Año nuevo, vida nueva

El campo, que hasta algunos minutos antes del pitido inicial estaba cubierto por varios centímetros de nieve, compareció ante las cámaras con un césped nuevo pero encharcado en muchas zonas. Esos charcos dificultaban el movimiento tanto del balón como de los jugadores. De todos menos de uno: Paulino.

El cántabro aprendió a jugar al fútbol entre charcos, y bailó sobre las aguas. Prácticamente dejó los únicos detalles de calidad que permitió el césped, firmó regates de trilero, sentó a rivales, marcó y además puso balones de gol como el que sirvió para que Ander Vitoria rematara de impecable gesto técnico.

Aunque el Logroñés tuvo que renunciar a su fútbol habitual, supo adaptarse a las circunstancias. Los blanquirrojos se pusieron el mono de trabajo, y recordando que, no hace tanto, se batían en campos donde el barro solía ser omnipresente, pelearon a destajo para llegar al triunfo. Lucharon cada balón sabiendo que meter el pie podía ser transcendental, tuvieron fe en cada jugada, recurrieron al patadón cuando fue necesario y renunciaron a sus principios para vencer.

Y si a Di Stéfano se le atribuye eso de «jugamos como nunca, perdimos como siempre», este sábado lo bueno es que «jugamos como nunca (no se podía más), pero no perdimos como siempre».