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La comunidad de Agustinos Recoletos, en las dependencias ajenas al público Justo Rodríguez
Y la vida siguió tan igual como distinta

Y la vida siguió tan igual como distinta

La docena de monjes que residen en Yuso gestionan las visitas al tempo sin descuidar el rezo y la meditación

Teri Sáenz

San Millán de la Cogolla

Sábado, 3 de diciembre 2022, 21:09

Lo que a la entrada se intuye como un rumor, deviene en vocerío al final del corredor. De pronto, el silencio que transpiran los muros de Yuso parece invadido por cientos de pasos apresurados, un torrente de conversiones adolescentes, el eco de una chavalería. «Estos son alumnos de los Jesuitas de Indautxu, casi 160 mocetes de Bilbao», informa el prior, José Ramón Pérez. Así es el día a día en el monasterio casi desde que fue designado Patrimonio de la Humanidad: una riada tras otra de visitantes entre semana, mayoritariamente estudiantes de La Rioja o comunidades limítrofes, y el resto de los días jubilados y no pocos turistas nacionales pero también extranjeros que se llegan hasta aquí para dejarse envolver por la cultura, el espíritu y la historia de un escenario único.

José Ramón aún no ha cumplido un mes al frente de la comunidad de Agustinos Recoletos que reside en el templo, pero ejerció como administrador del 2002 al 2005 y conoce bien el entorno y cómo se gestó la declaración de la UNESCO. «Los grandes cambios llegaron a partir de 1997, pero el punto de inflexión para que los monasterios empezaran a tomar vuelo llegó en noviembre de 1977, con la celebración aquí del Milenario de la Lengua respaldado por la Casa Real y la RAE y la redacción de un proyecto rector que enfiló el camino», recapitula. Aquella fue una década de impulso interno, de apuntalamiento y promoción del renombre de Yuso como cuna del castellano; de la creación de la asociación Amigos de San Millán y del empeño de nombres propios como Emilio Alarcos o el padre Olarte.

Justo Rodríguez
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Con ese trayecto ya recorrido, la decisión final aquel 4 de diciembre de 1997 no fue una sorpresa. «Se vivió como una fiesta grande, pero también como una responsabilidad enorme a la vez que una garantía de continuidad y modernización», contextualiza el prior. Lo que sí supuso un cambio notable fueron las mejoras que se implementaron a partir de entonces en una estructura castigada por el paso del tiempo. El antiguo comedor de visitas se acomodó como Salón de la Lengua, el tejado se reparó casi al completo, se abrió el nuevo museo, se ubicó el Cilengua en un ala del edificio y en lo que había sido el molino viejo y los jardines de la antigua farmacia se dispuso el centro de recepción de visitantes. Más tarde se acometió la reestructuración del claustro y la iglesia. De puertas adentro, la comunidad religiosa también aprovechó la coyuntura para reformar la parte alta que correspondía al antiguo noviciado para acomodarlo como centro de espiritualidad.

Otro de los hitos clave a partir de entonces lo constituyó la gestión del turismo, que se multiplicó exponencialmente con el reclamo del nuevo sello internacional. «Antes también había visitas, pero todo era muy esporádico y limitado», apostilla el prior. «Hubo que hacer un proceso adaptativo, 'profesionalizar' esta labor que conllevó la declaración de Patrimonio de la Humanidad». A partir de ahí, se articuló un equipo perfectamente formado que ahora alcanza hasta siete guías fijos más otros cinco de apoyo en periodos punta, que atienden cada año a entre 250.000 y 300.000 visitantes que recorren los diferentes hitos del monasterio. Desde el Salón de los Reyes con los facsímiles de las Glosas, pasando por el conjunto artístico que conforman el claustro, la iglesia y la sacristía, los marfiles de las arcas-relicario de San Millán y San Felices o la sala de Códices y Cantorales. Un trasiego al que se suman la variedad de eventos, congresos, recepciones y encuentros, tanto nacionales como de carácter transfronterizo, que llenan Yuso prácticamente cada mes de expertos y periodistas del mundo entero.

Justo Rodríguez

¿Interfiere esa apertura al público el recogimiento y el silencio propios de la comunidad religiosa? «En absoluto», comenta el prior. «Al disponer el refectorio antiguo y el Salón de la Lengua de una entrada independiente, nos permite mantener la rutina a los monjes que ahora mismo residimos aquí», expone con la mirada puesta no solo en lo que se ha mejorado –la iluminación que ha permitido ofertar visitas nocturnas o la catalogación y actualización de los ficheros de la biblioteca que alcanza a libros impresos y a los manuscritos– sino en lo que a su juicio se debe avanzar, una vez cumplido el hito de los 25 años de la declaración de la UNESCO y a la espera de cómo se concrete el proyecto 'Valle de la Lengua'. «Se han empezado a dar pasos en la digitalización del amplio y riquísimo material que acoge Yuso, pero entiendo que es fundamental seguir avanzando en ese camino», reflexiona José Ramón Pérez, poco antes de la hora de la comida con sus compañeros de hábito.

Entre los miles de turistas que acoge San Millán fuera de los grupos organizados abundan parejas como Asier y Ainara. Llegados desde Mundaca y completando la ruta que han iniciado en Cihuri, aprovechan la mañana para recorrer casi en soledad el monasterio que él ya había visto de chaval, pero que apenas recordaba. «Sé que entonces me causó una impresión enorme, pero es que ahora me ha gustado incluso más», confiesa Asier inmortalizando en su cámara el monasterio que estas fechas tiene el marco del espectacular otoño que se mece en la cuna del castellano. Pronto volverán, promete. Ahí queda la palabra.

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