T.s.
Sábado, 14 de mayo 2016, 22:39
Rebuscando en las razones por las que atesora toneladas de libros pero ningún teléfono móvil, Carlos Muntión intuye que se trata de una consecuencia personal de su formación académica. «Provengo del mundo de la etnografía, donde la fuente de información no es ninguna wikipedia, sino ... el contacto directo con la gente», concluye para sí mismo. «Se trata de acudir allí donde viven las personas para escuchar cara a cara sus vivencias, empaparse de sus recuerdos... Supongo que tener móvil no encaja con esa filosofía, sería incoherente», añade reconociendo cierto grado de comodidad o hasta egoísmo en su decisión.
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Frente a un café, en las mismas calles donde cualquiera puede localizarle -«soy predecible y de costumbres fijas»-, Muntión ejemplifica que no sólo es posible tener una voluminosa carga de responsabilidades, sino atenderlas todas sin estar pendiente de un politono. Profesor de Historia en la UPL durante 21 años, editor de la revista 'Piedra de Rayo', que cuenta con más de mil suscriptores, y miembro activo de una decena de entidades, su contacto con alumnos, lectores o compañeros de inquietudes son los teléfonos fijos de casa y su oficina. «El que quiere encontrarme sabe dónde estoy porque tengo unas rutinas estables y soy muy puntual; y si estoy fuera, acostumbro a responder en no más de una hora a los avisos del contestador», garantiza. El problema no es él, sino los demás. «El móvil se ha extendido tanto que quien lo tiene acostumbra a no dejar mensajes; o creer que la llamada queda registrada y yo tengo en la cabeza todos los números del mundo que empiezan por 6». Desde el otro lado de la barrera tecnológica, Muntión observa el fervor que se extiende en su entorno con una mezcla de sorpresa y escepticismo. Aún le cuesta entender la desazón de quien descubre que se ha dejado el en casa al salir a la calle, el hábito de compartir vídeos absurdos mirando una pantallita, la imposición de dar un número de móvil para hacer cualquier trámite burocrático -«yo me lo invento para pasar de pestaña»- y, sobre todo, que para participar en la vida política haya formaciones que exijan disponer de un ordenador y las nuevas cifras que hacen sonar un . «Aunque esto, más que sorprendente, me parece absurdo».
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