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Las etiquetas cada vez tienen más lectura. Sobre todo las de los alimentos: una lista de ingredientes ordenada de mayor a menor presencia, indicadores de alérgenos o gluten, información nutricional más o menos exhaustiva, «semáforos» nutricionales más o menos acertados...
Y sin embargo, en muchos ... productos alimentarios procesados o incluso sin procesar hay un dato que curiosamente falta: dónde «nació» (en muchos casos literalmente) el producto que vamos a comprar y nos vamos a comer.
No ocurre en todos los casos. En esto, Europa ha funcionado demasiadas veces a golpe de alerta. Así ocurrió con la carne de vacuno, que desde la crisis de las vacas locas debe indicar el país de nacimiento, engorde y sacrificio de las reses. En el pescado también hay que indicar el lugar de captura, o dónde está la piscifactoría, si es el caso.
Pero en el resto de productos, la variedad es inmensa. Hay sectores, como el vino, en el que la importancia del origen como elemento de marketing lo ha hecho obligatorio. Pero en general, en aquellos alimentos o bebidas en los que ese origen no es un argumento de venta, sino que puede ser más bien lo contrario, la industria se ha resistido a esa identificación. Por ejemplo hablábamos hace unos días en esta sección del caso de la miel, en el que sólo hay que indicar si es de la UE, de otros países distintos de la UE o de una mezcla de ambos. Algo nada claro ni eficiente, por supuesto.
Para acabar con esa situación ha surgido una Iniciativa Ciudadana Europea (que es la forma legal en la que se presentan este tipo de peticiones de actuación a la Comisión Europea) lanzada por once organizaciones de toda la Unión, entre ellas dos españolas: la organización de consumidores OCU y el sindicato agrario UPA.
Se llama «Eat original: Unmask your food» («Come auténtico: desenmascara tu comida»), está registrada oficialmente ante la Comisión Europea y tiene una web para recoger adhesiones: www.eatoriginal.eu.
La campaña busca ahora recoger por toda la Unión un millón de firmas (unas 40.000 en España) con tres objetivos sencillos y que deberían ser obvios, pero que la mayoría de los productos no cumple:
- Que sea obligatoria la indicación del país de origen de los alimentos transformados y sin transformar que circulan en la Unión Europea. Y que lo sea sin ninguna excepción, ni para marcas registradas ni para indicaciones geográficas.
- En el caso de los alimentos transformados, la petición va más allá: que se indique no sólo el país de origen del producto final, sino también el origen de sus ingredientes primarios, si es distinto. Dada la forma de producción de algunos alimentos súper procesados de manera industrial por multinacionales, esto podría acarrear muchas curiosidades... y alguna sorpresa.
- Mejorar la armonización de las etiquetas. Ésta es la más difusa de las tres peticiones, pero básicamente lo que se pretende que es que en toda Europa haya un etiquetado común que indique los métodos de producción y transformación de los alimentos, para que los consumidores sepan en todo caso a qué atenerse.
Una norma así ayudaría, en primer lugar, a prevenir fraudes alimentarios y algunas prácticas de venta no demasiado éticas. También hay argumentos de salud, puesto que el consumidor tiene derecho a saber si lo que come está producido en países con menos vigilancia. Y, por supuesto, sería bueno para los productores europeos.
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