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LUIS JAVIER GARCÍA GÓMEZ
Domingo, 7 de febrero 2016, 01:04
Vivan los novios! ¡Vivan! ¡Que se besen, que se besen, que se besen!
Es la boda de Jesús Uyarra, camarero del Moderno. Y quienes tan animadamente vitorean son los invitados, entre ellos los dueños del café: Juli, su hijo Mariano y las esposas de ambos: María y Ali.
-¿Invitaste a tus jefes?
-Sí. Nos hemos llevado de maravilla, como una familia, y hemos compartido de todo: mesa, mantel y hasta vacaciones. Hemos ido al Pirineo de acampada, a Torredembarra y a Benidorm, donde estuvimos cinco personas alojadas en casa de una tía de Mariano que se llamaba Blasa. En fin, a muchos sitios, a muchos.
«Eso no quita», añade Alfonso Río, también presente en la boda y que fue camarero entre 1978 y el 2002, «para que, cuando ha sido necesario, hayamos defendido nuestros derechos como trabajadores. Por ejemplo, antes del Mundial de España (1982), nos sumamos a una huelga de hostelería a nivel nacional y conseguimos una subida salarial del 16%».
-¿Del 16%?
-Del 16%.
-¡Caracoles!
Pero la verdad es que camareros y dueños siempre han formado una bien avenida familia que se ha prolongado durante años y años y años, porque antes, a diferencia de ahora, uno entraba a trabajar con 25 años (Emilio Tizón, por ejemplo) y se jubilaba con 65 (Emilio Tizón nuevamente: toda su vida laboral en la misma empresa). Y una vez fuera de servicio, lo más habitual es que se conviertan en clientes habituales (valga la redundancia) o esporádicos para disfrutar del local desde este lado de la barra, que es el bueno.
Jesús Uyarra (que trabajó en el Moderno de 1981 a 1991) iba de caza los jueves con Juli, que era el día que cerraba el local por descanso semanal. Con el morral y la canana, pateaban las parameras de Logroño y de Nalda al acecho de codornices, perdices y conejos; y también marchaban a la paloma a Ojacastro, de donde es natural Jesús, para esperarlas apostados entre la frondosidad del monte o en los chopos del río. Juli empezó con una escopeta marca Sarasqueta y, tras una superpuesta, se pasó a una repetidora Benelli. Tenía una perra pointer que se llamaba Ali y un pachón navarro que respondía al nombre de Lord, eso cuando respondía, «porque era vago como él solo», dice Jesús; «cazaba 20 minutos y se tumbaba».
Su mujer, María, era quien le cocinaba las piezas, «siempre que me las trajera peladas; si no, nada», aclara.
Cipri y Gabi, un rumano y una rumana que vinieron a España en busca de un futuro más desahogado, cada uno por su cuenta, también comparten esa sensación de sincera familiaridad en el trato con los dueños del Moderno. Nacido el primero en la región de Transilvania (la del castillo de Drácula: uuuuuh) y la segunda en la de Moldavia, han mejorado su español gracias a la charlatanería y facundia de Mariano, les encantan los pinchos (en su país no los hay), están tan a gusto aquí que no piensan regresar a Rumanía (Gabi tiene novio español y hasta sueña en español) y lo que más les choca a ambos es lo mucho que sale la gente en Logroño a comer y a beber. «Es una locura», dice Gabi.
Cuando vio el Moderno, a Gabi le gustó. A Cipri le chocó su aspecto ligeramente museístico, pero ahora le encanta, porque, según reflexiona en un fluido castellano, «cosas nuevas tienes por todas partes y son fáciles de comprar; pero las viejas son muy difíciles de conseguir».
Sin duda, el Moderno les ha ayudado no solo a integrarse en La Rioja, sino a sentirse casi casi unos riojanos de pura cepa. Cipri hasta puso un nombre muy de aquí a su hijo cuando nació: Raúl.
-¿Lo bautizaste así por el astro del Real Madrid, uno de los mejores jugadores de todos los tiempos?
-No; porque me gustaba ese nombre. Además yo soy del Barça.
-¿Del.?
-Barça.
-Vaya.
(Como puede apreciarse, y aunque escueza decirlo, hasta en las mejores familias, también en las de camareros, pasa esto: en cuanto te descuidas, ¡zas!, te aparece uno del Barça y no falta quien se pregunta: ¿pero qué hemos hecho mal, Dios mío, pero qué hemos hecho mal?).
Sole, la primera mujer
Cuando por primera vez Sole franqueó la puerta del Moderno para firmar su contrato, derramó una mirada circular por el local y dijo: «Yo aquí aguanto un mes y me largo».
Han pasado 18 años y es el alma máter del café.
Sole es atenta, amable y servicial. Una institución. Un modelo de camarera que, además de preparar unos carajillos de ensueño, tiene una destreza especial para tirar cañas, para manipular la cafetera y para servir al mismo tiempo un pincho o un fardelejo a un cliente con prisa. Y algo muy fundamental: por debajo de esa apariencia de mujer de carácter, late un corazón muy especial que los habituales del Moderno agradecen de veras.
-Nene, hoy no tenías que haber salido, con el frío que hace, le dice a Antonio Cestafe.
Y es que Sole siempre llama nene o cariño a los clientes. Y Antonio Cestafe, que ha estado un poco delicado de salud días atrás, sonríe y confiesa: «Yo con Sole me llevo extraordinariamente bien porque nos trata de una forma estupenda, como si fuéramos de la familia».
-Y los cafés que prepara, ¿cómo le quedan?
-Bien, bien, bien.
Pero Sole no escucha esta alabanza porque, detrás de la barra, ya está ocupada en otra cosa.
Sole, ponme lo mío. Y Sole le pone lo suyo, porque conoce al dedillo los gustos de los clientes. Sole, esto. Y Sole, esto. Sole, lo otro, y Sole, lo otro. Es muy apreciada, la verdad sea dicha, tanto que Mariano la pondría encima de un pedestal si hubiera pedestales dentro de ese café en el que hay de todo menos pedestales.
Sole ha hecho historia en el café. Y es que fue la primera camarera de este local donde muchos años antes, cuando las costumbres eran muy otras, una dama entró sola, se aproximó a la barra, pidió con candidez un vino y el barman se puso tan colorado y nervioso que, noqueado, se vio incapaz de atender tan sencillo capricho.
El hecho de ser mujer apenas le ha causado trastornos. Al principio, sí. Al principio sí que pasaba un mal trago cada vez que, al terminar la jornada laboral, tenía que ir al cuartito a quitarse el uniforme y ponerse ropa de calle. «Cuando salía, se hacía un silencio tremendo y todos se me quedaban mirando, que es que se paraban hasta las partidas», dice y añade: «Hasta los colores me salían, y eso que no me corto ante nada».
Entró a trabajar en 1998 en el Moderno. Pensó aguantar un mes. Luego decidió prorrogar su ultimátum hasta que transcurriera un año y, pasado ese tiempo, le llamó Juli y le suplicó: «Sole, sigue con nosotros, y es que contigo hemos acertado de pleno, Sole», y ella, Sole, le hizo caso porque le caía bien Juli y «eso que reñíamos cada dos por tres y él se tenía que marchar para no aguantarme».
Ahora irradia satisfacción. Derrama una mirada circular por el local y dice: «Yo aquí estoy en casa, nene».
Un hombre bueno se va
En esta bien avenida familia que forman los dueños y los empleados se abrió una amarga herida el 11 de mayo de 1975, cuando el abuelo Mariano se fue de este mundo y, lo que es peor, también de su amado café. Era un ser de una nobleza envidiable. A su hijo le había dicho: «Primero cobran los obreros y, si sobra, nosotros». Ya en vida hablaban bien de él. Algo difícil. «El abuelo era tan buena persona que al que no tenía dinero le daba de comer gratis», cuenta María, su nuera. «A Las Mañas, por ejemplo, unas hermanas que vivían en la calle Mayor, no les cobraba, a las pobres. Todo lo que sacaba en el bar lo empleaba en dar de comer al que no podía pagar».
Su nieto y actual propietario, con quien comparte nombre, lo corrobora: «Lo querían mucho; le llamaban Don Mariano o Señor Mariano, con mucho cariño y con mucho respeto». Y cuenta una anécdota: «Un marroquí de la guerra en vez de volver a su país se quedó por aquí, en Logroño. Le llamaban Carlos e iba vendiendo con un cestito baratijas. El abuelo siempre le compraba algo para que pudiera subsistir. Al final, llegó a ser un gran empresario. Tenía un almacén del que se abastecían las tómbolas. Yo lo conocí ya jubilado. Era un señor educado que venía por el Moderno porque le tenía cariño a la casa. ¿Cuál es la botella más cara de coñac que tienes?, preguntaba. Esta. Pues sírveme una copa. Y cuando se gastaba, volvía a preguntar: y ahora, ¿cuál es la más cara? Esta. Pues sírveme una copa, decía, para corresponder al cariño con el que le había tratado mi abuelo».
De Don Mariano decían que era un emprendedor y muy buen amigo de sus amigos. Le gustaban los toros y hasta llegó a apoderar a algún diestro de la época. Era un hombre de vuelta al ruedo. A hombros.
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