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«Esto no es una jaula cerrada de oro». Así lo afirma Javier Martínez, responsable de la Fundación Diagrama, encargada de la gestión del centro Virgen de Valvanera, para quien es importante matizar que el también llamado antiguo chalé de Sabas no es un centro ... de protección, sino que es de medidas judiciales. «Aquí los chicos vienen a dar cumplimiento de una medida que les impone el juez de menores de La Rioja porque han cometido un hecho delictivo». Precisado este punto, asegura que la violencia filioparental sigue siendo el motivo más habitual por el que los chavales son condenados, aunque en los últimos años también se ha notado un repunte de los delitos contra la libertad sexual.
Al igual que la directora María Hernández, insiste en la importancia del trabajo en equipo, no sólo con los menores, sino también con sus familias y su entorno social porque «si lo que hacemos aquí no tuviera continuidad, el trabajo se esfumaba en un minuto». El nivel de éxito, por tanto, «viene ligado al de implicación no sólo del chaval, sino también de su entorno».
En todo el proceso es importante también la formación y que las rutinas que han adquirido en el centro las mantengan en el exterior. Y para eso es fundamental exponer a los chavales, que acudan a los institutos, que vayan con pernocta a su casas, que tengan tiempo de ocio con sus compañeros porque «sabemos que en algún momento se van a equivocar y si eso sucede estando en el centro vamos a poder sentarnos con él y hablarlo».
Lidia Ibáñez es una de las psicóloga de un centro en el que cada vez hay más menores con un perfil de índice terapéutico. Por eso, dice, «es importante el trabajo del psicólogo y del psiquiatra». «Trabajamos quitándonos las gafas de jueces para que no se sientan en ningún momento juzgados, encuentren un espacio seguro y se sientan libres de expresar sus preocupaciones».
El proceso por el que pasan los chavales va por fases, la primera de ellas es la de exploración, ver cómo son, cómo se están adaptando al nuevo entorno y «que perciban que están en un lugar seguro a pesar de que no es el que ellos quieren», apunta. Otra de las etapas cruciales es la de la prevención de las recaídas «que como en todo proceso puede haberlas».
El acompañamiento a lo largo de todo el proceso no sólo es con los menores, sino también con las familias. «En muchas ocasiones, a los padres, con la culpabilidad que sienten y su propia historia de vida, les cuesta asumir la orientación y por eso hay que hacer el trabajo de empoderarles».
En los casos de violencia filioparental, que son la mayoría, «no entra un chaval, entra la familia. Son procesos muy lentos en los que a veces el internamiento se nos queda corto y luego hay que trabajar mucho en libertad vigilada». Así lo explica Santiago Fernández, trabajador social del centro, quien incide en la importancia de trabajar con las familias.
De hecho, cuando entran los chavales, se cita a los padres que, por lo general, tienen muchos temores, «no saben en la medida judicial que está su hijo, qué repercusiones tiene y hay que explicarles con naturalidad qué es el centro». También hay que desmontar los estereotipos sobre el concepto que tienen de estas instalaciones, que asimilan más como una cárcel y, cuando empiezan a normalizar la situación, «se apaciguan».
Al final, las familias se ilusionan con los avances de sus hijos y «cuando recae el chaval, no sólo lo hace el menor, sino el padre, la madre, el hermano, el tío...». Y aunque es cierto que a veces hay recaídas y que incluso algunos no llegan a reinsertarse «siempre les ha quedado una semilla y al final el trabajo sale», apunta Fernández.
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