Los de las doce y cuarto
CRÓNICA ·
A ojos de un boomer, el operativo de vacunación de Riojafórum funciona como una sinfonía perfectamente ejecutadaSecciones
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CRÓNICA ·
A ojos de un boomer, el operativo de vacunación de Riojafórum funciona como una sinfonía perfectamente ejecutadaEl mediodía luce a mayo en el patio trasero de Riojafórum. El aparcamiento que se acomoda entre el palacio de congresos y el Ebro está cuajadito, pero la rotación es constante y facilita la operativa a la concurrencia motorizada. Son las 12.14 y falta ... solo un minuto para la hora H que seis días antes le fue señalada, vía SMS, al periodista como frontera con el nuevo estado que le aguarda: las 12.15.
Voluntarios de Protección Civil ponen orden. «Los de las doce y cuarto...», me parece oír y acelero el paso para acercarme al que entiendo es el grupo de las 12.15. Soy el último de la fila. El último de la fila era el nombre de uno de los grupos que puso banda sonora en la juventud de los que ahora estamos ahí, en línea de a uno, bajo un tibio sol de mediodía, en el parque del Ebro.
Aunque sin música, en menos de cinco minutos, una puerta trasera del soberbio edificio multisuos nos engulle a 'los de las doce y cuarto'. Adentro, la hilera se estira al recorrer los pasillos antes de asomarse al lugar donde, presumo, daremos el primer paso para recobrar nuestras vidas tal como fueron antes de la pesadilla.
No han pasado aún diez minutos desde que llegué y ya soy testigo de la sincronía con que late el corazón de Riojafórum. Y de cómo lancean a mis coetáneos y les abonan el torrente sanguíneo con esa suerte de ingenio de Biontech que evoca al minisubmarino del Viaje alucinante ,la peli de Richard Fleischer que casi todo baby boomers de los 60 hemos visto por activa, pasiva y perifrástica.
Los de las doce y cuarto tenemos muchas cosas en común. Primero, entre 55 y 59 años, que es una edad cojonuda: como se dice en La gran belleza (del premiado Sorrentino), ya hemos empezado a darnos cuenta de que no podemos perder el tiempo haciendo cosas que sabemos que no queremos hacer. También hemos superado el tiempo en que vivimos pendientes del beneplácito de los demás. Y tenemos menos pelo o más canas; nos ha crecido la papada o la nariz; y hasta pelillos en lugares que no deberían. Y a la mayoría nos da igual. Más en esa fila, cuando rozamos con los dedos la primera dosis del elixir de la nueva felicidad empaquetado en ácido ribonucleico mensajero... Dosis y ácido, que en la misma frase sonaba fatal, y tantas veces letal, cuando los de las doce y cuarto éramos jóvenes, parecen ahora la música extremada de Salinas que tan bien cantó fray Luis, como los de la esa fila estudiamos en el BUP.
En fin, que el último de la fila que soy va llegando a control. Al otro lado de un teclado, Rosana me hace cuatro preguntas, toma mi DNI y me ofrece un impreso que debo devolver cuando regrese a por la segunda dosis. Todo en orden. Luego me enfila hacia una suerte de capillitas donde aguarda Carmen, la enfermera que en ese instante personifica a toda la enfermería del mundo, a la que dan ganas de abrazar. Es joven y evoluciona con una profesionalidad a prueba de pandemias. Me tranquiliza, por si hiciera falta, y mientras inocula a sendos colegas de refugios vecinos voy descubriendo mi deltoides. Carmen culmina, sin hacerse notar, la sinfonía perfecta con la que se mueve el operativo de la vacunación. Han pasado 20 minutos y este periodista se siente más libre. A las 12.36 se despide, feliz, el último de la fila de las doce y cuarto.
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