Una casa menos

Y qué le voy a contar, en fin, señor mío. Ya sé que el edificio no es La Redonda, pero déjeme al menos intentar hacerle una defensa que, en realidad, más se parece a un epitafio.

Gran Vía 29 cumplirá el año que viene, si llega, 85 años. Es obra de Fermín Álamo, un arquitecto que, junto a un par más, trajo a Logroño el aire del racionalismo arquitectónico. La modernidad, en fin. En el intento dejó una docena de edificios que son de lo mejor que se levanta por estas tierras (y en algunas otras, también). No, no tienen pinturas ni mujeres en tetas, ni encontrará en ellos demasiado adorno. Lo suyo son volúmenes nítidos y una más que elegante composición de la fachada que para sí quisieran casi todos los edificios de los horribles ensanches del siglo XXI.

Ya sé que a usted todos los edificios de ese estilo le parecen iguales. Pero no lo son: corre por las maltratadas venas de Gran Vía 29 la sangre de un Logroño que es ya pasado, y que debería ser patrimonio.

No, no vamos a defender Gran Vía 29. Lo van a tirar y a usted, lo dicho, le va a dar igual. Y quien sabe: quizá detrás acaben marchando otros álamos, como ese precioso ejemplo art decó casi expresionista que se levanta en Doce Ligero, o como los de Gran Vía 25, o esa minusvalorada esquina de Hermanos Moroy. Las tiraremos, levantaremos encima un monumento al caravista, alguien ganará una peseta. Y Logroño seguirá perdiendo alma.