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El propio topónimo de la capital riojana deja clara su íntima relación con el Ebro: Logroño proviene del celta 'illo gronio', que significa 'vado'. Así lo explica Eduardo Negueruela, ingeniero técnico industrial y estudioso de los diferentes medios que han permitido a los logroñeses ... salvar el río a lo largo de la historia. «De hecho, ese vado que en su tiempo permitió cruzar a pie sigue existiendo, a la altura del cementerio», apunta. Un gesto, el de atravesar el río, tan sencillo como esencial para mantener unidas las dos zonas de la ciudad -la habitada en la orilla sur y la industrial, agrícola y funeraria al norte-, una división tan antigua como los propios pasos sobre el Ebro.
El primer puente del que se tiene testimonio es el conocido como puente de fábrica o de San Juan de Ortega, a quien se atribuye su autoría. «Se debe construir hacia el 1050, porque la primera referencia que se tiene sobre él es de 1095, del Fuero de Logroño», relata Negueruela, quien indica además que «era un puente defensivo con tres almenas». Esta definición da pistas de que el puente sufrió mucho a lo largo de los siglos por las batallas que se libraron sobre él: en 1336 con el ataque del ejército franco-navarro, en 1521 con las tropas de Asparrot en el famoso asedio y después en la guerra de la Independencia y las guerras carlistas, cuando quedó ya muy deteriorado. «Y, si las acciones bélicas fueron duras, no menos lo fueron las naturales, causadas por los desbordamientos del río en varias ocasiones y por la propia corriente del agua, muy fuerte en la orilla norte, a pesar de la construcción de las presas y del Ebro Chiquito, que se hicieron para restarle fuerza», señala Negueruela. Con todos estos avatares y especialmente tras la gran riada de 1871, cuando el Ebro subió casi 7 metros, el puente sufrió graves desperfectos y en agosto de 1880 se hundió el cuarto tajamar, dejándolo inutilizable. Con esta situación, el único medio para cruzar el río era la recientemente inaugurada Barca de San Román y, como no había dinero para construir un puente militar fijo («faltaron 8.500 pesetas»), se optó por un puente volante, una plataforma que se desplazaba entre orillas sujeta a una sirga.
Todo este discurrir histórico y un cúmulo de casualidades parecieron aliarse para que el 1 de septiembre de 1880 ocurriera la tragedia. El Regimiento Valencia 22 llegó a Logroño para hacer prácticas militares y, pese a superar con creces el peso máximo establecido para el puente -cálculo ya de por sí optimista- el primer batallón se dispuso a cruzar con 239 hombres, entre ellos 28 músicos con sus instrumentos. «Teniendo en cuenta las dimensiones de la plataforma, les correspondía un cuarto de metro cuadrado por persona, donde tenían que mantenerse en posición de firmes, sin moverse», describe Eduardo Negueruela. Una corriente de babor empujó la inestable plataforma, el agua invadió la compuerta y, con ella, llegó el pánico. Noventa hombres murieron ahogados, en muchos casos agarrados entre sí en pleno caos e incluso con el fusil todavía en la mano.
Un puente de madera ese mismo año, un nuevo puente volante y, finalmente, el puente de Hierro en 1882 y el de Piedra en 1884 evitarían futuros peligros y, por fin, dotarían a Logroño de pasos seguros, fijos y prácticos entre ambas orillas. Hoy, ya son cuatro.
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