En estos días tan especiales, Pilar ha regalado a su madre Vicenta lo que llevaba anhelando y suspirando toda la vida: su familia. Por primera vez en sus 89 años, Vicenta ha podido felicitar las navidades y desear un feliz año nuevo a sus hermanos, ... a sus primos.
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Vicenta Ruiz Oriol creció y vivió sola en este mundo. A los quince días de nacer, a primeros de septiembre de 1933, le dejaron en un hospicio. A los 3 años, con la Guerra Civil atronando el país, le llevaron junto a otras dos niñas al colegio Amor Misericordioso de Alfaro, que acunó y cuidó durante décadas a huérfanas. Solo le acompañaba una nota. Decía que se llamaba 'Vicenta Ruiz Oriol'. Todo lo demás se ignoraba.
Vicenta se ha construido su vida sola. Sin padres, sin hermanos, sin tíos que le acompañaran y sustentaran. Sola, sin nadie. Desde los 10 años trabajando sin descanso en una familia de adopción que le maltrataba. Sin cariño, sin ningún apoyo. Y doliéndole y preguntándose siempre quiénes serían, dónde estaría su familia. Y construyéndose ella la suya, llenándola con su fortaleza y carácter de cariño. El que han heredado sus cuatro hijos y sus nueve nietos.
Tras una búsqueda infatigable de años y años, Vicenta abrazó este 17 de diciembre a sus tres hermanos, Simeón, Dioni y Pedro. Fueron abrazos sin fin entre lágrimas de felicidad en Bobadilla del Campo (Valladolid) con una emoción que las palabras no pueden describir.
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«De niña, cuando en el colegio te preguntaban quiénes eran tus abuelos, yo iba a mi madre y me respondía 'no lo sé'. Al ir creciendo, le preguntaba y me daba la misma respuesta. En su carné de identidad no pone nada sobre sus padres, su lugar de nacimiento...», recuerda Pilar Aguirre. «No sabéis lo que es no poder decir quiénes son tus padres, dónde naciste, quiénes son tu familia... No sabéis lo que es no tener una madre», les decía Vicenta entre lágrimas.
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Cuando Vicenta fue a sacarse el primer DNI, cuando fue a casarse con su querido Pedro, las mismas preguntas sin respuesta. No había expediente, no había datos de quién era. Ante esa falta de pasado, todo eran problemas burocráticos contra los que luchar. A los que aprender a vencer.
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La familia ha buscado respuestas en varias ocasiones a lo largo de los años, pero sin encontrar un camino. El primer intento de Pilar fue hace 19 años, embarazada de su hija Estrella. Y la retomó con intensidad en noviembre de 2020: Estrella lanzó un mensaje de ayuda en Twitter. Estaban ante el reto de hacer un puzle pero no tenía ni la primera pieza. Los únicos papeles que encontró en el Archivo de La Rioja citaban que existía una Vicenta Ruiz Oriol pero «se ignora» su procedencia. Pilar sospechaba que nombre y apellidos eran inventados. Pero tenía que seguir cualquier posibilidad.
A ciegas, mandó cientos de correos electrónicos con su historia a registros civiles de todo el país, escarbó en hemerotecas, en los archivos de iglesias y diócesis, en archivos militares, en especial en los de comunidades más cercanas. Administrativa de profesión, comenzó a participar en las redes sociales en grupos de búsqueda de familiares o desaparecidos, en páginas web de árboles genealógicos, encontró el asesoramiento a diario de hoy dos amigos expertos en búsquedas de Madrid –José Luis y Miguel– viajó a decenas de ciudades, a sus cementerios en busca de hilos, se hizo una prueba de ADN para poder entrar en bases de datos con las que contrastar su ascendencia... Después de trabajar, dedicaba horas incontables cada día a la investigación. Incluso fueron a un programa de televisión. «Todos los días he buscado por mi madre. Le veía que tenía siempre tanta pena... Ha habido momentos en los que el rompecabezas no tenía camino, pero no he desfallecido nunca. Lo he hecho por ella. Necesitaba darle esa alegría», asiente.
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El único recuerdo que guarda Vicenta es que antes de llegar a Alfaro estaba con «monjas con babero y alas». Tenía que haber estado en un colegio de monjas de la Caridad. Pilar buscó en colegios de la congregación por Madrid, Bilbao... Hubo muchas pistas y sendas que no llevaron a ningún lado. Pero no desfallecía.
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Aquella prueba de ADN, contrastada en la plataforma con datos de 6,6 millones de personas de la empresa con sede en Houston MyHeritage.com, puso la brújula hace ahora un año indicando un lugar, Medina del Campo. Ahí había una coincidencia del 2,5% con una persona. Era un lazo lejano, pero algo era. Pilar contactó. «Pero no había oído nada sobre una niña así en su familia», recuerda. En Medina del Campo también había un hospicio, el Hospital de Simón Ruiz. Allí daban el apellido del mercader que lo patrocinó a los niños que acogían con origen desconocido. Pilar vio la pieza. Ahí pasó sus primeros meses de vida su madre. Escribió a la Diputación de Valladolid. Había un expediente del 1 de septiembre de 1933 con la partida de nacimiento de Vicenta Ruiz Oriol. «Era la primera vez, después de tantos años, que me decían que sí, que existía mi madre», recuerda con emoción.
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El acta relataba que le habían dejado en el hospicio con quince días. Ya tenían un lugar y una fecha. Pilar preguntó en grupos de redes sociales de Medina del Campo y contactó con una chica que empezó a ayudarle, Luisa. Entablaron amistad, conversaron durante meses, como si se conocieran de toda la vida. Le contó que su abuela tuvo siete hijos y que se conocen todos. Pero Luisa y aquella persona con la coincidencia del 2,5% en el ADN eran familia. Una pieza más en el puzzle. En agosto, Pilar le pidió que se hiciera una prueba. Le llamó con un estremecimiento al conocer los resultados. Al ver el 7,7%. «Eres sobrina nieta de mi madre... ¡Eres mi prima!», le dijo con toda la emoción.
A los días, Pilar y Luisa organizaron un encuentro entre Vicenta y sus primos carnales. Los abrazó por primera vez. No dejaba de llorar. De abrazar. «Fue precioso. Una familia encantadora... Estábamos todos locos de contentos... Y mi madre, ¡feliz!», relata Pilar aquella emoción.
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Pilar continuó la búsqueda. Los primos de Medina del Campo desconocían la historia. Empezó a pedir documentación tanto de su rama materna como de la paterna. Las pistas que le dieron los primos de Medina del Campo y la ayuda de MyHeritage.com guiaron hacia la vía materna y hacia la vecina Bobadilla del Campo. Pilar viajó al pequeño pueblo vallisoletano de 300 habitantes, preguntó a los vecinos mayores y encontró la partida de nacimiento de su madre. Le llamaron Asunción. Y también la de su abuela... De la madre de Vicenta. De Anastasia. De tanto dejar su contacto a tanta gente, recibió un mensaje en su teléfono: 'Hola, soy José. Puedo ser tu primo. Mi padre puede ser el hermano de tu madre'. El corazón se aceleraba. Pero Pilar necesitaba corroborar todo.
Les pidió una prueba de ADN, facilitada por MyHeritage.com. «Estaban muy emocionados e ilusionados, hablábamos a diario, nos contaba que Vicenta se parecía mucho a su tía Dioni... pero que no sabían nada de Asunción», relata Pilar. Mantenía la prudencia. Los resultados de la prueba del padre de José llegaron desde el laboratorio de Houston este 15 de diciembre. A las 6.50 de la mañana. Cuando Pilar se asomó al umbral de su madre aquella mañana no hacían falta las palabras. Sí, Vicenta había encontrado a su hermano. A Simeón. Se conocieron por una videoconferencia surcada de lágrimas de felicidad. Y prepararon un encuentro. Vicenta viajaría dos días después al pueblo de Valladolid donde, ahora, sabe que nació.
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«La mayoría de la gente acude a nosotros porque quiere conocer qué herencia étnica tiene», explica Sonia Meza, gerente en España y América Latina de MyHeritage.com. Pero también son el camino para ayudar a encontrar a personas. Cuando alguien se registra, después de realizarse una prueba de precio asequible, puede elegir que su ADN se exponga o no para que otros contrasten coincidencias. Cuentan con una base de datos de 6,6 millones de personas. Como ejemplos, un hijo comparte con su padre un 50% de ADN; con un hermano, entre 25 y 40%. «Cuando vas ascendiendo en el árbol genealógico, las coincidencias son más fuertes», relata partiendo de que el primer lazo de Vicenta era remoto, del 2,5%. «Ella es un buen ejemplo para esos millones de personas que están buscando a sus familiares. Pero para conseguir que puedan encontrarlos es necesario que más gente se haga el ADN», invita Meza.
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Del brazo de su hija Pilar, Vicenta atravesó el umbral de una bajera. Ahí estaba su hermano Simeón. El abrazo fue eterno. De los que paran el tiempo. Pero a Vicenta no se lo habían dicho todo y le guardaban dos sorpresas. «¡Hermanita! ¡Hermanita!», decía mientras se acercaba despacio Dionisia y la felicidad de Vicenta se multiplicaba. Y se hizo infinita al presentarle a Pedro, su tercer hermano, el pequeño. «Mamá, sois cuatro hermanos», le susurró Pilar. Los cuatro se abrazaron. No se soltaban. Se miraban, se estremecían, se tocaban, se volvían a abrazar. Lloraban todos de pura alegría. Los sentimientos se desbordaron.
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Se hicieron fotos para un álbum familiar que ha aumentado en páginas. Simeón y Pedro asintieron con una sonrisa. Sí, Dioni y Vicenta se parecen. Y mucho. La familia de Bobadilla del Campo ha sumado a una hermana mayor que para ellos no existía, de la que no tenían noticia
«He soñado tantas veces con saber quién era mi familia y luego me he despertado y era un mal sueño... Ahora, no me lo creo», suspira Vicenta. «Mi madre era feliz. Pero ahora está plena», sonríe Pilar. Ahora sabe quién es, tiene su partida de nacimiento (con el nombre de Asunción), sabe quién fue su madre, cuántos hermanos tuvo... Los ha abrazado y habla con ellos a diario. Vicenta, como hermana mayor, llamó la pasada semana a Simeón para decirle que tiene que ir al médico a mirarse el resfriado. Planean nuevos encuentros familiares. «Damos por hechas tantas cosas en la vida y tantas veces no valoramos lo que tenemos... Están felices», se emociona Pilar.
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Pilar Aguirre ha dedicado cada tarde y cada noche de los últimos dos años a la búsqueda de la familia de su madre. «Este proceso me ha enriquecido con mucha sabiduría por todo lo aprendido y mucha emoción por lo vivido», asiente agradeciendo la amabilidad de las personas que ha encontrado en su búsqueda, las puertas abiertas y ayuda que ha recibido. Y da un consejo para los que están en retos parecidos, haciendo sus puzzles: perseverar, trabajar a diario.
Y ahora, ¿a qué va a dedicar sus tarde noches? «A ayudar. Hay muchas personas que están como estaba yo y mi experiencia les puede ayudar». Su consejo: «Te pueden ayudar, te pueden conducir, pero tú tienes que trabajar, investigar, no desfallecer. Y quiero trasladar un mensaje de esperanza: es posible encontrar a pesar de que no tengas ninguna pista». El suyo es un ejemplo de luz entre muchas historias que no han tenido un final feliz. Un soñado regalo de Reyes. Un perfecto cuento de Navidad.
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