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A finales del 2018, Carmen Calvo se presentó en un salón de banquetes de Logroño para la presentación formal de Concha Andreu como candidata por el PSOE al Gobierno de La Rioja. Tronaba esa noche por la megafonía aquel viejo éxito de AC/DC ... cuya letra reflexiona sobre el duro camino que aguarda siempre a quien quiera coronar una cima, cualquier cima. Era una metáfora demasiado obvia del risueño ambiente, cercano al triunfalismo, que se respiraba entre el socialismo riojano, cuyos miembros se daban codazos cómplices cada vez que sonaba el estribillo, esa frase que lo precede: «Es más difícil de lo que parece». O la estrofa final: «Es un largo camino hacia la cima. Deberían habérmelo dicho».
Año y medio después, Andreu ya ha coronado la cima, de nuevo con Calvo como testigo. Desde el campamento base donde tuvo que extraer lo mejor de sí misma para enredar a Raquel Romero y compañía en la tela de araña del poder, ha ido escalando por el empinado camino que conducía al Palacete y desde ahí observa la región que preside procurando adoptar eso que la opinión pública reclama de sus líderes: la voz presidencial. Un estatus de difícil concreción, suma de distintos intangibles: el plano cercano, donde Andreu se desenvuelve con facilidad e incluso brillantez, y el plano que reclama de ella que aflore la estadista que lleva dentro. En actos como el de este jueves en Madrid, por ejemplo. Que sirvió no sólo para presentar en sociedad ese proyecto que defiende desde que llegó al Gobierno, con las palabras clave y las prioridades estratégicas que colonizan desde entonces su discurso, sino como puesta de largo en la capital del nuevo poder político que se encarna hoy en La Rioja en las siglas, las viejas siglas, del puño y la rosa.
Porque el desembarco de Andreu recordó otros recientes, más o menos recientes. Los protagonizados por sus antecesores en el Palacete e incluso por Cuca Gamarra, cuando la exalcaldesa de Logroño todavía aspiraba a todo en su partido. Le acompañaban a Andreu los miembros de la cohorte presidencial propia de semejantes acontecimientos, esto es, varios consejeros (no, Raquel Romero no viajó: se quedó en el Palacio de los Chapiteles), algún alcalde como el de Arnedo, los parlamentarios en Cortes al completo, la nueva delegada del Gobierno y su predecesor. La renovada clase dirigente de La Rioja, junto con la misma clase empresarial más o menos de siempre y el resto de autoridades que también rinden tributo al protocolo. La foto de los asistentes al acto en Madrid sería algo así como la foto del cambio en La Rioja, si no hubiera sido por la presencia de Emilio del Río, bien que en condición del alto cargo que desempeña en el Ayuntamiento capitalino.
Ante todos ellos, los integrantes de su séquito, los incondicionales ganados de antemano para la causa y esos invitados que aparecen con tanta frecuencia por estos saraos madrileños, con cara de que pasaban por allí, Andreu desgranó una especie de lección de historia contemporánea que pretendía contribuir a que mejore el conocimiento de la región que preside entre la 'inteligentsia' madrileña. Que es tanto como decir española, como bien apuntaba la propia presidenta: «El eje centro-periferia se impone hoy en España al resto de problemas». Con un dardo adicional: «El dramatismo en la política española ya existía hace 40». Fue la parte más elocuente de su intervención, que osciló de más a menos: como si le costara o no quisiera ingresar en la agenda nacional, plagada de trampas (Venezuela, Cataluña). Como si le incomodara salirse del guión: esos papeles donde había dejado algún aviso para gobernantes, que se puede aplicar a su idolatrado Pedro Sánchez o a sí misma: «Los Gobiernos de coalición necesita mucha paciencia». ¿Se referiría al suyo con UP? Se ignora. Como pista, esta frase: «Nuestro Gobierno funciona estupendamente. Con ganas de construir».
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