Secciones
Servicios
Destacamos
textos: Pío García, FOTOS: Justo Rodríguez y VÍDEOS: NARLY CASTAÑO
Logroño
Jueves, 23 de febrero 2023
La familia Tsybulko llegó a Ábalos en los primeros días de la invasión, cuando no se había decretado el alistamiento obligatorio y los varones todavía podían salir del país. El municipio riojalteño, con apenas 200 vecinos censados, acogió a catorce personas, entre ellas cinco niños. El Ayuntamiento y la Federación de Mujeres Rurales (Fademur) se prepararon, con la ayuda de Cruz Roja, para ofrecer alojamiento provisional a los primeros refugiados que llegaban a La Rioja.
Un año después, solo los Tsybulko siguen en Ábalos. Sus compatriotas marcharon (unos regresaron a Ucrania; otros emigraron a Alemania), pero ellos encontraron algo más que un hogar provisional en este pueblecito señorial que se acuesta, apacible y silencioso, entre viñas y bodegas.
Maksym Tsybulko, su mujer Lilia y su hijo Vlad no tienen mucho tiempo libre. Vlad, de 15 años, estudia en el instituto de Haro y ya se va soltando con el castellano. Maksym trabaja desde abril en Talleres La Sonsierra, en San Vicente.
En la nave del taller hay aparcados turismos y tractores. Son las once de la mañana. Hace frío, pero un calefactor imponente al rojo vivo suelta un chorro de calor que basta para templar el ambiente. El propietario, Álvaro Pinto, escruta con una linterna el interior de un coche, elevado sobre una plataforma retráctil. Maksym, entre tanto, se afana en arreglar las tripas de un Volkswagen.
A Maksym le cuesta hablar español, aunque cada vez entiende más cosas. Si el diálogo encalla, Álvaro coge su teléfono móvil, se mete en el traductor de Google y dicta una orden o una sugerencia. En la pantalla aparece al instante un mensaje escrito en bellos caracteres cirílicos. Maksym lo lee, asiente, coge un trapo y se pone manos a la obra. La comunicación funciona. En cuanto expire el actual contrato de Maksym, Álvaro tiene previsto hacerle fijo indefinido: «Me gustaría muchísimo que se quedara. Este es un taller pequeño, somos compañeros y estamos los dos a gusto. Además, trabaja muy bien».
Los caminos de Álvaro y de Maksym se cruzaron hace diez meses. Álvaro buscaba un empleado. «Es curiosa la vida –reflexiona–. Mi padre murió justo el día en que comenzó la invasión de Ucrania y mi hermano, que estaba conmigo en el taller, se había ido». José Luis Fernández, concejal de Ábalos, le habló de Maksym. Aunque en Odesa, su ciudad natal, él y su mujer regentaban una tienda de decoración, en su juventud había trabajado como mecánico. «Se notaba que sabía lo que hacía, aunque en electrónica estaba un poco más pez», recuerda Álvaro. Maksym sonríe. No deja de sonreír. Dice que le gusta su trabajo y que no se plantea marcharse a ningún sitio. En cuanto se van los periodistas, Maksym regresa a examinar pacientemente los intestinos del Volkswagen. «Hay días en que lo pasa mal –confiesa Álvaro–, sobre todo cuando oye que ha habido bombardeos o matanzas en la zona en la que vive su familia».
Álvaro Pinto, Talleres La Sonsierra
Judit Martínez, Taberna 1583
La jornada laboral de Lilia, la mujer de Maksym, arranca a la una de tarde. A esa hora, en la cocina de la taberna 1583, en Elciego, se respira un sosiego que anticipa la tempestad cotidiana. El menú del día ofrece platos sabrosos, de cocina tradicional. El cronista daría medio sueldo por comerse, a ser posible con media barra de pan, los huevos fritos con picadillo que anuncian los carteles. Pronto comenzarán a llegar los clientes. Lilia se pone la ropa de trabajo, se calza los guantes y no pierde un minuto. Mete los platos en el lavavajillas, dispone una ración de croquetas, ayuda con lo que sea. «Nos dijo que no había trabajado nunca en la cocina, pero le gusta mucho y es muy voluntariosa. Sobre todo le encanta hacer postres», asegura Judit Martínez, cocinera y copropietaria del restaurante. A Lilia, como a su marido Maksym, las palabras en español todavía se le quedan atrapadas en la garganta. «Habla mucho mejor mi hijo», sonríe. «Pero entiende casi todo –tercia Judit–. Ya no necesitamos el traductor. Solo cuando estamos en plena tensión en la cocina recurrimos a gestos».
El padre y el hermano de Lilia son militares y están en el frente. Todavía recuerda Judit el escalofrío que sintió cuando oyó a Lilia decir: «Si el lunes mi hermano sigue vivo...». «Creo que es una tía dura, pero ha habido fines de semana muy tensos, cuando los militares ucranianos iban a recuperar algún territorio ocupado y ella temía por la vida de su hermano o de su padre. No podemos ni comprender lo que supone eso. A veces se nos han caído las lágrimas con ella. Pero es una mujer valiente y alegre», resuelve Judit.
Lilia responde a la entrevista con monosílabos. Acierta a decir que está muy contenta en Ábalos y feliz en su trabajo. Se le ve sufrir por no poder fomar frases, por no acertar con las expresiones, por no saber cómo traducir sus sentimientos. Cuando el cronista le pregunta por el futuro y le anima, si lo prefiere, a desahogarse y contestar en ucraniano, a Lilia se le crispa el gesto y se le quiebra la voz. Los ojos se le humedecen.
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.