De la zanfoña al wolframio
Día de rayos ·
El 9 de junio en Nájera ha discurrido entre el descoloque socialista por el premio a Sanz y el embate feroz del solSecciones
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Día de rayos ·
El 9 de junio en Nájera ha discurrido entre el descoloque socialista por el premio a Sanz y el embate feroz del solAl comienzo del acto institucional, cuando pasaban quince minutos del mediodía, el músico Jorge Garrido salió al escenario con su zanfoña y fue desgranando con mimo unos sonidos metálicos que remitían a Ivanhoe, a los cantares de gesta y al amor cortés. Al son de la música medieval fueron desfilando solemnemente los reyes Sancho III el Mayor, García Sánchez III, Sancho IV Garcés y a continuación Pedro Sanz y pareció que el Antiguo Régimen no acababa nunca. También iba con ellos un obispo antiguo, con su túnica talar y su mitra puntiaguda, mientras que entre las autoridades estaba sentado el obispo de ahora, Santos Montoya, discretamente vestido con traje y alzacuellos, y se pudo constatar amargamente que en materia de escenografía la Iglesia católica ya no es lo que era.
El Día de La Rioja se celebró este jueves en Nájera, con el escenario montado junto a los contrafuertes cilíndricos de Santa María la Real y un sol despiadado cayendo en tromba sobre los invitados. En este punto hasta las feministas más combativas tendrán que reconocer que existe una brecha de género inversa: mientras que las mujeres podían ir más fresquitas, sin mangas e incluso tocadas con un sombrero, como la diputada Henar Moreno, los chicos yacían estrangulados por sus corbatas y asfixiados por unos trajes oscuros casi negros que parecían de neopreno. Ahí estaban, por ejemplo, los dirigentes socialistas sudando en todos los sentidos y cerrando filas con la presidenta Andreu, aunque sospecho que más de uno sentiría envidia de Paco Ocón y de los demás disidentes, que se ahorraron tan ricamente la doble sofoquina y a esas horas estarían tomándose el vermú en alguna terraza bien aireada. Los cronistas políticos tenían mucho interés por conocer el recibimiento que se le brindaba al expresidente Sanz. Era el entretenimiento de la mañana. Los diputados del PSOE optaron por no aplaudirle cuando recibió su galardón, lo que dejó una sensación confusa. Viéndoles actuar con tanta severidad se diría que Sanz se había concedido el premio a sí mismo, un poco como cuando Napoleón se autocoronó en Notre Dame, aunque en realidad ha sido un Gobierno socialista –el de Concha Andreu sin ir más lejos– el que ha decidido nombrarle Riojano Ilustre sin que nada le obligase a hacerlo. De esta manera, no aplaudir no era tanto un desprecio a Pedro Sanz como un desaire hacia quien había decidido concederle la medalla. Sus razones habrá, aunque no sepamos cuáles y eso esté abriendo inmensos y fecundos campos para la fabulación. Menos ganas tendría de aplaudirle Ceniceros y sin embargo luego hasta se sacaron una foto juntos.
El acto institucional consistió en lo que suelen consistir los actos institucionales: discursos y más discursos como si no hubiera un mañana. Tal vez debería ofrecerles aquí un análisis retórico de las intervenciones de todos los oradores, pero me temo que atendí poco porque me entretuve buscando sombras aquí y allá. A veces los calvos tenemos que elegir entre el cáncer de piel y el descrédito profesional. El sol, por otro lado, es un enemigo habitual de los Días de La Rioja. En el patio de San Millán habían conseguido poner unos toldos que hacían su labor, pero este jueves en Nájera no había protección posible, el cielo era de un azul insultante y los rayos caían a plomo, violenta y centralistamente, como si los hubiese mandado Vox para desbaratar de un golpe de calor las autonomías y los días regionales. A los invitados oficiales no les quedó otro remedio que aguantar estoicamente el sofoco, animados por la última frase de Carmen Chover: «Ni un bien ni un mal duran mil años». Sin tanta paciencia, los espectadores normales huyeron al cuarto de hora. La organización había dispuesto una pantalla gigante en la plaza de España con unas sillas plegables para que los ciudadanos corrientes y molientes pudiesen seguir la jornada. Al comienzo estaban todas ocupadas, pero a medida que se sucedían los discursos, la gente fue desertando hacia los bares aledaños y las franjas sombreadas. Para cuando le tocó el turno a la presidenta, en las sillas destinadas al pueblo solo aguantaban cuatro niñas y un globito de Bob Esponja, que era el único que no perdía ripio de lo que allí se estaba diciendo y al menos sonreía. Los miembros de la comparsa de San Asensio, que habían dejado los gigantes aparcados en la calle Hórreo, estaban tomando cañas en el bar Talismán, con sus trajes blancos y sus pañuelos rojos, mirando el reloj y echando cuentas. «Nos van a tener hasta las cinco de la tarde», resoplaba uno.
No llegó a tanto. A eso de las dos y cuarto, el público «oficial» se puso en pie para escuchar los himnos de La Rioja y de España. La Agrupación Musical Najerense había aguantado el tipo al sol sin arrugarse y eso merece un reconocimiento. Por una vez los percusionistas se beneficiaban de su posición en el orden orquestal y, pegaditos a los muros de Santa María, disfrutaban de un poquito de sombra mientras sus compañeros alcanzaban el punto de ebullición. Los más afortunados los escuchaban sentados en una terraza con una ración de rabas en la mesa. Llevaban pulseritas cuatricolores y pañoletas blancas al cuello con el lema «40 años de autonomía de La Rioja». Tomaban cerveza y no vinos, lo que tal vez quiera decir algo sobre la identidad riojana o tal vez no. Al fin y al cabo, tampoco vamos bebiendo por ahí chupitos de wolframio y ya ha dicho Javier García que ese cachito de la tabla periódica es nuestro gracias a los D'Elhuyar.
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Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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