Marcelino Izquierdo
Domingo, 24 de julio 2016, 00:52
Denominar 'playa de Logroño' a la zona de baño existente junto al Ebro fue durante décadas una especie de chiste fácil que acabó convirtiéndose en realidad. «Si San Sebastián tiene La Concha, Logroño tiene La Guillerma», afirmaba algún gracioso para rizar el rizo.
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Y es ... que en cuanto el verano comenzaba a calentar, y sobre todo los domingos, la cita estaba en la playa. Eran familias enteras, con sus sillas plegables, sus tortillas de patata y filetes empanados, sus toallas y trajes de baño y sus flotadores y neumáticos, las que trataban de refrescarse a la orilla del Ebro o a la sombra de la tupida arboleda que quedaba en la margen izquierda, y que cobijaba dos o tres chiringuitos -de los que todavía perdura el Julio-. ¡Cómo corrían los porrones de vino o de cerveza con gaseosa bien fresquita! ¡Y qué rica estaba la careta y la costilla de cerdo asadas al sarmiento, cuando todavía estaba permitido hacer fuego a campo abierto!
Los más atrevidos se acercaban al espigón de cemento -abarrotado, como puede verse en la postal-, que separaba el cauce del río de una especie de alberca en la que los niños y quienes no sabían nadar, que eran muchos, intentaban imitar a Johnny Weissmuller, el Tarzán de la época.
La primera piscina -por llamarla de alguna forma- que se instaló en la playa logroñesa fue inaugurada en la gloriosa fecha del 18 de julio de 1967, fiesta del alzamiento nacional y de paga extra, si bien poco tiempo después se construyeron otras dos y se arregló la escollera.
La imagen que hoy llega a la Retina de la Memoria data de los primeros años 60 y es anterior a la infraestructura piscinera que funcionó hasta que, con la apertura del complejo municipal de Las Norias en 1993, fue languideciendo y acabó cerrando finalmente.
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Las barcas del Pasti
En la fotografía, perteneciente al Archivo Jerónimo Jiménez, puede observarse un cartel que avisa de que el espigón estaba reservado para los bañistas, aunque también había quien aprovechaba el cemento para broncearse, cuando había sitio para encajar la toalla.
Junto a los más atrevidos nadadores, navegaban las barcas del famoso Pasti como un elemento consustancial de la playa; lo mismo servían para lanzarse al agua, que para recorrer el Ebro hasta la presa del Salto del Cortijo, pasando por La Guillerma, o para disfrutar con los más pequeños.
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Pero si durante los fines de semana no cabía ni un alfiler, la playa de Logroño registraba a diario la visita de los llamados incondicionales, como era Juan Ruiz, 'Juanito el Manco', que salvó a decenas de incautos de morir ahogadas, o de diferentes cuadrillas que se jugaban el porrón a las cartas o el tradicional café, copa y puro.
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