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La Navidad va a durar este año más de la cuenta en Santa Marina. Los vecinos y descendientes de esta aldea engalanaron las ventanas y puertas de las casas con unos visillos en rojo y blanco, que han convertido a uno de los núcleos poblados que se encuentran a mayor altitud en La Rioja (1.243 metros) en el hogar ideal para Papá Noel en estas latitudes más meridionales.
El temporal del pasado fin de semana ha hecho el resto. En la plaza de esta pequeña aldea de la cuenca del Jubera se acumularon más de 65 centímetros de nieve. «Hace 30 años que no nevaba así», atestigua Jesús Domínguez, el más joven a sus 64 primaveras de los cuatro habitantes fijos con que cuenta Santa Marina.
El quitanieves subió el pasado lunes por la tarde a despejarles la carretera que les comunica con el resto del mundo. Y Jesús y José Luis Domínguez, pico y pala en mano y paso a paso, han abierto unas estrechas veredas para ir a los corrales a echar a las cabras, ovejas, yeguas y a los cinco burros.
José Luis Domínguez | Vecino de Santa Marina
Con esto resulta suficiente por ahora. Los visillos con los colores de Papá Noel, el belén que saluda a la entrada o el décimo colgado en la sede de la Asociación de Amigos de Santa Marina tendrán que esperar tiempos más benignos para ser retirados. Además, en el sorteo del Gordo de diciembre el 52.374 no les trajo suerte. «Todos los años nos toca, pero éste ni lo puesto», comenta Jesús.
Quizá la gran nevada que les ha dejado el temporal augure un venturoso 2018. Algo bueno ya les ha deparado. «La nieve es bonita, pero sobre todo buena porque en los últimos meses ha llovido poco y las fuentes no manaban», continúa.
Jesús y los hermanos Domínguez (Paulina, José Luis y Marino, el más mayor de Santa Marina con 83 años) viven en dos casas contiguas. Marino sale poco estos días a la calle, desde que en Año Nuevo una ventolera lo tumbó y lleva el brazo en cabestrillo. A su hermana Paulina le da miedo que «se patine». Y es que las que andan más resueltas para caminar por las estrechas veredas en las que la nieve se ha tornado en hielo son Luna y Caty, las perras.
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Jesús, José Luis y Marino se arraciman en torno a la lumbre para combatir las gélidas temperaturas, almorzar y escuchar la radio. En Santa Marina encender la televisión en estas jornadas de crudo invierno constituye un gasto superfluo. El pueblo se abastece de electricidad mediante unas placas solares, la mayoría de las cuales las ha cubierto un manto blanco de tamaño grosor que tardarán días en poder recargar. Así que aquí los lugareños se van pronto a dormir y exprimen las horas de luz.
Paulina aprovecha para elaborar quesos con la leche de las cabras. Se vale de una cocina a butano, porque en Santa Marina todo funciona con butano. Hasta el frigorífico. «Aquí no pasas frío, ni hambre», asegura José Luis. Y si fallasen las provisiones, «matas un cabrito», agrega.
Laura Regulez sabe bien que Santa Marina destaca por su hospitalidad y que siempre que sube encuentra quien le saque unas tapitas de jamón. Así que a esta «amiga del pueblo» no le ha arredrado la carretera con sus infinitas curvas rebosantes de nieve y se ha acercado de buena mañana «a ver qué tal estaba Marino». A la joven le encanta la aldea. «Es un sitio precioso y, pese al frío, la gente es muy cálida», suscribe.
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