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Ramón Barragán, en el interior del bar La Chata, en Nieva de Cameros. D. M. A.
Bares en los pueblos: una agonía en la supervivencia
Bares de pueblo

Mucho más que vinos y cervezas

El incremento de los costes pone contra las cuerdas a unos pequeños establecimientos hosteleros que además cumplen un papel social

Pío García

Logroño

Domingo, 13 de noviembre 2022, 01:00

Pueden haber eliminado las sucursales bancarias, puede estar cerrada la iglesia, puede haberse quedado sin escuela, puede que no haya ni una tienda de ultramarinos ni una panadería, pero cuando falta el bar se estampa el último sello sobre el certificado de defunción de un pueblo. En estos lugares agonizantes, que van perdiendo habitantes en una sangría que parece no tener fin, el bar cumple una misión social que va más allá del mero negocio –por otro lado no demasiado boyante– de servir cafés y vinos. «Hay muchos días y muchos momentos del día en los que económicamente no compensa permanecer abierto, más hoy en día con los costes disparados de la energía, pero lo haces porque sabes que tienes que dar un servicio. Porque, al final, a través de los bares se vertebra la vida social en los pequeños pueblos», subraya Carlos Bobadilla, que regenta el Bar Isasa de Préjano, un municipio con 207 habitantes censados.

La Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales de España ha publicado un informe titulado 'La dimensión social de la hostelería' en el que evalúan el impacto de los bares en la vida de las personas, sobre todo en la España vaciada. El estudio indica que solo hay cinco comunidades autónomas en las que todos sus municipios cuentan con bares abiertos: Baleares, Canarias, Galicia, Madrid y Murcia. Son regiones muy volcadas hacia el turismo y en las que no se da el minifundismo municipal que sí se advierte en Castilla y León o en La Rioja. Resulta más difícil detallar el número de pueblos que no tienen bares. En ocasiones son establecimientos híbridos, que adoptan la fórmula de asociación cultural, o se trata de concesiones municipales que abren y cierran según las épocas del año. Tampoco resulta raro que haya bares que suban la persiana durante el verano y la semana de fiestas y cuelguen el cartel de traspaso en cuanto comienza el invierno. Según el estudio de los responsables de servicios sociales, en La Rioja hay 3.522 ciudadanos sin bares en sus pueblos, aunque la cifra real es seguramente menor. Queda, en cualquier caso, muy lejos de los datos de Castilla y León, corazón de la España despoblada, en donde más de 70.000 personas pasan el día sin tener un sitio en el que les sirvan un café.

«Estos establecimientos cumplen una función esencial en la vida de la localidad, de manera que son, sin duda alguna, uno de los últimos reductos contra la despoblación», advierten Gustavo García Herrero, trabajador social y redactor del informe, y Luis Rondón García, sociólogo y director del equipo de investigación. «Cuando cierra el último bar de una localidad, el riesgo de despoblación resulta prácticamente inevitable por la pérdida de estímulos para la vida personal y por la desaparición de un espacio y de un servicio nucleador de la vida colectiva», abunda el estudio. «Esto no es como en una ciudad, si en un pueblo no hay bar la gente no sale de casa», redunda José Ramón Martínez, que atiende la barra del bar de Villalba de Rioja. «Un pueblo sin bar no es pueblo», sentencia Ramón Barragán, del bar La Chata, en Nieva de Cameros. Aunque las cifras oficiales del censo atribuyen 163 habitantes a Villalba y 89 a Nieva, en los meses de invierno el número de residentes –y por lo tanto de potenciales clientes– cae en picado.

Situación crítica

Si ya de por sí los bares de pueblos pequeños llevan años librando una lucha cotidiana por la supervivencia, ahora acaban de recibir dos golpes sonoros: en primer lugar, el impacto de la pandemia, con su corolario de confinamientos y restricciones a la movilidad; y, justo después, el incremento de los costes asociados al alza de la inflación y a la guerra de Ucrania. «Se ha notado mucho la caída en los márgenes de beneficio», indica, desde el bar Devizio de Alcanadre, César Martínez. La queja es general y con frecuencia las buenas épocas (verano, fiestas, fines de semana...) no alcanzan a compensar el larguísimo invierno. «Las administraciones públicas deben ser conscientes de esta realidad y activar medidas de apoyo para el mantenimiento de los bares allí donde constituyen el último reducto contra la despoblación», asegura el informe de la Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales de España. Los autores del estudio reclaman ayudas de las entidades locales «a quienes los mantienen y gestionan», así como «beneficios fiscales y otros estímulos para poner en marcha estos negocios» por parte de las administraciones autonómicas.

La Rioja es una de las comunidades en las que más se valora la función social que cumplen los bares, especialmente en el mundo rural. Y no solo como punto de encuentro. Desde Préjano, Carlos Bobadilla recuerda que a veces se convierten en centros logísticos para los vecinos: reciben cartas y encargos, entregan paquetes... Un corazón que no deja de bombear sangre al pueblo.

Bar Villalba de Rioja | José Ramón Martínez

«Si en un pueblo pequeño no hay bar la gente no sale de casa»

M.C.

La pandemia afectó al bar de Villalba de Rioja, aunque no consiguió cerrarlo gracias al tesón de José Ramón Martínez, quien lo regenta. «Lo pasamos muy mal, pero cuando todo se calmó, mis clientes volvieron», explica. Clientes que, en su mayoría, son vecinos del pueblo, aunque los fines de semana recibe a muchos montañeros. «Es más fácil trabajar con los mismos clientes y tener una amistad. Ya sé lo que quiere cada uno», apunta. Y también valora la su importancia de su establecimiento: «Aquí no es como en una ciudad. Si en un pueblo pequeño no hay bar la gente no sale de casa». - M.C.

Bar Isasa de Préjano | Carlos Bobadilla Eguizábal

«Un pueblo sin bar son casas sin comunidad»

Un pueblo sin bar es un conjunto de casas y habitantes, pero no hay una comunidad». Es lo que piensa Carlos Bobadilla Eguizábal detrás de la barra del Isasa de Préjano, entre el Cidacos y la peña que da nombre a su negocio. «Los bares vertebran y hacen posible la vida social de los pueblos, son punto de encuentro para hacer comunidad». Desde esa idea, Carlos asume su oficio como un servicio público vocacional. «Primero, para vivir en un pueblo has de estar convencido. Y para tener un negocio, todavía más convencido, porque muchas veces deja de ser un negocio basado en criterios de rentabilidad económica para ser un servicio social», afirma. Después de hacer su vida en Logroño, ese convencimiento llevó a Carlos a establecerse hace once años en su Préjano de raíces, «un sitio que sus gentes lo hacen muy acogedor». Convencido, el bar Isasa logra sobrevivir gracias a lo que describe como «ley de la compensación»: aprovechando al máximo el período estival y aquellas otras fechas como Semana Santa o fiestas en las que el pueblo se llena de gente, además de tener claro «que hay que tener una perspectiva diferente de lo que debe ser un negocio. Y más con el aumento de costes». -E.P.

Bar Devizio de Alcanadre | César Martínez

«Lo que más se ha notado es la bajada de los márgenes por el incremento de precios»

S.S.

César Martínez tiene un grupo de punk rock llamado Los Devizio donde toca el bajo y canta. En enero se cumplirán ocho años de la apertura de su bar, 'Devizio', en Alcanadre. «Lo que más se ha notado es la bajada de los márgenes del negocio por el incremento de precios», comenta. Tiene más afluencia de gente que acude a la localidad en agosto y diciembre. Para atraer al público organiza conciertos puntuales como el que ofreció ayer el grupo riojano Los Zigalas, en formato acústico. «Este es el típico bar de pueblo con un poco de todo: vermús, rondas y ocio nocturno», señala. Dispone de un aforo de ochenta personas y asegura que ha sufrido la pandemia, sobre todo hace unos meses, pero superó el bache. «Cuento con clientela fija y parece que se va animando la situación», termina. -S.S.

Bar Armonía de Camprovín | Rubén Monasterio Lombillo

«Tenemos la suerte de que las casas rurales atraen gente»

F.D.

En los meses de julio y agosto no se para, se trabaja muy bien», advierte Rubén Monasterio Lombillo, que lleva casi cinco años gestionando el bar Armonía de Camprovín. Y añade que «en junio va más o menos bien, lo mismo que en septiembre, pero cuando pasan las fiestas de octubre la cosa baja». Es por ello que cuando llega noviembre «abro todos los días, salvo el lunes, pero solo por la tarde, excepto los sábados y domingos». Señala que el pueblo tiene la suerte de que «las cinco casas rurales que hay funcionan muy bien. Si no están llenas cada fin de semana, le falta poco. Ya sé que para el puente de la Constitución y para Navidad están todas al completo». Y eso él lo nota, «porque esa gente viene por aquí mañana y tarde». Reconoce que la pandemia supuso un palo fuerte, pero lo peor fue que «cuando por fin nos dejaron abrir porque a la gente le costó quitarse el miedo. Yo estuve todo junio abierto pero prácticamente solo en el bar». -F.D.

Bar La Chata | Nieva de Cameros

«Tener aquí un bar es tener un centro social»

D.M.

Ramón Barragán regenta junto a Miriam el bar La Chata de Nieva de Cameros, pueblo de la sierra que aunque tiene un centenar de censados apenas cuenta con una treintena de residentes. «Tener aquí un bar es tener un centro social, un lugar abierto donde tomar café, preguntar dónde vive no sé quién...», explica Rubén, aunque asegura que no es un negocio rentable. «Trabajamos bien en verano, pero con 45 días no vives todo el año, y nos ha subido todo un 60%, desde la electricidad al café», advierte Ramón. «Un pueblo sin bar no es un pueblo. Da igual quien lo lleve, pero tiene que estar abierto», considera. -D.M.

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