La pasarela parisina recrea el orfanato en el que creció Coco Chanel

La expectación por ver las propuestas de Viard en solitario era máxima, y más sabiendo que la temática elegida era tan oscura como atractiva. Y es que la creativa de la 'maison' ha decidido homenajear a la creadora de la firma, Coco Chanel, poniendo el relieve una de las etapas más duras de su vida: los años que vivió en un orfanato.

Como viene siendo habitual en el pase de Chanel, el Grand Palais se transformó, esta vez, en el jardín del claustro de la abadía de Aubazine, un templo cisterciense del siglo XII situado en las entrañas de Francia. En las dependencias de esa abadía había un antiguo orfanato donde vivió durante varios años Gabrielle Chanel, más tarde conocida como Coco, junto a sus dos hermanas. Con tan solo 12 años, probablemente jamás se imaginó que esa atmósfera austera, oscura y rigurosa marcaría profundamente su trayectoria profesional.

Chanel entró en el internado en 1895, tras la muerte de su madre. Tenía 12 años cuando su padre las abandonó. Cinco años después, tuvo que elegir entre quedarse para ser novicia o cambiar de internado. Fue entonces cuando pasó al hospicio de Moulins. Durante su época más exitosa, Coco Chanel jamás se atrevió a pronunciar la palabra orfanato, ni hizo declaraciones sobre esta etapa de su vida, pero su estilo estricto, muchos de sus acabados y, sobre todo, esa insistencia por el blanco y negro como colores base de todos sus diseños, tienen sus orígenes en su legado vital.

El elenco de modelos, entre las que se encontraban pesos pesados como Kaia Gerber o Gigi Hadid, quien protagonizó un encontronazo con la espontánea que consiguió colarse en el último desfile de Chanel, atravesaban los jardines de la abadía jugando a ser la pequeña Gabrielle. En pasarela se han evocado aquellos vestidos negros y grises de las huérfanas, los intrincados trajes de las mujeres de la caridad, los hábitos en blanco y negro de las monjas y novicias que cuidaban de las niñas y los ajuares, las tocas, los blusones, las esclavinas y cuellos bobos, tan característicos antaño en ese tipo de entornos.

En definitiva, un estilo monacal, austero, contenido, de niña bien, que recaen en los códigos de siempre: tendencia bicolor, tweed, piezas de sastrería y detalles joya. La escenografía se completaba con elementos casi de uniforme como calcetines blancos, incluso sobre medias neutras, casi translúcidas. Los tacones quedan relegados a favor de merceditas, zapatos de cordones de estética escolar o botas con un punto de institutriz. Como es habitual en Haute Couture, el pase concluyó con un vestido de novia que siguió la misma línea austera, casi minimal, de la colección.

La sombra del Káiser es alargada, pero la nueva colección de Viard es toda una declaración de intenciones que asegura el futuro de la 'maison'. Puedes ver todas las imágenes del desfile al detalle en nuestra galería de imágenes.