El número marcado no existe

Un numantino 3,1% de los riojanos reivindica su derecho a no estar localizado: son los últimos sin móvil

Teri Sáenz

Sábado, 14 de mayo 2016, 22:42

El reportaje que está comenzando a leer ha brotado por sí mismo. Igual que una planta salvaje sale en la grieta de un suelo de cemento, casi sin regarlo.

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La semilla fue un comentario fugaz. Una de esas conversaciones triviales al final de una entrevista ... en la que el entrevistador se despide pidiendo por favor al entrevistado su teléfono móvil. Para añadirlo a su agenda, para llamarle sólo si fuera imprescindible y siempre a una hora prudencial. Y la respuesta es no. Un no espontáneo y sin acritud. El no de alguien que, simplemente, no tiene móvil ni un número que empiece por 6 que dar. ¿Es posible que todavía haya alguien sin un ni de última ni de primera generación? ¿Aún queda quien se resiste a amarrarse a la dictadura de estar perpetuamente localizado? Y la respuesta es sí.

Ha sido dar casualmente con uno ellos y empezar a descubrir otros. No muchos, pero muy significativos. Riojanos alejados del perfil de preadolescente anhelante de ese dispositivo que sus padres se resisten a comprarle; o del anciano sobrepasado por la tecnología; o del enemigo del mundo intencionadamente refractario a lo que parece obligatorio. Los 'sin-móvil' riojanos tienen trabajo, múltiples ocupaciones, amistades con las que quedar, otras personas a las que encontrar. Responsabilidades sociales o laborales del día a día que ellos demuestran que pueden sobrellevarse sin disponer de ese diabólico aparato que puja por convertirse en una extremidad más de la fisonomía humana.

Son, efectivamente, los menos de unos pocos. En concreto, el 4,5% de la población de la comunidad autónoma. El anverso de ese abrumador 95,5% de riojanos que ha utilizado alguna vez el móvil durante los últimos tres meses, según recoge la encuesta del INE sobre equipamiento y uso de tecnologías de la comunicación correspondiente al ejercicio 2015. O, ahondando en la estadística, parte de los inquilinos de ese único 3,1% de viviendas donde no consta que cuenten con algún dispositivo de estas características. Y, además, cada vez menos jóvenes. La misma fuente descubre un dato entre revelador e inquietante. Mientras en el 2006 el 53% de los niños riojanos de entre 10 a 15 años disponían de un móvil propio, el índice se ha elevado en menos de una década en 17 puntos. O lo que es igual: 12.804 chavales que han pasado casi sin transición de un teléfono de juguete a otro que les conecta (o quizás aísla) más. Una batalla no sólo personal, sino que enfrenta a los hogares con aparatos fijos que hace nada eran parte del escenario doméstico con los que el usuario puede portar allí donde esté. El cuadro estadístico dibuja en ese frente un aspa en el que los móviles han ido imponiéndose desde el 2008 hasta convertir a sus predecesores en carne de anticuarios.

Coincidencias

¿Qué lleva a una persona a resistirse a lo que el entorno, la presión publicitaria y hasta la inercia social parece abocar de forma irremisible? Los motivos son tantos como los correliginarios de los analógico y, al menos en los ejemplos se aglutinan en estas páginas, transpiran un sentimiento común de independencia, de fidelidad a una manera natural de entender la vida absolutamente compatible con ejercer como catedrático, editor, concejal o empresario. Y no son los únicos. Sólo un botón de muestra de otros riojanos que tampoco han respondido a la llamada de la imposición aunque han declinado aportar aquí su experiencia.

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Aunque a priori pueda parecer paradójico, ha sido sencillo hablar con los representantes riojanos de ese angosto ratio de 'insumisos'. Ha bastado con marcar un número que empieza por 941. O teclear una dirección de correo electrónico. O simplemente, llegarse hasta donde viven o trabajan. Porque su alergia al móvil no se extiende en general a otras tecnologías menos esclavizantes que facilitan el día a día. Ni tampoco profesan ningún voto ermitaño que les autoexilia en un hábitat raro. Todo lo contrario. Sus agendas (de papel) están repletas de compromisos, citas, pagos a proveedores, recepción de pedidos, encuentros con vecinos o debates con otros catedráticos. Como si de una evolución de la especie se tratara, carecer de móvil les ha facilitado optimizar otras virtudes hipertrofiadas en el resto. La puntualidad, el contacto humano y, algo que no se desbloquea con un código PIN: la libertad.

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