52 años, encargado de la parte administrativa del cementerio, donde la actividad no cesa.
«Antes no había tantos difuntos como ahora y eso que una vez me tocó enterrar nueve en un día». El que habla es fray Juan, que a sus 62 años y natural de Sevilla es quizás uno de los más conocidos porque acompaña a cada una de las familias en las cremaciones. Su trabajo es hacer más llevadera la última e inevitable estación de la vida, pero «a veces el ánimo se resiente, es difícil mantenerse ajeno al dolor. Si cuando vas a una boda te llenas de alegría, aquí ocurre lo contrario». Antes de fossor, fue yesero, camarero y también camionero. Al principio estar cerca de la muerte le impresionaba. «Antes me daba mal fario pasar por el cementerio de San Fernando, contenía la respiración hasta pasarlo..., ahora todas las noches doy una vuelta entera al camposanto rezando el Rosario». Lo que era algo tétrico es ahora su vocación. Como la de todos los fossores que siguen manteniendo vivo el espíritu de fray José María de Jesús Crucificado, su fundador.
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