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Una vida inesperada a 3.700 kilómetros de casa
UN AÑO DE GUERRA EN UCRANIA VISTO DESDE LA RIOJA

Una vida inesperada a 3.700 kilómetros de casa

Familias ucranianas que se han quedado en la región cuentan cómo han seguido adelante en su condición de refugiadas

Pío García

Logroño

Lunes, 13 de marzo 2023, 14:07

Una mañana de febrero, a Yana Asanova –16 años, natural de Jersón–, le llegó un mensaje de su profesora. Se habían suspendido las clases presenciales. Ese mismo día, ya en el autobús, su madre, Gulnara Asanova, jefa de Correos, recibió una orden de su inmediato superior para que no fuera a trabajar hasta nuevo aviso. Gulnara se bajó en la siguiente parada. Entonces escuchó la primera explosión. Tuvo miedo. Llamó a su hija. Cuando consiguió llegar a casa, casi una hora después, tranquilizó a Yana. Cogieron una maleta con ropa y algo de comida y bajaron al sótano.

Estuvieron cuatro días encerradas. Gulnara solo subía al piso para coger provisiones. «Había mucha gente, estábamos todos asustados y las explosiones no paraban», dice. Cuando abandonaba el refugio veía tanques rusos desfilando y cazas volando a ras de suelo. Un avión cayó entre llamas. Se oía el repiqueteo de las ráfagas automáticas y el impacto de los proyectiles.

Un año después, una mañana de febrero, Gulnara Asanova y su hija Yana están sentadas en unas sillas tapizadas con tela verde junto a una mesa de madera. Por la ventana se cuela una luz poderosa y alegre, casi primaveral. Yana coge una tarjeta y lee en voz alta una pregunta en español:

– ¿Qué tienen en común los cigarrillos y el asfalto?

Ni Gulnara ni sus amigos, Iulianna y su hijo Aslan, saben qué responder. Quizá ni siquiera hayan entendido bien la pregunta. Yana le da la vuelta al cartoncito y dice: «El fósforo». Todos se quedan un poco perplejos, pero sonríen. Aslan incluso levanta la mano y hace un mohín, como si hubiera ganado. Están jugando a la versión de sobremesa del 'Ahora caigo', que les entretiene y les ayuda a ganar soltura con el español. Yana lo habla ya muy bien, con un suave acento eslavo. «En Ucrania iba a un colegio en el que nos daban clases de inglés y de español», explica. Ha perdido un curso –el curso de la invasión, del exilio, del desarraigo– y ahora estudia Cuarto de la ESO en la Enseñanza. Quiere hacer el Bachillerato por letras y duda entre matricularse en Derecho o en Relaciones Internacionales. Quizá así, cuando se gradúe, pueda encontrarle alguna explicación a lo que le ha pasado: cómo es posible que hace un año estuviera caminando tranquilamente con sus amigas por los parques de Jersón, a orillas del mar Negro, y hoy se encuentre refugiada con su madre en una pequeña ciudad española del interior, en un piso de la Cocina Económica, a tres mil kilómetros de su padre, con quien trata de hablar todos los días y a veces no puede.

«Seguimos conectándonos con el instituto de Jersón, aunque los que siguen allí suelen tener problemas para conectarse»

YANA ASANOVA

REFUGIADA UCRANIANA

Gulnara y Yana lograron salir del país un mes después de que comenzara la invasión. A precio de oro consiguieron pagar un coche que les llevara de Jersón a Nikolaiev por una carretera minada. Invirtieron seis horas en recorrer algo menos de setenta kilómetros. «En las cunetas se veían los coches que habían pisado una mina, destrozados», recuerda Gulnara. Desde Nikolaiev, en autobús, alcanzaron la frontera polaca. Por fin se sintieron a salvo. Luego fueron empalmando trenes (Alemania,París, Barcelona) hasta llegar a Logroño, su destino final, en donde vive desde hace 24 años la hermana de Gulnara, Veronika.

Sobre la firma

Logroño, 1970. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra y en Ciencias Políticas y Sociología por la UNED. Escribe en el diario 'La Rioja' desde 1994. Ha sido editor de Culturas, jefe de Deportes y jefe de Fin de Semana. En la actualidad, se encarga de la crónica política y es columnista de los periódicos regionales del grupo Vocento.

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