La virtud de dar la cara

Por eso aprecio especialmente, tengo esa querencia, el ejemplo contrario. Y más cuando las cosas vienen dadas regular. Todo gobierno se mete de vez en cuando en un jardín lleno de avispas, y ahí es cuando la decisión se toma. Plasma o micrófonos, búnker o calle. Qué diablos hacemos.

El Gobierno de La Rioja se ha metido en estas semanas en un avispero innecesario con el tema de las Urgencias. Innecesario por haber hecho las cosas al revés: sabiendo que quitar servicios médicos solivianta a la población, es mejor explicar primero, incluso negociar, y dictar después.

Pero en todo caso, una vez que la cosa estaba liada, reconozco sin ninguna duda que la presidenta Andreu le ha echado un par. No es fácil ir de reunión en reunión, con la cara por delante, para enfrentarse no solo a los alcaldes (qué duro es también ser alcalde en una cosa de estas), sino a los propios vecinos.

Vecinos cabreados, en suma. Porque para ellos la ecuación es fácil: con más médicos estoy mejor, con menos estoy peor. Y su cabreo también es comprensible, y además, se multiplica con el número.

Veo a Andreu, en plena calle de Murillo, hablando con un grupo de vecinos, muchos de ellos de Ausejo. La veo aguantar durante largos minutos, intentando explicar lo que pasa: básicamente, que qué más quisiera ella que tener un médico para cada pueblo 24 horas. Pero que eso, ahora mismo, es cero posible. Y que según se consigan, las cosas se mejorarán, pero que ahora mismo hay recortes que son inevitables.

Dar la cara así está en el ADN de los políticos. O debería. Porque es lo que uno debe hacer, pero sobre todo porque es jodidamente difícil. Uno (una) es la presidenta de La Rioja porque así lo han querido los riojanos. Quiero decir, que uno tiene su cargo y su importancia y su tentación de creerse por encima de esas cosas.

Por eso salir ahí y explicarse con la cara por delante, sin un mal gesto y aguantando carretas es un gesto digno de aplauso. Así se sale, poco a poco, de los avisperos.

El Gobierno de España indulta a los políticos catalanes presos. Lo hace, dice él, con buena intención: iniciar un clima de distensión que pueda acabar con tanto jaleo. Lo hace, dice la oposición, para ganarse unos años de sillón.

Quiero creerme la primera interpretación de las intenciones de Sánchez. Pero dudo, y me gustaría no dudar, sobre sus consecuencias. Lamento no recordar qué contertulio radiofónico citaba el otro día sobre este asunto la fábula de la rana y el escorpión. Por si no la conocen: un escorpión pide a una rana que le ayude a cruzar el río a sus espaldas. Cuando ambos están en mitad del agua, el escorpión pica a la rana, y ambos se ahogan. «¿Por qué lo has hecho?», pregunta la rana. «Qué quieres. Es mi naturaleza».

La naturaleza del independentista es ser solo independentista. Ni de derechas ni de izquierdas, ni nada más que no sea su monotema de la frontera y la banderita y el desprecio/odio hacia el otro. Por eso dudo de que esto sirva para algo, y ojalá me equivoque. Porque la rana actúa con buena intención y racionalidad, pero el escorpión no puede saltarse su naturaleza. Él es así.

Y aquí estamos de nuevo, enfrentados a lo de siempre, a la elección ciudadana más repetida en esta pandemia. Desde ayer ya no tenemos la obligación de ponernos mascarillas en la calle, a no ser que haya «aglomeración». Claro, aplicar eso es tirando a complicado. Así que los ciudadanos tenemos lo de siempre: no «estamos obligados a» ponernos la mascarilla en muchas situaciones. Pero, sin embargo, «debemos» llevarlas. O deberíamos hacerlo, si nos guiamos por un poco de precaución y por pura lógica a la espera de que las cosas terminen de mejorar. No es, ya digo, la primera vez que nos pasa. A ver qué hacemos.