Daniel Martínez
Suesa
Miércoles, 12 de abril 2023, 02:00
A las puertas del camping Somo Parque, el rastro del trágico suceso es todavía más que evidente. En 200 metros se pueden encontrar las señales, casi cronológicas, del suceso que acabó con la vida de Erika Rey de Perea (de 42 años y vecina ... de Sestao), de su hijo de 19 años y de otra mujer, María Teresa Ramos, de 68 años y natural de Santo Domingo de la Calzada. Primero la zona en la que otra pareja que se salvó tirándose a una finca para evitar ser embestidos por el Ssangyong Power de Jaime Acebes la primera vez que se salió de la carretera, después las maderas arrancadas de los protectores de los contenedores de basura que se llevó por delante antes de tirar abajo una farola, más allá una mancha de pintura naranja que un empleado municipal utilizó para disimular la sangre y la palabra 'niño' escrita a tiza en un punto, a 20 metros del lugar del impacto, donde acabó el cuerpo del joven Ethan sobre la carretera, a continuación la valla que separa el paseo peatonal del aparcamiento del camping las siluetas que dibujaron los agentes de la Guardia Civil antes del levantamiento de los cadávares de las dos mujeres...
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Una semana después del accidente que conmocionó a todo el municipio de Ribamontán al Mar aún quedan trozos de la carrocería del Citröen que resultó siniestro total al ser golpeado por el vehículo –después de atropellar a los tres fallecidos– que conducía el responsable de estos hechos, que al ser sometido a la prueba de alcoholemia casi triplicó el máximo permitido y dio positivo en cannabis.
«Se veía venir y nadie tomó medidas», insiste Emilio Valle, propietario del camping, donde Jaime ya tenía prohibida la entrada por sus problemas con la bebida. Recuerda que no hace mucho su mujer le echó del bar, que él salió de allí con el coche cruzando de su carril al contrario y que a los pocos días regresó a pedirle perdón. Eran amigos. De los de quedar para comer y cenar, pero habían dejado de serlo. Emilio pasa en segundos del tono entrecortado cuando recuerda a los fallecidos –confiesa que Erika era casi como una hija– a la rabia por la decisión del juez de dejar al conductor en libertad condicional. «No hay derecho. Esta ley es una puta mierda. Lo ha hecho a conciencia y tenemos que aguantar que diga que ha sido una triste desgracia... No vale decir que lo siento, no vale decir que es una desgracia», prosigue el hostelero, que está convencido de que el hombre buscaba suicidarse: «Él no quería parar. Él se quería matar».
Para el responsable del camping, la prueba es que pese a todos los impactos, no hay sobre la calzada ni una sola frenada. Siguió acelerando durante más de 100 metros tras chocar contra el primer obstáculo –la farola que aún está sin reparar–. «Él siguió acelerando. Yo estaba en el bar y vi el golpe. No quise arrimarme a Jaime, porque si me arrimo... Solo me salió decirle al guardia que le diera dos tiros ahí mismo. Me da igual excederme en lo que digo», rememora antes de volver a lamentar la decisión del juez. «Es una vergüenza».
Emilio, que en segundos fue el primero en llegar a la escena del atropello junto al hijo pequeño de Erika, está convencido de que lo ocurrido la semana pasada será imposible de olvidar. Ya ha marcado la Semana Santa.
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