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Un homicidio disfrazado de accidente

María Teresa Sáez | 1 de octubre de 2004

Un homicidio disfrazado de accidente

La vecina de la Alfaro falleció a causa del golpe con un «objeto contundente» que le propinó su marido, quien achacaba su muerte a una caída fortuita por las escaleras

Iñaki García

Logroño

Lunes, 25 de noviembre 2024, 07:16

Aquel 1 de octubre de 2004 Alfaro se preparaba para un fin de semana intenso. Era viernes y la fecha elegida para que el pabellón deportivo 'IES Gonzalo de Berceo' abriera sus puertas para acoger tanto la tercera edición del conocido como Mercado de las Viandas como la primera de 'Ebroalfaro', una exposición de productos de la huerta de la localidad riojabajeña. Sin embargo, un hecho enturbió esas citas. En la noche de aquel viernes, el número 24 de la calle San Antón fue testigo de un crimen que se quiso disfrazar, por parte del agresor, en accidente.

María Teresa vivía con su marido, ambos sexagenarios, y con su hermano en esa casa de Alfaro. Los tres compartían techo y, según relataban los vecinos a Diario LA RIOJA poco días después de conocerse el suceso, llevaban una vida independiente. El matrimonio tenía dos hijas, de alrededor de treinta años, que ya se habían independizado. El marido, Pedro M., solía coger su motocicleta para ir hasta un huerto de su propiedad. Había regresado a Alfaro tras volver de Estados Unidos, donde emigró con otro hermano para trabajar de pastor.

Aquel 1 de octubre, los tres habitantes de la casa se encontraban en el hogar familiar. Cenaron en la cocina y la víctima se fue a otra planta de la casa, mientras su marido y su hermano se quedaron viendo la televisión. Minutos antes de las once de la noche, el segundo de ellos se marchó a dormir y, no mucho después, la pareja coincidió en el rellano. Ahí arrancó, según la sentencia, «una fuerte discusión» entre ambos que acabó en un enfrentamiento y con él golpeando a su esposa con un objeto. En concreto, dicho objeto era «contundente y amplio, con una superficie no del todo plana semejante a la abombada y lesionante, de 15 a 20 centímetros de diámetro, y que presentaba dos salientes en forma rectangular de una superficie aproximada de 16 por 18 milímetros». Con él golpeó a María Teresa en el cráneo, causándole, entre otras lesiones, un traumatismo cráneo encefálico en el área temporal. También recoge el auto que previamente a esa agresión, Pedro M. «llegó a coger violentamente a su esposa por el cuello, el brazo y las muñecas», provocando también diferentes lesiones.

Esa escena supuso el punto y final a una relación que, tal y como indica la sentencia, se había ido deteriorando. «De tal modo que, desde unos cinco años con anterioridad a estos hechos, eran frecuentes las discusiones y enfrentamientos, durante los que el acusado llegaba a dar golpes a su esposa», se señala antes de citar una agresión física previa, en 2022, que le provocó a María Teresa hematomas en ambos brazos.

Aquel viernes, 1 de octubre, la agresión acabó del peor modo posible, aunque él intentó enmascarar lo ocurrido al asegurar que todo había sido fruto de un accidente y que María Teresa se había caído por las escaleras. Esa fue, de hecho, la versión que le dio a su cuñado cuando acudió a su habitación, le despertó y le dijo que su hermana estaba malherida. Le pidió que le ayudara a trasladarla a la cama, tal y como ambos hicieron. Es la versión que, además, defendió en la vista. «Yo estaba fumando un cigarro en el salón y, de repente, oí el sonido de dos botes de cristal chocando en el rellano de la escalera. Salí y me encontré a mi mujer en el suelo. Le hice el boca a boca y empezó a vomitar espuma. Junto a mi cuñado, la cogimos de las muñecas y las piernas y la llevamos a la cama. Allí siguió devolviendo», relató, retractándose así de la declaración previa ante la Guardia Civil y asegurando que había sido presionado para obtener una confesión.

Su testimonio en el juicio contrastó con las declaraciones de los peritos, quienes certificaron que María Teresa había recibido «un golpe muy fuerte» en la cabeza con un objeto contundente. «La fuerza del golpe resultó equivalente a un impacto de 800 kilos por centímetro cuadrado», declaró uno de los expertos, quien agregó que el cerebro se encontraba destrozado al analizarlo.

Tras la agresión, y pasada aproximadamente una hora y media desde los hechos, el agresor le pidió a su cuñado que se acercara al centro médico para que el facultativo de guardia acudiera al domicilio. El hermano de la víctima tardó unos 20 minutos en llegar y fue pasada la una de la madrugada cuando los sanitarios llegaron al lugar de los hechos. Vista la gravedad de las lesiones, decidieron su traslado al hospital de Calahorra y en ese centro, por su parte, se estimó oportuno evacuarla al Hospital Clínico de Zaragoza, donde murió el 2 de octubre a las 11.30 horas.

En el cierre del juicio, tanto el fiscal como la acusación particular incidieron en el testimonio de los profesionales. «Los médicos dijeron que la muerte era incompatible con una caída por las escaleras», se expuso, al tiempo que la defensa basaba sus argumentos en que el acusado no había contado con las garantías procesales pertinentes. «Las pruebas fueron conseguidas de manera ilícita, ya que confesó sin la presencia de su abogado, y de pruebas ilícitas no pueden deducirse más pruebas», señaló su abogado. Unos argumentos que nada tenían que ver con los del resto. «Tenía intención de matar», concluyó el fiscal.

Ese argumento fue el que tomó como bueno finalmente la Audiencia Provincial, quien condenó al agresor a 16 años de prisión: catorce por homicidio y dos más por un delito de violencia doméstica. También se le ordenó, entre otras penas, pagar 125.000 euros a cada una de sus dos hijas y 20.000 más a su cuñado, en concepto de daño moral. Dicha sentencia fue recurrida con posterioridad al Tribunal Supremo, que determinó que no había lugar a la admisión del recurso de casación, por lo que se mantuvieron las penas para el agresor, quien tiempo después, según ha informado el abogado que ejerció la acusación particular a este periódico, falleció.

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